DELEGAR Y PARTICIPAR
El rol de la madre en otros momentos históricos se caracterizaba por el control directo de variables para garantizar el equilibrio y las necesidades de la familia. De esta manera, se tenía que ocupar directamente de proteger, alimentar, educar, formar, divertir y cuidar la salud de sus hijos. Las madres han tenido que modificar su rol de control directo hacia un rol de coordinación de servicios que antes prestaban de manera directa. A medida que fue evolucionando la sociedad de consumo, muchas familias han decidido tercerizar parte de estos servicios en otros. Ejemplos hay varios: la contención en manos de profesionales de la psicología; la educación en la escolarización formal; los servicios de salud en prepagas y obras sociales. Esto generó un cambio de foco de responsabilidades, donde los responsables de la familia pasan gran parte de su tiempo y energía en la generación de recursos para sostener el costo de esos servicios tercerizados. Con lo cual, consumen gran parte del tiempo en la búsqueda de esos recursos, llegando en los casos más extremos a perder conciencia de que ellos también son responsables de esas variables. Frente a esta situación muchas madres sufren un profundo malestar, ya que sienten que no van a poder controlar esas variables y el “delegar” parte de esa actividad a otro lo sienten como una delegación de responsabilidad. La clave es poder diferenciar esos conceptos. La delegación no es de responsabilidad y sí de la actividad en sí misma. La tarea, justamente, está en sostener un equilibrio entre poder delegar y poder sostener parte del espacio, a través de una participación activa y comprometida con aquella actividad que delegue. Es la única manera de poder detectar el momento donde aquella actividad, que se tuvo que tercerizar, ya no cumple su objetivo y nos da la posibilidad de retomar el control directo, que favorece a generar mayor empatía y conexión con los miembros del grupo familiar.