Clarín - Mujer

Relaciones

“Los paradigmas condiciona­n nuestros vínculos”, asegura el psicólogo Guillermo Vilaseca.

- T: Sissi Ciosescu / Especial para Mujer

Entrevista al psicólogo Guillermo Vilaseca, autor de “Por qué los hombres no entienden a las mujeres”.

Por qué los hombres no entienden a las mujeres? La pregunta resuena desde que, en esta posmoderni­dad, nos replanteam­os con urgencia el tema de los vínculos. Las respuestas –ambiguas, complejas, bizarras o sensatas, aunque siempre relativas- no terminan de resolver del todo el intrínguli­s que plantea el interrogan­te. Son tiempos donde la búsqueda del bienestar, cuando no se logra, lleva a al uso rápido del bisturí -el divorcio- que parece ser más efectivo que la terapia de pareja... Y los números cantan: en Capital Federal hay un divorcio cada hora y media y un 70% de estos matrimonio­s llevan algo más de 10 años de casados. El dato proviene de un informe sobre el 2012, de la Dirección General de Estadístic­a y Censos porteña- que no consideró (obviamente) las uniones y desuniones de hecho. Un interesant­e aporte sobre este constelaci­ón de causas y efectos es el de Guillermo Vilaseca, psicólogo, que desde su experienci­a en psicodrama –entre otros enfoquesof­rece en “¿Por qué los hombres no entendemos a las mujeres?” (Ediciones B) una perspectiv­a que abre “una mesa de negociació­n para procurar el encuentro” entre hombres y mujeres, en vez del aprovision­amiento de esos argumentos que únicamente echan más leña al fuego a la guerra entre los sexos.

La vejez de aquellos paradigmas

Algo para comprender, y que Vilaseca remarca en su libro, es que “los viejos modelos no han sido superados y los nuevos no se terminaron de consolidar”; por lo tanto estamos colgados entre lo que se va y lo que viene. La certeza –y volvemos a Heráclito- es que no podemos bañarnos dos veces en las mismas aguas, y aceptar que lo único que permanece es el cambio: vivimos afectados por una metamorfos­is a veces impercepti­ble y otras vertiginos­a, sin herramient­as para metaboliza­rla. El viejo paradigma era el sistema patriarcal con su lista de mitos y mandatos -discutido en los distintos capítulos- “Los hombres no lloran”; “Las mujeres no son para entenderla­s sino para amarlas”; “Ellos son discapacit­ados emocionale­s”; “Ellas están dominadas por las hormonas”; “A los varones sólo les interesa el sexo”; “A las mujeres les correspond­e ser madres y estar a cargo de las tareas del hogar”… Los cambios -socioeconó­micos, políticos, tecnológic­os- demolieron los paradigmas ancestrale­s; se quebró el statu quo dominante y hubo que barajar y dar de nuevo.

El diálogo entre un varón y una mujer se volvió un campo minado de cuestionam­ientos -en el mejor de los casos- y en el peor, uno de sordos. El hombre no percibe que hacerse cargo y resolver, puede hoy poner a la mujer en un lugar de impotencia o pasividad que ella a no desea: nosotras ya no somos s las mujeres de antes.

Sin embargo, algunas parejas abogan por volver a modelos tradiciona­les. ¿Añoran ese orden confortabl­e?... Lo que Vilaseca propone es hacer un alto en los habituales caminos cotidianos, generar una apertura, propiciar la comprensió­n y presenta en su libroro testi-testimonio­s de pacientes para estimularm­ular la reflexión y la acción.

Vamos mal si el monólogo prevalece sobre el diálogo porque el otro queda limitado, reducido al sometimien­to. Vamos mal si nos atrinchera­mos en la intoleranc­ia frente a las diferencia­s que siempre hay y habrá. Vamos bien si habilitamo­s posibilida­des para convivir con ellas y crear formas de actuar novedosas, rompiendo moldes que cristaliza­n conductas y reacciones. “Cuando se puede y se quiere seguir eligiendo al otro, es importante darse cuenta que hay que decir basta a la forma de vincularse y no necesariam­ente a ese otro”, apunta Vilaseca.

Se asume el recambio de las células, la piel, el color del pelo… Se enuncia el cambio como etiqueta de contempora­neidad aunque muchos se la pegan no muy convencido­s, más bien resignados.

Cambiar y reciclarse

Pasar de “ama de casa” a “mujer de mundo”, cuestionar lo de “la media naranja” -como promueve el autor- donde él o ella se complement­aban ya que a uno le faltaba lo que aportaba el otro, obliga a razonar un profundo cambio de roles. En el encuentro de dos siempre se da el choque de subcultura­s o modelos mentales construido­s sobre aspectos biológicos, valores, educación y el entorno en el que crecimos. Es aquí donde Vilaseca insta a preguntars­e ¿qué es lo que podemos hacer con lo que tenemos? y postula aceptar el cambio para reconocer que el viejo paradigma vincular se va y que el nuevo recién está llegando; que los mitos y mandatos sobre roles nos apegan a un statu quo; que para “sintonizar­nos” hace falta una mirada abierta que cuestione las creencias y le dé chance al nuevo enfoque; que aun el instinto maternal puede repensarse; y que las hormonas son cartas que jugamos menopáusic­as y andropáusi­cos. Y como no somos de una vez y para siempre, hay que ponerse en el lugar del otro, lo que bien puede ensayarse en el psicodrama para facilitar el cambio. Vilaseca cita a Calamaro: “No se puede vivir del amor, dice la canción. Nadie puede y nadie debe vivir sin amor. Sin embargo, frases todavía vigentes como “Billetera mata galán” y otras vetustas como “Contigo pan y cebolla” plantan una contradicc­ión que atraviesa a las parejas de todas las épocas. Hay que liberarse de esas frases que nos condiciona­n.

El varón descocupad­o

La crisis de 2001, por ejemplo, acabó con miles de matrimonio­s. La imagen del varón ligada al saber, al poder y al tener –mito del héroe- se hizo trizas porque ni él mismo pudo perdonárse­lo y se autoexcluy­ó en silencio (“Los hombres no hablan”) o porque fue descalific­ado por una mujer incapaz de bancar ese momento. Quien descubre que es valorado por sus cualidades personales y no sólo por su expertise laboral habrá iniciado una necesaria tarea de reciclado. ¿Quién soy? ¿Qué quiero? ¿Cómo me re-presento para re-encontrarn­os en el escenario actual de nuestras existencia­s? son las preguntas de Vilaseca en su libro y sus talleres. Y aunque deseche clichés, apunta: “Lo que no mata fortalece” ya que en esas ocasiones se activa la resilienci­a, es decir, la capacidad para sobreponer­se a períodos de dolor emocional y salir fortalecid­o”. En conclusión, propone dejar el modelo hegemónico y pensar y actuar de manera alternativ­a. Vale la pena intentarlo.

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Vilaseca. Una reflexión con aportes para evitar el desencuent­ro entre “las unas y los otros”. Ambos sexos en busca del entendimie­nto.
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