CÓMO SERÁ LA ECONOMÍA DE BRASIL CON BOLSONARO
El objetivo general del gobierno de Brasil con Jair Bolsonaro en la presidencia de la República a partir del 1º de enero de 2019, es aumentar 20% la productividad de la economía brasileña (con un PBI de US$ 2.06 billones) en los próximos 4 años.
Para eso se dispone a abrir la economía de Brasil, la más cerrada del mundo después de Sudán, con una relación comercio internacional/ PBI de 24,1%, a través de la utilización sistemática de la reducción unilateral de tarifas y de la concentración de la actividad de las grandes empresas estatales, en especial Petrobras, en sus iniciativas básicas (o núcleo), deshaciéndose de todas las accesorias. Esto significa privati- zar todo lo referido a la refinación y el transporte.
También se elimina la clausula de “contenido local” respecto a la explotación del “Pre-Sal”, y se convoca de inmediato a la inversión transnacional, sin restricción de ninguna naturaleza.
Se crea un sistema de “Ventana única” para la aprobación de todo tipo de inversiones, con licencias ambientales otorgadas sumariamente en no más de 60 días. Es un mecanismo absolutamente desburocratizado que depende en forma directa del ministro de Economía, Paulo Guedes, cuya cartera fusiona las de Hacienda, Planeamiento, e Industria y Comercio.
Esta drástica reestructuración es acompañada por la tradicional política macroeconómica brasileña de la triple utilización de un techo de gasto público, tipo de cambio flexible y metas de inflación.
A la cabeza de este proceso de transformación estructural se coloca un “Consejo de la Productividad”, cuyo máximo responsable — con la coordinación del ministro Guedes — es el presidente Jair Bolsonaro.
Entre los integrantes del “Consejo de la Productividad” se destaca el ministro de Transportes e Infraestructura, general Oswaldo Ferreira, último titular del Departamento de Ingeniería y Construcción del Ejército brasileño, cuyo jefe es el general Eduardo Villas Boas, una figura fundamental de la nueva etapa de la historia de Brasil, junto con el ministro de Defensa, general Augusto Heleno.
El general Ferreira ha señalado que el Estado carece de la capacidad de inversión necesaria para desarrollar la infraestructura, de carácter ruinoso o inexistente en Brasil. Esto significa que hay que recurrir a la inversión privada, tanto nacional como extranjera.
Hay más de 2.000 obras públicas paralizadas en Brasil en este momento, y al menos la mitad —asegura Ferreira— tienen un carácter estratégico, imprescindible, para que la economía adquiera un nivel mínimo de competitividad, del que hoy carece.
La productividad brasileña es nula o negativa (+1% anual) en los últimos 10 años, con una capacidad de crecimiento potencial de 2% anual, sinónimo de depresión prolongada de largo plazo.
El núcleo del retraso competitivo de Brasil, que lo torna cada vez más irrelevante en el contexto mundial, es la industria manufacturera, cuyos costos de producción son 30%/40% superiores a sus competidores. Hay una relación directa entre el retraso industrial y el hecho de que Brasil tiene la economía más cerrada del mundo.
La industria brasileña, la mayor de América Latina y la única que logró completar el proceso de sustitución de importaciones, es ajena al sistema transnacional de producción, núcleo estructural y decisivo del capitalismo en el siglo XXI.
Este extrañamiento es insostenible y aleja a Brasil cada vez más de su destino de gran potencia. Y ocurre cuando el capitalismo ha completado su integración mundial y despliega una nueva revolución industrial, la cuarta en la historia del sistema.
El gasto público ha aumentado 30 puntos en los últimos 10 años (pasó de 53% a 78% del PBI), con un déficit fiscal de 6,7% del producto y una presión tributaria de 38%, la mayor del mundo emergente.
La raíz de ese déficit es el sistema de seguridad social, absolutamente insostenible porque está destinado a satisfacer los requerimientos de la elite brasileña, no los del pueblo de Brasil, sobre todo los de la alta burocracia del Estado, que es la auténtica clase privilegiada.
El estancamiento estructural se contrapone a la extraordinaria competitividad del sistema de “agronegocios”, que responde por un superávit comercial de US$70.000 / US$ 75.000 millones en 2018 y que es el proveedor principal de los US$ 380.000 millones de reservas del Banco Central de Brasilia.
Solo la política, en un esfuerzo drástico de voluntad, puede desatar el nudo gordiano de la depresión estructural brasileña. Se requiere una acción nítidamente rupturista (“Se parece a una revolución”, dice Joseph Schumpeter).
Asume en Brasil un nuevo gobierno presidido por Jair Bolsonaro el 1º de enero de 2019; y su prioridad excluyente, de carácter absoluto, es incrementar la productividad 20% o más en los próximos 4 años; y de esa manera volver a colocar a Brasil en su camino de grandeza histórica.
Brasil tiene la economía más cerrada del mundo y esto es determinante del retraso de la industria brasileña