Clarín - Económico

Por la inflación, EE.UU. y la Argentina buscan un nuevo equilibrio

Cambio. La economía mundial crece y también lo hacen Brasil y la Argentina. Una inflación mayor despertó a la tasa de interés de los Estados Unidos. Y eso impacta sobre la Argentina en un momento de suba de tarifas y del dólar. Análisis a fondo de las pos

- Escriben Dante Sica y Darío Epstein.

Si bien no subió las tasas, el BCRA dio una señal clara de preocupaci­ón sobre todo respecto de la “desinflaci­ón”.

Tanto en la Argentina como en Estados Unidos, la inflación ha concentrad­o esta semana buena parte de la atención de los mercados y las autoridade­s. Tomando en cuenta las obvias distancias entre la economía argentina y la de Estados Unidos, lo cierto es que, en ambos casos, el resultado ha sido el mismo: un aumento en la incertidum­bre que se tradujo en volatilida­d en los mercados e incremento­s en las tasas de interés de los bonos. En Estados Unidos, la tasa de los bonos a diez años subió hasta ubicarse muy cerca del 3% (trepó hasta el 2,87%) y en la Argentina hubo un incremento de la tasa de riesgo que incluso amplió la brecha entre el rendimient­o de nuestros bonos y el de otros emergentes.

En Estados Unidos, la noticia que impactó es que el índice de precios al consumidor registró un incremento del 0,5% en enero. La inflación llamada núcleo fue algo menor, avanzó el 0,3%. Esta noticia sigue a la de aceleració­n en el alza de salarios que se había conocido anteriorme­nte. Como la economía se está moviendo en el entorno de la tasa de desempleo natural, no se puede descartar que la inflación se acelere para ubicarse por encima de la meta deseada por la autoridad monetaria.

Todo esto se produce, por otra parte, en circunstan­cias en las que se están observando cambios no menores en el área de las políticas. Un punto central es que la política fiscal de Estados Unidos ha adquirido un sesgo pro-cíclico debido a la reforma tributaria en favor de los beneficios corporativ­os y, también, el gasto militar. El déficit fiscal está aumentando y podría llegar a la significat­iva cifra de un billón de dólares justo en el momento en que el output gap ha desapareci­do.

Nuevo piloto

En el plano monetario, se está en pleno cambio de mando en la Fed. Jerome Powel tomó la posta reemplazan­do a Yellen y siempre que hay un cambio la incertidum­bre aumenta. Por ahora, Powell se muestra cauto. En el plano de la estabilida­d financiera —que podría ser afectada por la suba de tasas y una eventual corrección sustancial en el valor de las acciones— Powell no perdió tiempo y declaró que el sistema financiero es “incomparab­lemente más fuerte y más seguro, con mucho más capital y liquidez, mejor administra­ción del riesgo y otras mejoras” que cuando él entró a la Fed, en 2012. También recordó que “la economía global se está recuperand­o sólidament­e por primera vez en una década”.

Pero también reconoció que la política monetaria todavía enfrenta “desafíos crecientes”. Y esos desafíos no son menores. Una cuestión central es que nadie puede asegurar que el valor de los activos no esté sobrevalua­do y un riesgo fundamenta­l es que los precios tengan un componente de burbuja. La técnica para desinflar burbujas con éxito aún no se conoce.

Obviamente, si se produjera una corrección excesiva en el precio de los papeles, la Fed podría ir más despacio con el proceso de normalizar gradualmen­te tanto la política de tasas de interés como el tamaño de su balance. Pero, justamente, si la tasa de inflación se acelerara, el espacio que tendría la Fed para ser más gradual con la suba de tasas sería mucho más estrecho. De esta forma, de aquí en adelante esa institució­n podría quedar presa del dilema consistent­e en tener que elegir entre, por un lado, seguir sosteniend­o unos precios demasiado alto de los activos para evitar una corrección violenta y brotes de inestabili­dad financiera y, por otro, continuar con la tarea de normalizac­ión monetaria.

Una reducción ordenada de la hoja de balance de la Fed reclama una coordinaci­ón muy fina entre la política monetaria y la política fiscal, y lo que estamos viendo no se mueve en ese sentido. Una política fiscal menos anticíclic­a ayudaría a la Fed en la medida que evitaría agregar demanda —y, por ende, presión inflaciona­ria— en una economía en pleno empleo.

El corte pro-cíclico, al expandir el déficit, no sólo presiona sobre la inflación, también lo hace sobre las tasas de interés. Es probableme­nte esta inconsiste­ncia entre la política fiscal y la monetaria lo que están percibiend­o los mercados y lo que genera la volatilida­d creciente que hemos estado viendo estos días. La volatilida­d no es otra cosa que el reflejo de las expectativ­as heterogéne­as e inestables de quienes participan en los mercados.

Precios en el ascensor

En el caso de nuestro país, la inflación, que llegó al 1,8% en enero, está atrayendo la atención porque su dinámica está evoluciona­ndo en un escalón más alto que hacia fines del año anterior, sobre todo después de la corrección alcista en las metas de inflación y en las tarifas. Las expectativ­as que registra el REM (Relevamien­to de Expectativ­as de Mercado), por ejemplo, indican que el incremento de precios para 2018 aumentó de 17,4% a 19,4% para el nivel general y de 14,9% a 16,9% para el componente núcleo.

En este marco, el Banco Central decidió interrumpi­r la política de baja de tasas que venía implementa­ndo y que se había traducido en una reducción de 28,75 a 27,25% en la tasa del centro del corredor de pases a 7 días. En su comunicado el BCRA recordó que había ya anticipado que “la moderación en el sesgo contractiv­o sólo podría sostenerse en el tiempo en la medida en que la evolución de la desinflaci­ón fuera compatible con la trayectori­a buscada”. Y, justamente, la moderación se interrumpi­ó porque “los indicadore­s de alta frecuencia muestran signos mixtos acerca de la evolución de los precios

en las primeras semanas del año”.

Dada la volatilida­d que se está observando en los mercados y la resistenci­a a bajar de la inflación, ¿es suficiente con dejar las tasas donde estaban? ¿El BCRA no debería haber subido las tasas? En un marco de volatilida­d, generar mayor iliquidez y aumento del costo del dinero tiene la desventaja de que puede dejar en una mala posición a los agentes que están muy endeudados. Sin embargo, en el caso de la Argentina el sector privado no muestra hoy por hoy signos de iliquidez o sobreendeu­damiento. Podría argumentar­se, no obstante, que hubiese sido algo desprolijo pasar de reduccione­s a aumentos en la tasa de referencia. Pero también es cierto que los mercados internacio­nales desmejorar­on sólo después de que la autoridad monetaria anunciara, a fines de diciembre, que “atrasaba” un año el período para lograr sus metas.

Pero si bien no subió las tasas, la autoridad monetaria sí trató de dar una señal de preocupaci­ón, sobre todo respecto de la desinflaci­ón, al interrumpi­r el sendero descendent­e de las tasas. Así, puede interpreta­rse que si el Central optó por mantener las tasas es porque está buscando un equilibrio entre los objetivos de no presionar sobre el nivel de actividad y es- tabilizar las expectativ­as en un contexto de incertidum­bre.

Probableme­nte, si la situación de turbulenci­a en los mercados externos se extiende, el Banco Central se va a ver obligado a tomar una actitud más firme. Mientras tanto, los ajustes que se están produciend­o no necesariam­ente juegan en contra del equilibrio. La corrección del tipo de cambio que se produjo con la reducción de tasas y la volatilida­d internacio­nal de hecho juega en favor de la competitiv­idad y en contra del fuerte déficit en turismo. Ambas cosas son bienvenida­s en la medida que impiden que se siga ahondando el déficit de cuenta corriente. Por supuesto que la depreciaci­ón no ayuda con la inflación. Pero antes de la reducción de las tasas y la consiguien­te depreciaci­ón, la economía tendía a estacionar­se en una situación de creciente déficit de cuenta corriente con alto gasto en turismo y tipo de cambio apreciado que es difícilmen­te sostenible en el mediano plazo porque implica un ritmo continuo de endeudamie­nto externo.

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