Clarín - Económico

Sin Nobel, buenos son otros premios

Alternativ­as. Un escándalo con abuso sexual y tráfico de influencia­s sepultó al Nobel. Pero hay otros, con menos dinero pero también con prestigio.

- Luis Vinker lvinker@clarin.com

Octubre es el mes que —desde principios del siglo pasado— aguarda con impacienci­a todo el ambiente de la alta literatura. Es el mes en el cual se concede el Premio Nobel y todos los involucrad­os (comenzando por los virtuosos con ambiciones, sus editores, críticos y lectores más entusiasta­s) saben que es el tiempo del ingreso definitivo —o no— al Olimpo.

Pero este 2018 se cierra sin Premio

Nobel en el campo literario; es la séptima vez que ocurre, la anterior fue en 1949. Y en esta oportunida­d, por los escándalos de la Academia Sueca, que recién se rearma con la promesa de volver en un año, previa intervenci­ón del propio rey Carl Gustav.

El principal apuntado fue un aventurero francés llamado Jean-Claude Arnault, esposo de la académica Kamarina Frostenson, una de las ocho que renunció y dejó sin quórum a la entidad. Fue en medio de las denuncias de acoso sexual contra su marido, de tráfico de influencia­s y de filtración de las nominacion­es.

El monto del premio se había elevado a US$1,1 millones en la última edición, la del 2017, que distinguió al japonés residente en Gran Bretaña, Kazuo Ishiguro. Durante la década previa, el Nobel de Literatura recibía US$975 mil. Pero, se comprende, no es específica­mente el dinero el que mueve la pretensión de aquellos premiados, sino acceder a un círculo pri- vilegiado, que en muchos casos les brinda un aura de grandeza. Sin embargo, a lo largo de más de un siglo, si bien el Nobel cuenta con varios de esos inmortales (Kypling, Yeats, Shaw, Pirandello, Thomas Mann, Faulkner, Steinbeck, por citar algunos), también dejó de lado a otros igualmente —o aún más— considerad­os por el canon: Kafka, Joyce, Proust o Borges, principalm­ente. En 1901, al concederse el primero de los premios legados por Alfred Nobel, los expertos de la Academia debieron decidir

entre un poeta francés (Sally Proudhomme) y Leon Tolstoi. Eligieron a Proudhomme…

A falta de un Nobel, el calendario de premios literarios es igualmente

intenso y tiende a multiplica­rse. Algunos son tradiciona­les, otros más recientes. En algunos casos participan entidades gubernamen­tales (como puede ser el Cervantes en España) y muchos más, por iniciativa de editoriale­s o academias.

Hace pocos días, la escritora Anna Burns, de Irlanda del Norte, se llevó el Man Booker por su novela “The Milkman”. Se trata del más relevante en Gran Bretaña, dotado con US$65 mil, y que consagró anteriorme­nte a varios ganadores del Nobel, como el ya mencionado Ishiguro o J.M. Coetzee, además de los más conocidos entre los británicos contemporá­neos, Ian McEwan y Julian Barnes. En los últimos tiempos, la propia organizaci­ón del Man Booker agregó un premio internacio­nal, de US$57 mil y entre sus finalistas del año pasado figuró una de las más promisoria­s escritoras argentinas, Samanta Schweblin.

Una repercusió­n similar, al otro lado del Atlántico y en habla inglesa, concede el Pulitzer, que desde 1917 se entrega en la Universida­d de Columbia. El Pulitzer -US$10 mil a cada ganadorse otorga en distintos géneros (novela, ensayo, historia, dramaturgi­a, biografías y poesía) y coincide con el mismo premio en rubros periodísti­cos. Ernest Hemingway por “El viejo y el mar”, Margaret Mitchell por “Lo que el viento se llevó”, Faulkner en dos oportunida­des y los más recientes Norman Mailer, Richard Fort y Philip Roth fueron algunos de los premiados con el Pulitzer por sus novelas, mientras Robert Frost lo recibió en cuatro oportunida­des en poesía. Y hasta John F. Kennedy, antes de llegar a la presidenci­a, fue premiado por un Ensayo.

Si bien los escritores de habla inglesa suelen ser mayoría entre los candidatos al Nobel, no se quedan atrás los franceses. Y en su país cuentan con el Goncourt: el premio es simbólico, apenas 10 euros. Pero estiman que las ventas de un libro ganador del Goncourt pueden alcanzar los ocho millones de euros en las tres primeras semanas. Si el Nobel surgió por la herencia de Alfred Nobel, el Goncourt lo hizo por Edmond de Goncourt y la Academia que lleva su nombre lo concede desde 1903. Allí sí consagraro­n a Proust por el segundo volumen de su maravillos­o “En busca del tiempo perdido”, a Simone de Beauvoir en la década del 50 y, entre los más recientes, a Patrick Modiano, Marguerite Duras y Jean Echenoz, visitante de Buenos Aires el año pasado.

Más cercano es el Premio Kafka, que otorga la Sociedad que lleva su nombre en Praga. Se instituyó en 2001, reparte sólo US$10 mil al ganador pero ya tuvo la particular­idad, en 2004 y 2005, de anticipar los ganadores

del Nobel, Elfriede Jelinkek y Harold Pinter respectiva­mente. Los nombres de otros ganadores hablan de la jerarquía del Kafka: Roth, Murakami, Banville, Amos Oz, Magris, Margaret Atwood, Vaclav Havel.

España concentra, obviamente, a la mayoría de los premios en nuestra lengua, y bien remunerado­s. El Planeta, que surgió en 1952, otorga hoy 601 mil euros al vencedor y 150 mil al otro finalista. El Alfaguara — cuya lista de ganadores incluye argentinos como Tomás Eloy Martínez, Andrés Neumann, Leopoldo Brizuela y Eduardo Sacheri— fue relanzado por iniciativa del periodista, ensayista y editor Juan Cruz en 1998 y su premio alcanza los US$175 mil. Pero también está el prestigio que puede

aportar el Cervantes, dirigido por el gobierno español y que premia la obra global del escritor en 125 mil euros. Allí relucen los nombres de Borges y Sábato, Bioy Casares y Gelman. Además, para la obra completa se instituyó el Formentor en 1961 —hoy con US$50 mil— donde Borges inauguró la lista de ganadores, compartien­do nada menos que con Samuel Beckett. En Argentina y en las próximas semanas se celebrará la nueva edición del Premio Clarín de Novela.

En general, los grandes escritores suelen esquivar sus comentario­s, sus pretension­es o las movidas de sus agentes literarios alrededor del ambiente de los premios. Indican más sus silencios que sus entrevista­s. Después sí, pueden revelar aquella intimidad, como alguno de los capítulos de las memorias de Neruda. Allí culminaba con su discurso ante la Academia y la felicidad de ese momento, citando a Rimbaud: “Solo con una ardiente paciencia conquistar­emos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres. Así la poesía no habrá cantado en vano”. Década más tarde, García Márquez culminaba con una cita de su admirado Faulkner. Sostenía que “me niego a admitir el fin del hombre” y, en un guiño a su propia obra maestra, postulaba “una nueva y arrasadora utopía, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunida­d sobre la tierra”.

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Vacío. Un papelón en el jurado dejó al Nobel sin premio literario.

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