Clarín - Mujer

Tan distintos y en pareja

Las diferencia­s culturales o de clase no impiden que lo intenten. No son “tal para cual” y fracasan o siguen juntos, según cada caso. Historias que no son cuento.

- t: Sissi Ciosescu / Especial para Mujer / i: Fernanda Cohen

Yqué hacen estos dos juntos? La pregunta nos la hicimos más de una vez después de ver alguno de esos duos que, en principio y al parecer, no pegan con nada. Hasta que un día nos toca y somos de “esos”, hacemos pareja con alguien de “otro palo”.

Cecilia nos cuenta: “Empecé la facultad y conseguí un trabajo en el centro de Córdoba, en un estudio jurídico. Y ahí estaba él, casi todos los días en la misma esquina -una mezcla de Piñón Fijo y Pipo Pescador- tocando la guitarra y pasando el estuche. Más de una vez le puse algunas monedas y empezamos a saludarnos. Un día, saliendo del bar donde solía comer algo rápido, me encaró y no lo reconocí. Usaba un jean y una camisa leñadora. Tenía la cara limpia, sin maquillaje, y el pelo largo y negro. Soy el de la otra cuadra -dijo. Y me quedé perpleja. Caminamos hasta el estacionam­iento donde guardaba mi auto, un cero km, regalo de mis viejos, porque lo había logrado: era abogada. Martín (38) tenía en ese momento 29 años y yo 24. Fue pasión a primera vista. Una pasión loca que incluía todos los contrastes: desde caminar tomados de la mano, él en su traje de arlequín medio raído y yo con mi tailleur gris, mis tacos y mi attaché ”.

La dama y el vagabundo

Hoy, con 30 años, Cecilia recuerda la historia entremezcl­ando humor, ironía y angustia: acaba de separase de Martín, “después de probar todas las opciones terapéutic­as para salvar una relación de cinco años”. A grandes trazos, se enamoraron y se fueron a vivir juntos. Durante el primer año, vivieron del amor, del sueldo de ella y de lo poco que juntaba él. La diferencia en el dinero no parecía un factor importante. “¡Nos reíamos porque a los ojos de los otros éramos La dama y el vagabundo! Y mientras nos mantuvimos invisibles a mi familia y los amigos, solo los dos en nuestro tupper, éramos felices compartien­do nuestras diferencia­s. Martín era uno de siete hermanos, había crecido en la calle y terminado el primario a los golpes. Dejó de ver a los padres y los hermanos desde que se fue de su casa, siendo un adolescent­e. Yo, hija única, mimada pero no consentida, siempre querida, con una familia llena de primos y tíos, era de esos familiones que se juntan no solo en los velorios. La primera en mostrar una conducta inusual fui yo: iba sola a las reuniones y empecé a mentir. Martín está de gira -les había dicho que era clown porque sonaba más elegante- por eso no vino. Mis viejos que se habían instalado en Bahía Blanca querían conocerlo y se apareciero­n en Córdoba para darnos la sorpresa. Trincho apareció con su peluca y su enterito a rombos. Fue un shock”.

El bastón de las mentiras

Para la psicóloga Cristina Romero dedicada a la terapia de parejas, “en la etapa apasionada del enamoramie­nto están ella y él, y el resto queda en un cono de sombra. Pero con el correr del tiempo todo se ilumina y muchas parejas sostienen que los demás no son importante­s. Se fusionan en un pacto de ellos contra todos y eligen vivir el uno para el otro por siempre jamás. Son pocos. En la mayoría de los casos el vínculo se agrieta porque somos gregarios; es difícil -aunque no imposible- vivir sin vincularse con las familias de origen, y si los viejos amigos se abandonan y se buscan otras amistades, habrá que construir un nuevo contexto desde lo verdadero. Las mentiras son un bastón para apoyarse en el autoengaño”, opina Romero.

“Lo que al principio me divertía -un Martín sin filtro, alocado y rústico, describe Cecilia- empezó a molestarme. Yo creía en su capacidad para cambiar, para refinarse y socializar. Conste que no me puse a querer cambiarlo, solo que pensé que lo haría por decisión propia. Pero él insistía en su personaje troglodita. No era un tonto pero se hacía el peor de los tontos delante de mis amigos y de mis padres. Un día le regalé un traje para el casamiento de mi prima; se lo puso de mala gana y estuvo toda la noche en la mesa de los más chicos, como si fuese el mago contratado para entretener­los. Al día siguiente estaba hecho jirones: lo había cortado con una tijera para transforma­rlo en su nuevo disfraz. Cuando lo vi, supe por primera vez lo que era el resentimie­nto”.

Zona de intersecci­ón

Sobre esta, Romero apunta: “Los dos mundos de esta pareja despareja podrían haberse integrado si no hubieran llegado a resentirse; el resentimie­nto alimenta la agresión y es difícil dar marcha atrás. Pueden zanjarse diferencia­s intelectua­les o sociales si de entrada se plantean como una realidad. Querer ocultarlas es ingenuo e indebido; hay que trabajar sobre esos modelos mentales para que sintonicen una frecuencia que les sea común y funcional. Es como aquella teoría de conjuntos que nos enseñaron en el primario: las personas, en pareja, son como dos conjuntos, el A y el B; cuando se intersecta­n, hay una región común, la C, pero quedan otras donde no hay tal intersecci­ón. Pasa en todas las parejas, más aún si vienen de mundos tan diferentes. Ampliar la zona de integració­n de valores e intereses -la C- es un trabajo que requiere mucho esfuerzo y una condición: que el amor sea ese junco que se dobla pero no se quiebra”.

“Te voy a pulir”

Otra caso fue la de Marga (50) y Matías (35): ella bailarina de tango y él, Licenciado en Economía. A la diferencia de edad hay que sumarle los intereses vocacional­es y de ilustració­n, no así de extracción social ya que ambos son de clase media. Marga cuenta que desde el comienzo de la convivenci­a Matías “se puso en Licenciado” y que su frase de cabecera era “Te voy a pulir”. Lo que era una broma tenía una seria intención que se fue haciendo intolerabl­e. “No podía más aguantarme esas cátedras sobre libros o los modales en la mesa… con el tango viajé mucho y no soy una bruta. Pero me lavó la cabeza y dudé tanto de mí que me sentía un trapo. Lo amo -confiesa Marga-, pero lo dejé. Corté porque el próximo paso era el de tener hijos. Nunca quise ser madre y no soy egoísta: Matías es joven y tiene derecho a una familia”. Cabe preguntarn­os si aquí hubo amor y por eso lo dejó ir, o no hubo, y por eso ella se fue...

Sin embargo, también hay “distintos” en parejas ejemplares que sortearon obstáculos y prejuicios propios y ajenos. “¿Quién dice que los seres humanos somos de una manera única todo el tiempo?”, inquiere Eduardo (54) profesor de Matemática y desde hace dos décadas, casado con Mayra (48), una

remata.. artesana y feriante callejera. “La vida es cada día, hora a hora. Y el amor, si querés, vence”,

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