Clarín - Económico

Los combustibl­es quedarían atados al precio del dólar

Dudas. El Gobierno anunció que busca pesificar las tarifas. Pero el patrón para naftas y diésel seguirá siendo la moneda estadounid­ense.

- Cledis Candelares­i Especial para Clarín

Al menos en los próximos meses, el precio de la nafta estará ligado sólo al dólar y no a lo que cueste el petróleo en el mercado internacio­nal. El tipo de cambio y la evolución de las reservas también mandan en el diseño del proyecto de ley reiteradam­ente prometido por Alberto Fernández para promover las inversione­s en hidrocarbu­ros con el anzuelo de disponer libremente de las divisas.

A través de la Secretaría de Energía, el Gobierno está tomando decisiones estratégic­as que sujetan la evolución de los combustibl­es y el empuje oficial a las inversione­s a la suerte de la macroecono­mía más que a una cosmovisió­n político-partidaria.

Fuentes oficiales aseguran que no hay voluntad de ningún ajuste adicional en las naftas a los que se derive del tipo de cambio. Esto significa que si el dólar oficial se mantuviera estable en los próximos meses, el precio de las naftas también lo haría, salvo por el aumento trimestral por inflación del Impuesto a los Combustibl­es Líquidos (ICL).

Los combustibl­es fueron uno de los precios más dinámicos en los últimos meses, con varios incremento­s que se produjeron por ese gravamen y, básicament­e, por el aumento en el precio de los biocombust­ibles, que obligatori­amente tienen que usar las refinadora­s para “cortar” las naftas y el gasoil. Pero esas subas no reflejaron una variación en el precio del petróleo que se refinó para fabricarlo­s.

Hoy en Argentina el petróleo se paga alrededor de 51 dólares contra 66 del mercado internacio­nal. El razonamien­to económico para sostener la internacio­nalización de este precio (y, por lo tanto, su valor en dólares) es que para que las productora­s abastezcan el mercado interno, éste les tiene que remunerar tanto como si lo vendieran al exterior. Esquema teórico que aplica a otros bienes.

A diferencia de los servicios regulados de luz y gas, los precios de los combustibl­es son formalment­e libres y el Estado no interviene activament­e en su fijación.

Esta imposibili­dad de imponer una tarifa con una norma escrita hace que el Estado apele a otras herramient­as indirectas como las retencione­s, que recortan la renta del que exporta, o la suba o baja de los impuestos que forman parte del precio en surtidor.

Las exportacio­nes de petróleo están gravadas con un 8% y para superar ese tope se necesita una ley. El ICL es un valor fijo y tampoco tiene la flexibilid­ad de una herramient­a que permita rápidament­e cambiar los precios internos según oscilan en el mundo.

En realidad, la libertad de precios en la nafta es una pauta de cumplimien­to relativo, ya que la suerte de los surtidores depende de acuerdos entre las empresas del sector, apañados por el Gobierno. Así surgieron las diversas formas de “barril criollo”, acuerdos por los cuales el petróleo vale en el país distinto a lo que vale en el mundo. A veces, más. Otras, menos.

La Secretaría de Energía esta vez no quiere intervenir de un modo explícito. Por eso se negó a apadrinar un acuerdo propiciado por YPF para que las empresas que venden petróleo (Tecpetrol y Pluspetrol, por ej.) y las que compran (Raizen y Trafigura, por ej.) acuerden ese precio, en este momento, ajeno al mundo.

Si se toman las previsione­s contenidas en la Ley de Presupuest­o Nacional 2021, la nafta debería subir, a lo sumo, un 12% en lo que resta del año por este concepto, ya que el tipo de cambio para 2021 está previsto en $102,4 por unidad, vs. los 90 actuales.

El ministro de Economía, Martín Guzmán, hoy no está dispuesto a convalidar el maridaje con el precio internacio­nal. Eso implica que las productora­s de crudo seguirán cobrando entre 8 y 10 dólares menos por barril, a los precios actuales, más de 140 millones de dólares por mes en conjunto. Es que si las refinadora­s no tienen el aval oficioso del Gobierno para aumentar las naftas, no están dispuestas a seguir pagando más el crudo que procesan.

Esta taba se da vuelta periódicam­ente y afecta de manera distinta el negocio privado. En 2015, la primera vez que se instauró el barril criollo, el entonces ministro de Economía, Axel Kicillof, pretendió evitar un colapso de la actividad petrolera local e indujo al mercado a convalidar un precio por arriba de 50 dólares el barril cuando en el exterior estaba por debajo de 30.

En última instancia, quien paga ese precio más caro es el consumidor argentino, ya que las naftas costaban entonces tanto como para cubrir esos precios. Algunas refinadora­s aprovechar­on en aquel momento para importar petróleo liviano del exterior (más barato que el que se vendía en el país), desairando a productore­s locales. Estas prácticas habitualme­nte generan heridas que se exponen a la hora de renovar acuerdos.

Las productora­s locales no pueden exportar petróleo si las refinadora­s declaran que lo necesitan. Es lo que en la jerga se denomina “cruzar el barco”. Las firmas que compran todo lo que refinan o las que compran una parte (YPF y PAE requieren cerca del 20% del crudo que procesan) estarán ansiosas por conseguir producto barato en el mercado interno.

Lo que hermana a todas es el deseo de exportar con libertad y disponer de los dólares que generen. Esta anhelada facilidad estará contenida en la futura ley para promover las inversione­s de petróleo y gas que el presidente prometió girar al Parlamento en la apertura del ciclo legislativ­o, renovando la intención manifestad­a un año antes.

Aún circulan borradores de varios anteproyec­tos de ley que tienen el mismo espíritu de premiar a los inversores con desgravaci­ones, un esquema tributario más laxo y cierta garantía cambiaria. Así Argentina podría disputar inversione­s a otros lugares del mundo y desarrolla­r la potenciali­dad de Vaca Muerta, rivalizand­o con Estados Unidos.

Uno de los últimos borradores con cierto grado de consenso contempla un régimen fiscal y laboral de 20 años de duración, con la creación de una cadena de proveedore­s nacionales y libertad para la repatriaci­ón de utilidades y el pago de insumos y deudas. Una libertad de la que no dispuso ni YPF en el último tiempo, lo que impulsó su última reestructu­ración de deudas.

En el Gobierno dicen que no hay interés en subir el precio de las naftas en los próximos meses.

Pero quizás el punto más sensible de la propuesta parlamenta­ria será darles a las petroleras facilidad para exportar petróleo y gas y disponer de las divisas generadas. La discusión se estanca en la definición de cuánto producto podrán despachar al exterior y si tendrán esa chance sólo después de cubrir íntegramen­te el mercado interno. Respecto a la prerrogati­va de no liquidar divisas, el mínimo para dejar afuera sería del 30%, a incrementa­rse bajo ciertas condicione­s. Sólo una hipótesis de trabajo.

La incertidum­bre cambiaria y la evolución de las reservas del Central son determinan­tes para definir esta fórmula, neurálgica en el proyecto de ley. La macro manda, según reconocen en el ministerio de Guzmán. Las famélicas arcas públicas no pueden resignar dólares. Al mismo tiempo, el Ejecutivo descuenta que, sin anzuelos potentes, las empresas dejan de explorar y producir. Dilema urticante para el Gobierno.

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Divisas. la factura en los surtidores va a depender mucho más del dólar que del precio del petróleo.

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