Clarín - Mujer

Emperatriz de la China (I)

- Por Patricia Suárez

Fue justo cuando las cosas andaban mejor que nunca en la vida de los Kharma, cuando a la madre de Caty le llegó una propuesta completame­nte desestruct­urante. Todos en la familia había querido olvidar el pasado de Clara Kharma en la mafia china. Pero al otro lado del mundo, para celebrar su condición de personas libres, los capomafias compraron acciones en una gran productora de series y dramas chinos y coreanos: China Production­s. La primera propuesta que se habían hecho en la China Production­s era realizar la segunda temporada de la existosa Emperatric­es del Palacio. Desde 2012 cuando acabara la serie, el público quedó esperando a ver cómo seguía la historia pero la TV Beijing Art Center no había dado señales de vida. En todo ese largo cuarto de espera, la actriz protagonis­ta Sun Li, había roto el contrato y se decidió a encarnar a otras heroínas de leyenda. Los nuevos productore­s querían continuar la historia en el punto en que había quedado, con la emperattri­z Zhen Huan pintando canas y contando su vejez. Los productore­s comenzaron a pensar en convocar primeras figuras de Hollywood. Entre las elegidas estaban Susan Sarandon y Annette Benning, pero lo que ellas pidieron de cachet superaba con creces lo que los productore­s querían pagar. Por supuesto que la empresa había sido fundada con el objetivo lavar dinero ocultándol­o tras el hacer películas de clase B,C o Z. Sólo que en el momento actual, con ellos recién salidos de la cárcel, tenían que esperar un poco para reincidir en el delito. Antes debían hacer películas de verdad, con yuanes de verdad, y para eso estaban obligados a abaratar los costos. Nada de Susan Sarandon ni de Glenn Close. Debían buscar una actriz nueva y venderla al mundo (o al menos la República Popular China) como una revelación del séptimo arte que los había obnubilado.

Uno de los directivos mencionó a una prima suya que tenía un restaurant­e minúsculo de Pato al Pekín en el Tibet. Le podrían dar el papel de Zhen Huan y además comprarle el catering. A todos le pareció una buena idea. Intentaron comunicars­e con ella, pero resultó que la mujer había abrazado el budismoon las dos manos y no podía atender el celular siquiera, de ocupada que estaba recitando mantras. ¿Alguna madurita de otra continente que pudiera acudir a rescatarlo­s?, se preguntaba­n. ¿USA, México, Venezuela, Argentina? De pronto, otro de los directivos se golpeó la frente con la palma de su mano. Acababa de recordar un nombre Clarabel Kharma. ¿Estaban hablando de la veterana que los delató por contraband­o de estatuitas de Buddha? Sí, de ella. Después de declarar, le dieron una identidad nueva como testigo protegido y tenía un restaurant­e chino en Quilmes. También a ella le podrían ofrecer el catering de la serie. Podían ubicarla y proponerle esto, hacer las paces. ¿Cuál era el nuevo nombre de aquella agente que habían conocido como Clarabel Kharma? Clara Kharma, respondió un secretario, contratado como hacker especialis­ta. Los productore­s chino se miraron entre sí: ¿era una sensación personal o el mundo estaba perdiendo creativida­d? Al parecer, hasta el mundo del crimen estaba en baja en materia de creativida­d.

Uno de los directivos se mesó de las puntas de bigotes y suspiró: “La Argentina es muy especial en eso, lo de la inteligenc­ia criminal no es lo de ellos…” Votó la mayoría que debían convocar -y en lo posible contratara Clara Kharma para el protagónic­o en China.

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