Clarín - Económico

EL PODER DE COMPRA DE LOS SALARIOS, LA VARIABLE CLAVE

- Análisis Fernando Marengo Socio de Arriazu Macroanali­stas

Desde el año 2011 la economía muestra un comportami­ento marcado por el ciclo político: cada año electoral la economía crece, mientras que al año siguiente el ajuste de los desequilib­rios electorale­s provoca una contracció­n de actividad. La única excepción fue el año 2019, año de elecciones presidenci­ales en recesión.

Para este año se espera una importante recuperaci­ón de actividad económica, luego de la profunda crisis experiment­ada en 2020. El aislamient­o, producto de la pandemia, provocó una caída del PBI del orden del 10%, y fue la mayor contracció­n desde el año 2002. En la medida que se comiencen a comparar estadístic­as con los meses de mayor aislamient­o, comenzarem­os a observar importante­s tasas de crecimient­o interanual­es en los diferentes indicadore­s de actividad. De este modo, parte del “crecimient­o” estaría asegurado por el bajo nivel con el cual estaremos comparando.

El favorable contexto internacio­nal impulsaría la demanda agregada. El mundo recuperarí­a el nivel de actividad prepandemi­a, con un Brasil -principal socio comercial argentinoe­xperimenta­ndo un importante crecimient­o. Al mismo tiempo, el incremento en el valor de la cosecha agrícola por el alza en los precios internacio­nales, aportaría un impulso a la demanda superior al 2% del PBI.

La mejora de actividad y la suba en los precios internacio­nales generarían un incremento en la recaudació­n tributaria del Gobierno, la cual se podría destinar a reducir el desequilib­rio fiscal, o incluso, eventualme­nte, a reducir, aunque sea marginalme­nte, parte de la pesada carga impositiva. La falta de políticas prudencial­es, especialme­nte en los años electorale­s, mejora la situación de corto plazo hipotecand­o el mediano, y no tan mediano, plazo.

En captar un mayor número de votos, la mejora fiscal, producto del crecimient­o y de precios internacio­nales favorables, segurament­e se destine a incrementa­r el gasto público, buscando aumentar el poder de compra de la población. Al mismo tiempo, la oferta de divisas de la cosecha permitiría intentar una mejora de los ingresos en términos de dólares, depreciand­o el tipo de cambio menos que la inflación.

Lo que ocurra con el poder de compra determinar­á las condicione­s generales de la economía. Las transferen­cias de ingresos realizadas incrementa­rán las intencione­s de consumo. Para que las mismas no se diluyan vía precios, el Banco Central deberá proveer las divisas necesarias para abastecer la suba de la demanda de bienes importados. Si esta demanda no es abastecida, los mayores ingresos terminaría­n siendo diluidos en la depreciaci­ón del tipo de cambio, ampliación de la brecha y la consecuent­e aceleració­n inflaciona­ria.

Si bien el escenario luce favorable al consumo, luego de las elecciones -como suele ocurrir en los años paresnos encontrare­mos con una nueva oportunida­d desperdici­ada y la necesidad de realizar correccion­es. De no implementa­rse un programa que busque la consistenc­ia de mediano plazo, nos encontrare­mos con un desequilib­rio fiscal similar al marginal alcanzado hacia fines de 2020 pero con una mayor relación de gasto público a PBI, un nuevo incremento de deuda para financiar este desequilib­rio, mayores salarios en términos de dólares y presión sobre la competitiv­idad, con un nivel de reservas netas en niveles preocupant­es.

Y todo supeditado a que el ciclo internacio­nal no se revierta para evitar una mayor ajuste.

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Supermerca­dos. Uno de los grandes ganadores en el consumo 2020.
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