La larga marcha de Zainab
En la vida, nada le resultó sencillo. En su Sierra Leona natal, ya desde muy chica, sintió en carne propia el precio que, en demasiados lugares, se paga por ser mujer: tenía apenas 12 años cuando su padre, un imán en ese destino de Africa, quiso entregarla en matrimonio. Su madre se negó, y ahí aprendió Zainab Bangura algo más acerca de costos y elecciones personales. El padre las abandonó, obligando a la mujer a rebuscárselas como pudiera para mantener a su hija, aferrada a una innegociable condición: sin importar los sacrificios que debiera hacer para ello, la niña iría a la escuela. La decisión dio sus frutos, y fue clave en la futura vida de Zainab. Tanto, quizás, como lo sería la muerte de su madre, y una dura circunstancia vinculada con ella: según la tradición, su padre- el mismo que las había abandonadodebía ser el responsable de sepultar a la mujer, dado que Zainab no estaba casada. Resuelta, el día del funeral contrajo matrimonio con el hombre con quien ya compartía días y noches. Fue ahí, diría más tarde, cuando decidió convertirse en activista. Y lo fue con creces, trabajando en la concientización de los derechos de las mujeres de su tierra, en campañas en pos de las buenas prácticas democráticas, denunciando las atrocidades cometidas en la guerra civil de su país contra la población, especialmente la femenina, víctima de violencia sexual y otras aberraciones. Amenazada, ganó varios premios internacionales por su lucha en defensa de la democracia y los derechos humanos en Africa, fue canciller de su país y ocupó diversos cargos en Naciones Unidas. Desde allí, inclaudicable, sigue alzando su voz en nombre de todas aquellas mujeres que aún no la tienen.