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Yo descubrí que siempre es posible reparar y que en un vínculo tan poderoso como el de madre e hija, el amor es más fuerte y puede sanar cualquier herida”, cuenta Úrsula Oleksy ( 62). Aquí, su historia.

Los papás de Úrsula, Tomasz y Czeslawa ( Basiu), nacieron en Polonia, país sufrido por las continuas invasiones de las dos grandes potencias Rusia y Alemania, en el seno de familias que ya habían atravesado el horror de la 1° Guerra Mundial.

Basiu tenía 15 años cuando se inició la 2° Guerra. Prisionera de los alemanes, fue llevada junto a su familia a un campo de concentrac­ión, del cual logró huir con una amiga. Atravesaro­n varios países esquivando bombardeos hasta llegar a Italia, donde Basiu se incorporó a la Cruz Roja para atender a los soldados heridos.

Por aquel entonces, Tomasz luchaba en el frente de guerra contra la invasión alemana, cuando los rusos atacaron en un acto de total traición y se llevaron a los sobrevivie­ntes de la masacre como prisionero­s a Siberia.

“No puedo imaginarme cómo hicieron mis padres para sobrevivir a tanto horror. Los dos padecieron hambre, vejaciones y el más absoluto desamparo en campos de concentrac­ión. ¡ En uno de los bombardeos, mamá quedó atrapada bajo los escombros durante una semana! Y papá pasó tres años en Siberia, en condicione­s infrahuman­as: con temperatur­as de hasta 45° bajo cero. Papá me contaba que cuando fueron rescatados, eran esqueletos humanos. Lo increíble es que una vez que recuperó sus fuerzas, volvió al frente a luchar por su querida patria”, cuenta Úrsula conmovida.

Así, guerreando, Tomász llegó a Italia. Siendo oficial del Grupo de ingenieros, encargado de limpiar el terreno de minas para que pasaran los tanques, resultó herido de bala en una pierna. Y fue allí, en Monte Casino, donde se conocieron Tomász y Basiu, dos polacos que estaban lejos de su tierra, de sus raíces, de sus costumbres, de sus familias, marcados a fuego por el dolor y la muerte.

Tras la alegría del triunfo y la tremenda tristeza de no poder volver a su Polonia querida, ocupada

la guerra no había terminado para ellos, seguía latiendo en sus corazones y se manifestab­a en la convivenci­a. En ese clima hostil, tres años después del nacimiento de mi hermana, aparezco yo en escena. Discusione­s, peleas, diferencia­s, mentiras, infidelida­des, celos, así vivían ellos y nosotras dos en medio de tanto. Hasta que un día pasó lo que tenía que pasar: juicio, divorcio despiadado en el que papá gana la tenencia de sus hijas. Nuestra vida dio un giro total. Yo tenía tres años cuando me fui a vivir al campo con papá en San Vicente, donde él era por el comunismo ruso, viajaron a Inglaterra, donde se casaron y tuvieron a su primera hija, Alejandra. Un año más tarde partieron rumbo a la Argentina.

“Yo creo que encargado de una granja. Mi hermana se quedó con una familia polaca en Olivos. Fui muy feliz con papá, con quien siempre tuve un fuerte vínculo. Me llenó de amor, dedicación, juegos, alegría. Tuve una infancia y adolescenc­ia bellísimas, en contacto con la naturaleza, a pura libertad, tardes a caballo o en carro. Realmente reinaba la armonía, pero me faltaba algo esencial, una mamá.”

A través de su abuela materna, Úrsula recibía noticias sobre la vida de su madre, que se había casado con un abogado y que tenía cuatro hijos de esta segunda unión. Las noticias le llegaban contra su voluntad: “Yo no quería saber nada de nada porque tener algún contacto era resentir todo lo vivido en mis primeros años. Sentía el dolor del abandono.”

Fue a los 20 años, cuando volvía a su casa como todos los días en un Jeep descapotad­o, cargado con sus alumnos de 8° y 9° grado, cuando su vida volvió a dar un giro inesperado: “Me para un chico de unos 15 años y me pregunta por una calle, le digo que voy para allá, que suba y lo llevo. Uno a uno se fueron bajando mis alumnos. Ya sin ellos, le pregunto al chico a dónde va y me contesta tartamudea­ndo: ‘ Voy a donde vas vos, soy tu hermano Alejandro y vengo a conocerte’. Tartamudea­ba de los nervios, él sabía quién era yo por fotos”.

“Ni ayer, ni hoy puedo describir con palabras ese momento, solo sé que fue un golpe amoroso a mi corazón, me derretí como si me

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