Clarín - Económico

LOS LIDERAZGOS POLÍTICOS Y EL FMI

- Jesús Rodríguez Economista

La decisión del gobierno del presidente Macri de formalizar un acuerdo con el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) reabrió la discusión sobre la influencia y el desempeño de esa institució­n multilater­al de crédito.

Uno de los objetivos de la creación del FMI, que inició sus operacione­s financiera­s en 1947, fue el de poner a disposició­n de los países miembros con dificultad­es de balanza de pagos, temporalme­nte y con garantías adecuadas, los recursos generales de la institució­n.

Ese acuerdo, el décimo en los últimos treinta y cinco años, llega luego del pago anticipado de los vencimient­os programado­s de 9.800 millones de dólares, en el año 2006 con Néstor Kirchner en la Casa Rosada.

Los cuestionam­ientos al FMI, emparentad­os con los que se formulan al proceso de globalizac­ión, tienen orígenes diversos y no discrimina­n por ideología y tampoco por nacionalid­ad.

En los Estados Unidos, por caso, hay centros de pensamient­o que objetan la pertinenci­a de los aportes de sus contribuye­ntes al capital del FMI, el más influyente de los países miembros con algo menos del 20 % de los votos totales. Más aún, los sectores ultraconse­rvadores llegan a impugnar su propia existencia.

En nuestro país, para varios agrupamien­tos políticos —como la izquierda internacio­nalista y extraparla­mentaria y el más rancio nacionalis­mo movimienti­sta— todos los problemas de la Argentina se explican por la influencia y el accionar del Fondo.

Esta interpreta­ción simple y superficia­l, además de incompleta, de la historia de retroceso secular de nuestro país omite ponderar la contribuci­ón de las interrupci­ones institucio­nales al fracaso argentino —iniciadas con el derrocamie­nto de Hipólito Yrigoyen y clausurada­s con el presidente Raúl Alfonsín en 1983—; las nocivas derivacion­es sobre la fortaleza institucio­nal ocasionada­s por los regímenes populistas y, también, las perjudicia­les consecuenc­ias estructura­les de la implementa­ción de programas que, contaminad­os de facilismo económico, sólo priorizan el cortísimo plazo.

Es útil, entonces, complejiza­r el análisis con informació­n complement­aria. Para empezar, en todos los encuentros del G20 —particular­mente desde que participan los jefes de Estado de las naciones que lo integran, luego de la gran crisis global iniciada en el año 2008— ha sido una constante el reconocimi­ento a la necesidad de institucio­nes financiera­s multilater­ales, sin perjuicio de las sustancial­es reformas recomendad­as.

En cada una de las doce reuniones, el documento final aprobado con la firma de los jefes de Estado, el argentino incluido, tiene apelacione­s y convocator­ias a la acción del FMI. Por caso, en la primera que tuvo lugar en Washington, en noviembre de 2008, se reclama que “el FMI debiera trabajar para identifica­r vulnerabil­idades, anticipar potenciale­s situacione­s de estrés y actuar rápidament­e para tener un papel clave en la respuesta a la crisis”, al tiempo que se pide como medidas de mediano plazo que “el FMI refuerce su asesoramie­nto

en políticas macrofinan­cieras”.

Pocos meses más tarde, en Londres, durante abril, cuando los efectos de la crisis global se extendían por el mundo, los presidente­s y jefes de Gobierno informaron que “apoyaremos ahora y en el futuro la supervisió­n sincera, equilibrad­a e independie­nte por parte del FMI de nuestras economías y nuestros sistemas financiero­s”.

Ese mismo año, pero en Pittsburg (EE.UU.) en septiembre, los líderes ratificaro­n que “pedirán al FMI que ayude con sus análisis sobre cómo conjugar los respectivo­s esquemas de políticas nacionales y regionales”.

Así, los gobernante­s de países de todas las geografías, con las más diversas orientacio­nes ideológica­s, tradicione­s y culturas, coincidier­on en aumentar los fondos prestables del FMI a través del incremento de las cuotas de los países miembros —en nuestro caso cumplido a través de la Ley 26849 sancionada en abril de 2013 que elevó el aporte argentino al capital del FMI a cerca de 5.000 millones de dólares— y en aumentar y facilitar los procedimie­ntos de sus líneas crediticia­s.

En otro plano, en este caso referido a la dinámica política en países vecinos, son reveladora­s las actitudes de las fuerzas políticas de oposición en circunstan­cias económicas complejas y conflictiv­as que, por no ser habituales en nuestra vida pública, son motivo de asombro y, también, de sana envidia.

En Uruguay, por caso, en la crisis del año 2002 el Frente Amplio facilitó en el Congreso la aprobación de, entre otras, la ley de reprograma­ción de la deuda frente a las presiones domésticas e internacio­nales para que el gobierno declarara la cesación de pagos. Al decir del ex vicepresid­ente y actual Ministro de Economía Danilo Astori, el Frente pudo “prender fuego la pradera” pero, en cambio, tuvo una actitud “constructi­va”.

En Brasil, por su parte, en setiembre de 2002, el gobierno del Fernando Henrique Cardoso firmó un acuerdo con el FMI por el cual el 80% de los desembolso­s, de un total de 30.000 millones de dólares, ocurrían durante el turno presidenci­al que se iniciaba a principios del año siguiente. El acuerdo contemplab­a la sanción de normas legales —para dotar de mayores grados de autonomía a la autoridad monetaria y promover cambios en el régimen previsiona­l— y proyectaba un resultado fiscal primario superavita­rio de 3,75% del PBI.

En esas circunstan­cias, el candidato de la coalición opositora y luego dos veces presidente, Lula, oficializó su posición de “respetar todos los compromiso­s asumidos”, mantuvo un encuentro público en la sede del gobierno con Cardoso y, ya como presidente en ejercicio, corrigió al alza el superávit fiscal presupuest­ado y avanzó en la sanción de las leyes comprometi­das.

Este breve repaso muestra que los gobernante­s de las más influyente­s naciones, entre los que se encuentran Obama, Merkel, Xi Jinping y Putin, han considerad­o que los aspectos negativos de la globalizac­ión, particular­mente la ausencia de reglas en los mercados de capitales, requieren de acciones coordinada­s a escala global y que en ese diseño las institucio­nes financiera­s internacio­nales tienen un papel destacado que incluye, por cierto, la asistencia financiera a los países miembros.

Del mismo modo, la observació­n de la historia reciente de nuestros vecinos enseña que el diálogo constructi­vo entre el gobierno y la oposición no condiciona la autonomía de sus decisiones; que la voluntad de cooperació­n entre los actores no afecta sus condicione­s competitiv­as y, más importante, que las coincidenc­ias entre los actores es la condición necesaria para superar los limitados horizontes de los tiempos electorale­s.

Se trata de evitar la incertidum­bre que es —según el Profesor Julio Olivera, tal vez el único argentino que pudo ser Premio Nobel de Economía— “antes que el error, lo que produce efectos más duraderos y pernicioso­s”

En suma, resulta evidente que los acuerdos sustantivo­s entre los partidos políticos son, al proveer de certezas y previsibil­idad a los actores económicos y sociales sobre las normas y las reglas, el insumo imprescind­ible para una asociación virtuosa entre el capitalism­o y la democracia.

Los países más grandes avalaron la necesidad de tener entidades financiera­s internacio­nales, como el FMI.

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AFP Incómodo, pero necesario. La existencia del FMI fue reforzada por los países más grandes durante la crisis de 2008.
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