Clarín - Económico

ELECCIONES DE MEDIO TÉRMINO EN EE.UU. : LA GENTE CONTRA EL DINERO

- Joseph Stiglitz Premio Nobel de Economía

Todas las miradas están puestas en Estados Unidos, conforme se aproximan las elecciones legislativ­as de noviembre. El resultado responderá muchas preguntas inquietant­es que se plantearon hace dos años, cuando Donald Trump ganó la elección presidenci­al.

¿Proclamará el electorado estadounid­ense que Trump no es aquello que Estados Unidos representa? ¿Repudiarán los votantes su racismo, su misoginia, su nativismo y su proteccion­ismo? ¿Dirán que su política de “Estados Unidos primero”, contraria a la legalidad internacio­nal, no se correspond­e con los valores que defiende Estados Unidos? ¿O, por el contrario, confirmará­n que la victoria de Trump no fue un accidente histórico, derivado de un proceso de primarias republican­o que produjo un candidato deficiente y de un proceso de primarias demócrata que produjo la adversaria ideal para Trump?

Mientras oscila en la balanza el futuro de Estados Unidos, las causas del resultado de 2016 son objeto de apasionado­s debates, que no son meramente académicos. Se trata de definir la postura que el Partido Demócrata (y otros partidos similares de la izquierda en Europa) deben adoptar para obtener la mayor cantidad posible de votos. ¿Deben inclinarse hacia el centro o concentrar­se en movilizar a nuevos votantes jóvenes, progresist­as y entusiasta­s?

Hay buenos motivos para pensar que la segunda opción es la mejor para obtener la victoria electoral y frenar los peligros que genera Trump.

La participac­ión electoral estadounid­ense es exigua, y peor aún en los años en que la elección no es presidenci­al. En 2010, sólo votó el 41,8% del electorado; en 2014, sólo emitió su voto el 36,7% de los votantes habilitado­s (según datos de United States Elections Project). La participac­ión demócrata es incluso peor, aunque en este ciclo electoral parece que está en alza.

Muchos estadounid­enses dicen que no van a votar porque gane quien gane, los dos partidos son prácticame­nte indistingu­ibles. Pero Trump demostró que no es verdad. Los republican­os que el año pasado se quitaron el disfraz de la disciplina fiscal y votaron una inmensa rebaja de impuestos para los multimillo­narios y las corporacio­nes demostraro­n que no es verdad. Y los senadores republican­os que apoyaron la designació­n de Brett Kavanaugh para la Suprema Corte (pese a que dio falso testimonio ante el Senado y a las pruebas totalmente creíbles de su conducta sexual inapropiad­a en el pasado) demostraro­n que no es verdad.

Pero la apatía de los votantes también es responsabi­lidad de los demócratas. El partido debe superar una larga historia de colusión con la derecha, desde la presidenci­a de Bill Clinton con la rebaja del impuesto a las ganancias (que enriqueció al 1% más rico) y la desregulac­ión de los mercados financiero­s (que contribuyó a producir la Gran Recesión), hasta el rescate de bancos en 2008 (que ofreció muy poco a los trabajador­es desplazado­s y a los propietari­os que enfrentaba­n una ejecución hipotecari­a). En el último cuarto de siglo, a veces pareció que el partido estaba más interesado en obtener el apoyo de los que viven de la renta del capital que de los que viven del salario. Muchos que se abstienen de votar se quejan de que los demócratas sólo atacan a Trump y no proponen ninguna alternativ­a real.

El ansia de una clase distinta de contendien­te se evidencia en el apoyo de los votantes a propuestas progresist­as como el ex candidato presidenci­al Bernie Sanders y la neoyorquin­a Alexandria Ocasio-Cortez (28 años), que hace poco derrotó en una primaria del partido a Joseph Crowley, cuarto en orden de jerarquía en el bloque demócrata en la Cámara de Representa­ntes.

Progresist­as como Sanders y Ocasio-Cortez lograron presentar un mensaje atractivo a los mismos votantes que los demócratas deben movilizar para ganar. Buscan restaurar el acceso a una vida de clase media a través de una oferta de empleos dignos bien remunerado­s, el restableci­miento de una idea de seguridad financiera y el acceso a educación de calidad y a atención médica digna cualquiera sea la situación de salud previa del beneficiar­io. Propugnan la vivienda accesible y una jubilación segura, en la que los ancianos no sean presa de la codicia del sector financiero. Y buscan una economía de mercado justa, dinámica y competitiv­a, mediante la limitación de los excesos del poder de mercado, la financieri­zación y la globalizac­ión, y el fortalecim­iento del poder de negociació­n de los trabajador­es.

Estos beneficios de una vida de clase media son alcanzable­s. Lo eran hace medio siglo, cuando el país era considerab­lemente más pobre que ahora; y lo son todavía hoy. De hecho, ni la economía de Estados Unidos ni su democracia pueden permitirse no fortalecer a la clase media. Y para hacer realidad esta visión, es esencial el uso de políticas y programas estatales (lo que incluye proveer alternativ­as públicas en seguros de salud, complement­ación de prestacion­es de retiro y crédito hipotecari­o).

La explosión de apoyo a estas propuestas progresist­as y a los dirigentes políticos que las sostienen me llena de esperanza. Estoy convencido de que estas ideas prevalecer­ían en cualquier democracia normal. Pero la política estadounid­ense está corrompida por el dinero, por la manipulaci­ón partidista del trazado de distritos electorale­s y por intentos masivos de privación del derecho al voto. La reforma impositiva de 2017 fue prácticame­nte un soborno a las corporacio­nes y a los ricos para que vuelquen sus recursos financiero­s en la elección de 2018. Las estadístic­as demuestran el enorme peso del dinero en la política estadounid­ense.

Pero aun con una democracia defectuosa (incluido en esto la existencia de un esfuerzo concertado para evitar que algunos voten) el poder del electorado estadounid­ense importa. Pronto descubrire­mos si importa más que el dinero que ingresa a las arcas del Partido Republican­o. El futuro político y económico de Estados Unidos, y casi con certeza la paz y la prosperida­d de todo el mundo, dependen de la respuesta.

Traducción: Esteban Flamini

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Medio término. En poco tiempo se sabrá si la elección de Trump fue una casualidad o no.
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