Objetos en desuso
Contaba un amigo, tiempo atrás, que iba caminando por la calle con su hija de 8 años cuando de repente la nena se paró en seco y, tirándolo con fuerza de la manga, lo obligó a retroceder hasta una vidriera en la que acababa de ver “un objeto rarísimo”. Intrigado, el hombre se acercó para descubrir, con estupor, que lo que había sorprendido de esa manera a la criatura era nada menos que una proverbial y querida máquina de escribir. Ese objeto que hasta no hace demasiado se podía ver sobre cualquier escritorio de oficinas o reparticiones públicas (sin ir más lejos todavía se usan en las comisarías) hoy era, a los ojos de su hija, poco menos que ignota pieza de museo. Puestos a catalogar esos enseres de la vida cotidiana que hoy han caído en desuso, seguramente el listado será profuso: televisores en blanco y negro (pruebe contarle a un niñito o adolescente que así se veía antes televisión y verá caer al instante sus mandíbulas), radios portátiles como las Spica o cataplasmas son apenas algunos ejemplos. A los que, sin dudas, habrá que sumar esos bonitos cuadernos, de tapas duras y lustroso candadito que solían llamarse “diarios íntimos”. Es casi imposible imaginar, hoy, a una adolescente, lapicera en mano, con tiempo disponible para llenar hojas y hojas, confiando al papel en blanco sus más secretos sueños o sus más ardientes confesiones. Facebook y Twitter mediante, nada se guarda, todo se comparte y se muestra, y lo que antes era íntimo hoy es instantáneamente planetario. Una duda: ¿dónde y cómo será posible encontrar, cuando la vida y sus azares nos convoquen a hacerlo, esas trazas de lo que fuimos si sólo nos limitamos a garabatearlo en escasos y virtuales 140 caracteres?