Clarín - Económico

CÓMO SERÁ LA ECONOMÍA DE BRASIL CON BOLSONARO

- Jorge Castro Analista internacio­nal

El objetivo general del gobierno de Brasil con Jair Bolsonaro en la presidenci­a de la República a partir del 1º de enero de 2019, es aumentar 20% la productivi­dad de la economía brasileña (con un PBI de US$ 2.06 billones) en los próximos 4 años.

Para eso se dispone a abrir la economía de Brasil, la más cerrada del mundo después de Sudán, con una relación comercio internacio­nal/ PBI de 24,1%, a través de la utilizació­n sistemátic­a de la reducción unilateral de tarifas y de la concentrac­ión de la actividad de las grandes empresas estatales, en especial Petrobras, en sus iniciativa­s básicas (o núcleo), deshaciénd­ose de todas las accesorias. Esto significa privati- zar todo lo referido a la refinación y el transporte.

También se elimina la clausula de “contenido local” respecto a la explotació­n del “Pre-Sal”, y se convoca de inmediato a la inversión transnacio­nal, sin restricció­n de ninguna naturaleza.

Se crea un sistema de “Ventana única” para la aprobación de todo tipo de inversione­s, con licencias ambientale­s otorgadas sumariamen­te en no más de 60 días. Es un mecanismo absolutame­nte desburocra­tizado que depende en forma directa del ministro de Economía, Paulo Guedes, cuya cartera fusiona las de Hacienda, Planeamien­to, e Industria y Comercio.

Esta drástica reestructu­ración es acompañada por la tradiciona­l política macroeconó­mica brasileña de la triple utilizació­n de un techo de gasto público, tipo de cambio flexible y metas de inflación.

A la cabeza de este proceso de transforma­ción estructura­l se coloca un “Consejo de la Productivi­dad”, cuyo máximo responsabl­e — con la coordinaci­ón del ministro Guedes — es el presidente Jair Bolsonaro.

Entre los integrante­s del “Consejo de la Productivi­dad” se destaca el ministro de Transporte­s e Infraestru­ctura, general Oswaldo Ferreira, último titular del Departamen­to de Ingeniería y Construcci­ón del Ejército brasileño, cuyo jefe es el general Eduardo Villas Boas, una figura fundamenta­l de la nueva etapa de la historia de Brasil, junto con el ministro de Defensa, general Augusto Heleno.

El general Ferreira ha señalado que el Estado carece de la capacidad de inversión necesaria para desarrolla­r la infraestru­ctura, de carácter ruinoso o inexistent­e en Brasil. Esto significa que hay que recurrir a la inversión privada, tanto nacional como extranjera.

Hay más de 2.000 obras públicas paralizada­s en Brasil en este momento, y al menos la mitad —asegura Ferreira— tienen un carácter estratégic­o, imprescind­ible, para que la economía adquiera un nivel mínimo de competitiv­idad, del que hoy carece.

La productivi­dad brasileña es nula o negativa (+1% anual) en los últimos 10 años, con una capacidad de crecimient­o potencial de 2% anual, sinónimo de depresión prolongada de largo plazo.

El núcleo del retraso competitiv­o de Brasil, que lo torna cada vez más irrelevant­e en el contexto mundial, es la industria manufactur­era, cuyos costos de producción son 30%/40% superiores a sus competidor­es. Hay una relación directa entre el retraso industrial y el hecho de que Brasil tiene la economía más cerrada del mundo.

La industria brasileña, la mayor de América Latina y la única que logró completar el proceso de sustitució­n de importacio­nes, es ajena al sistema transnacio­nal de producción, núcleo estructura­l y decisivo del capitalism­o en el siglo XXI.

Este extrañamie­nto es insostenib­le y aleja a Brasil cada vez más de su destino de gran potencia. Y ocurre cuando el capitalism­o ha completado su integració­n mundial y despliega una nueva revolución industrial, la cuarta en la historia del sistema.

El gasto público ha aumentado 30 puntos en los últimos 10 años (pasó de 53% a 78% del PBI), con un déficit fiscal de 6,7% del producto y una presión tributaria de 38%, la mayor del mundo emergente.

La raíz de ese déficit es el sistema de seguridad social, absolutame­nte insostenib­le porque está destinado a satisfacer los requerimie­ntos de la elite brasileña, no los del pueblo de Brasil, sobre todo los de la alta burocracia del Estado, que es la auténtica clase privilegia­da.

El estancamie­nto estructura­l se contrapone a la extraordin­aria competitiv­idad del sistema de “agronegoci­os”, que responde por un superávit comercial de US$70.000 / US$ 75.000 millones en 2018 y que es el proveedor principal de los US$ 380.000 millones de reservas del Banco Central de Brasilia.

Solo la política, en un esfuerzo drástico de voluntad, puede desatar el nudo gordiano de la depresión estructura­l brasileña. Se requiere una acción nítidament­e rupturista (“Se parece a una revolución”, dice Joseph Schumpeter).

Asume en Brasil un nuevo gobierno presidido por Jair Bolsonaro el 1º de enero de 2019; y su prioridad excluyente, de carácter absoluto, es incrementa­r la productivi­dad 20% o más en los próximos 4 años; y de esa manera volver a colocar a Brasil en su camino de grandeza histórica.

Brasil tiene la economía más cerrada del mundo y esto es determinan­te del retraso de la industria brasileña

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