Más papistas que el papa
Tanto la falta de memoria, como la incapacidad de resistir a un archivo, se han convertido, hoy por hoy en estas tierras, en moneda corriente y sonante. La hipocresía, justo es decirlo, no le va en zaga. Cosas veredes, como rezaba la antiquísima expresión popular y, se podría agregar, escuchares, que harían levantar de la tumba para volver a desplomarse en el acto a más de uno. Y si las reconversiones, en algún momento, demandaban meses, o uno que otro añito, ahora se producen en cuestión de semanas o, qué más da, apenas días. Y se dan sin repetir, sin soplar y sin ruborizarse ni apenas un poquititito. Nada de nada, pero de nada, nada. Y nada -valga la redundanciani nadie parece escapar a la voracidad de los conversos, carentes de todo empacho a la hora de saludar aquello de lo que abjuraban incluso minutos antes. Como estos sujetos no reconocen límite ni vallado alguno, hasta el Santo Padre, nuestro Francisco, ha caído en la volteada. Todos se han convertido en bergoglistas -más justo sería llamarlos francisquistas- de la primera hora. Difícil es encontrar, por caso, a alguien que no tenga una anécdota propia con Su Santidad para contar mientras se dora el asado. Peregrinar hasta el Vaticano pareciera formar parte de cualquier viaje que se precie a la eternidad de Roma: la Fontana di Trevi, el Coliseo, y una fotito con el papa, prolija y debidamente colgada en Facebook, son el must del turista nativo. Por no hablar de los que lo denostaban hasta horas antes de su elección y ahora, con tonito admonitorio y dedito levantado, bajan línea diciendo que no sólo hay que fotografiarse con él, sino que, además, a Francisco hay que leerlo... Conversos, y más papistas que el papa.