Clarín - Mujer

Felicaj Patrotago

- Por Patricia Suárez

Mamá y papá estaban yendo a terapia para recomponer la pareja y al parecer el terapeuta les recomendó sacar a la luz sus mejores habilidade­s y las habilidade­s que más los satisfacía­n. En menos que canta un gallo, Walter Kharma se puso una academia casera pero con aspiracion­es de instituto de idioma ESPERANTO. Había llegado a tal fanatismo por ensalzar este idioma creado en 1876 por un oftalmólog­o polaco, que lo hablaba a cada rato. Porque lo más importante, insistía Walter, era la ideología que subyacía al aprendizaj­e del idioma: la de abrazarnos todos como hermanos a través de una misma lengua. Así que iba al superchino de Li y le preguntaba en esperanto al perplejo Li cuánto costaba un jabón, un paquete de velas, un sobre de pimienta negra, en esperanto.

Li Jiujian había pasado por dos inspeccion­es de la Afip y no había permitido que su rostro revelara una sola expresión traicioner­a. Delante de Walter Karma hablando en esperanto, creía que la Afip le había implantado subreptici­amente un chip en el cerebro y ahora estaba tomándose contra él una venganza haciéndole no entender qué precio estaba dando a cada cosa. A la verdulera boliviana, Walter Karma también le pedía bananas en esperanto. Banana en esperanto: banano. Le pedía zanahoria, karoto. Le pedía manzana, pomo. La boliviana pensaba que estaba delante de un pobre hombre que sufría de Alzheimer.

Como Clara Karma viera que su marido estaba estable afectivame­nte, le daba lo mismo que enseñara esperanto, chino mandarín o sobre cómo construir laúdes con caparazone­s de tortugas de jardín. Laúd, liuto. Caparazón de tortuga, tortoisesh­ell. Tortuga, testudo. Tímidament­e, porque tampoco quería convertirs­e en una aguafiesta­s al por menor, Caty insinuó si esta nueva afición del padre no se parecía al comienzo de un brote psicótico.

La madre rió entre dientes ante esas palabras: ella el único brote que conocía era el de soja. Soja, sojfabo, agregó la madre. Y como si fuera poco y Caty tuviera algún atisbo de duda, le comentó que el padre estaba en estrecha comunicaci­ón con la Universida­d de Washinghto­n en Seattle, en donde querían grabar con él una larga entrevista debido a sus amplios conocimien­tos del idioma esperanto. Iban a meter a Walter Kharma en un tomógrafo de cuerpo entero e iban a estudiar sus ondas cerebrales con electrodos en el cerebro. A papi, sí. Cerebro, cerbo.

Después de semejante discurso, a Caty no le quedó mucha materia sobre la cual opinar. Tampoco Simón la secundaba con el asunto de que tal vez su padre estuviera padeciendo un trastorno psíquico. Apenas si por un pelo, Caty pudo evitar que Simón se asociara con su suegro para poner un instituto de esperanto. El esperanto y el ajedrez eran hermanos, aseveraba Simón y Caty más nunca en los tres años que llevaba con él sintió que se había unido a un estúpido. Un estúpido, que, ella no se olvidaba de la cosa, parecía andar atrás o -mucho peor- revolcándo­se con alguna rubia por ahí.

Para el Día del Padre, Caty cocinó un par de pollos al horno y esperó a su padre y su madre. Entraron los dos de la mano, felices como si fueran tortolitos, dándose besos piquitos a escondidas igual que quinceañer­os, al paso que el padre, con una botella de champagne kosher Kedem, gritaba: “¡Felicaj Patrotago!” . Patro en esperanto, padre. Felicaj Patrotago, feliz día del padre.

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