“Todo puede hacerse títere”
Antoaneta Madjarova lleva en el alma el adn de los títeres. El arte de otorgarle vida al mundo de lo inmóvil.
El acento natal se le cuela en la voz: “mitad búlgara, mitad argentina”, se define; pero, por sobre todo, Madjarova es titiritera, egresada de la Facultad de Títeres de la Universidad de Teatro y Cine de Sofía, Bulgaria, país donde nació. También es música: pianista para ser precisos. Hoy, en Buenos Aires, codirige los departamentos de Artes del Centro Cultural de la Cooperación y enseña su arte en la Universidad de San Martín. Desde hace más de veinte años vive en esta Ciudad, donde sus títeres ofrecen exitosos espectáculos que convocan a al público infantil, sí, y al de todas las edades.
De Sofía a Buenos Aires
“Me formé en Bulgaria, pero la parte profesional madura la hice acá”, cuenta. “Vine en 1992, para el festival ‘Con ojos de niño’. Aparecieron propuestas, primero fueron unos meses, después un año, y dos más… Me fui quedando”. Con ella vino su hijo, Nikolai, que hoy está terminando Arquitectura. “Acá la creatividad está en el aire, hay más espectáculos que en París. El gran referente en ese momento era el elenco de titiriteros del San Martín, fundado por Ariel Bufano. Cuando a fines de los 90 se creó el Instituto Nacional de Teatro se empezó a dar subsidios a la actividad y surgió un movimiento de grupos independientes que poblaron pequeños teatros: apareció el teatro de cámara, un espectáculo distinto”. En la librería y teatro Liberarte fue programadora, montó espectáculos y tuvo un taller de formación de titiriteros. Fue convocada después a ser parte de un lugar para ella fundamental: el Centro Cultural de la Cooperación.
De arranque, establece: “un artista es algo más complejo que un simple técnico específico. Son importantes la formación teórica, el conocimiento del entorno y el compromiso. El arte tampoco es solo intuición, es una cosa de acumulación, de realización, de conocimiento teórico y material, de reflexión sobre la práctica”, puntualiza. “Con los actores discutimos acerca de dónde estamos parados; el CCC nos da ese espacio, está el área de investigaciones en Ciencias del Arte que coordina Jorge Dubatti. Y es un referente de los espectáculos para niños. En los veranos se hacen también títeres para adultos y, desde 2012, cada dos años, el Premio Javier Villafañe, que convoca tanto a titiriteros para niños como para adultos. Este entorno me sostiene, es central para mí, me apoya, me siento parte. El éxito individual se basa en el trabajo colectivo”. Con el grupo de artistas que conforman Kukla, la compañía de titiriteros, entienden que la exigencia es la excelencia artística y el trabajo de experimentación e investigación previo a las obras. “En esa búsqueda confluyen lo intuitivo y el conocimiento. Un artista está en formación permanente. No se debe techar, limitar ni conformar. Creo en las infinitas posibilidades del mundo de los objetos y la materia inanimada. Todo puede hacerse títere: en situación dramática todo se convierte en personaje.”
Por si algo le faltara, es además docente en la UNSAM, en la carrera de Artes Escénicas, donde da técnica de animación. “Es una de las pocas carreras de este tipo en el continente. Siempre enseñé. Cuando estaba en la facultad en Bulgaria ya teníamos un taller, con niños, había muchos centros culturales en la costa del Mar Negro”.
Arte desde la cuna
“En mi infancia había muñecas que abrían y cerraban los ojos o que hablaban, pero me interesaban un ratito, nada más. Prefería crear mis propios personajes e historias con objetos de la vida cotidiana. Mi primer teatro de títeres de mesa lo hice en un mueble de mi abuela, que tenía una repisa. Me apropié de ese mueble, ahí tenía todo guardado, lo sacaba y hacía mis primeras funciones… la base de los títeres es el juego ingenuo.” Lo artístico es de familia. Su madre quería hacer una carrera artística “pero no pudo: nació en el 36 y vivió las guerras con toda su furia. Estudió medicina. Entonces pensó que si tenía hijos serían artistas. Y así fue: mi hermana estudió música y yo soy también profesora de piano y de solfeo”. Un día, a instancias de una amiga, Antoaneta rindió examen de ingreso a las carreras de Actuación y Títeres de Sofía. Entró en las dos y se quedó con Títeres. “Me desarrollé en plena época del socialismo. Las actividades artísticas eran muy apoyadas, nada que ver con la época de mi madre. Escuché toda la música, el teatro las películas. Había muchos títeres, ópera, salas de conciertos, todo accesible. Y sorprendentemente había, y sigue en la actualidad, una Facultad de Títeres. Es una tradición. El títere en tierras europeas tiene gran importancia. El gran Serguei Obraztsov, marcó al mundo con los títeres. Eso lo decía Ariel Bufano.”
Todos los públicos
La cultura porteña subyugó a Madjarova. Es que, además, el viaje está en el adn de sus títeres. Habla del Teatro de Títeres de Moscú, donde habitan actualmente los títeres de Obraztsov y los que reunió durante su vida. “Los niños son tratados con gran respeto. Cuando uno trabaja para ellos se necesita un profundo conocimiento de la infancia, su crecimiento y desarrollo, sus necesidades y sensibilidad. No hay temas tabúes, pero es preciso un lenguaje adecuado para expresar y trasmitir”. En este sentido, el Teatro Negro permite un lenguaje universal. “Estuvimos en los lugares más exóticos, Singapur, Vietnam, Kuala Lumpur, también en casi todos los países de América latina, con diferentes espectáculos. Un espectáculo como Circus Focus
Bokus funciona maravillosamente en todas partes. Los niños se ríen de los mismos gags, los mismos trucos, tienen la misma lectura acá y en todas partes. Música,
maestro es una obra que no necesita demasiada explicación, uno introduce en la época de la ópera con una voz en off y ya ahí se desarrolla todo. Hay dos cantantes de ópera y trabajamos con el humor y los juegos, y todo pasa por la música.” Sin embargo, no en todos lados es igual: “En Malasia fue muy diferente; vinieron a la función de Pulgarcita niñas de nueve a catorce años, que ya a esa edad se casan, las familias las entregan. Y no aplaudieron cuando los titiriteros se sacaron las máscaras al final, jamás se rieron.”
“El espectáculo para niños, si es bueno, es para todas las edades. En la sala están sí o sí a los adultos. Muchas veces me quedo atrás con los técnicos y veo todas cabecitas de gente grande, la proporción es dos adultos a un niño. A veces vienen tres generaciones, los abuelitos, los padres, el niño y el hermanito más chiquitito que tal vez es un bebé de seis u ocho meses. Hay que pensar en esa amplitud.”
Errores fundamentales
Mardjarova acumula una larga lista de títulos de espectáculos que obtuvieron siempre el aplauso del público y la crítica especializada: Pim Pam Pum (una versión de Los tres chanchitos); Caleidoscopio (en teatro negro); El invento terrible (con títeres de varilla) y
Música mestro, entre tantos otros. “Para los 200 años del nacimiento de Andersen hicimos Pulgarcita, estrenada en Singapur y en Malasia. En Circus Fokus
Bokus se reunieron el circo y los títeres. “Nos preguntamos que pasaría si lo que hacen en los circos los rusos o chinos lo intentan los títeres? Y encontramos lo absurdo: el títere se arma y se desarma; esa búsqueda me encantó, fue algo muy distinto de imitar las proporciones y actitudes humanas. Los juegos eran totalmente disparatados, un malabarista chino se sacaba la cabeza, se armaba al revés, una bailarina y contorsionista se alargaba las extremidades.”
La música, como era esperable, inspira a Antoaneta y le genera imágenes y temas. “Pero cuando trabajo con la dramaturgia confío en el títere. Muchas veces en los ensayos hay situaciones, incluso errores, que se convierten en algo fundamental para trabajar la dramaturgia. En un ensayo de El invento... había una ratita que no tenía mucho protagónico. Estaba bocetada, con goma espuma, los ojitos prendidos con alfileres. Uno de los actores, muy temperamental, sacudió el títere y uno de los ojos saltó. Así varias veces, hasta que le pusimos en el medio el único ojo que quedaba.¡Este era el personaje: la ratita de un ojo! Pasó a ser protagónica. Reescribí y compuse el nuevo personaje, esta ratita que toda la obra busca su ojo que está en un frasco con formol, un experimento científico. Fue el personaje más creíble y querible para los niños. Y solamente decía: ¡ojito!, ¡ratita!”
Dar vida a la materia
Antoaneta y los títeres tienen una comunicación cimentada desde la infancia. “Muchas veces, cuando hay que reparar uno, algo me dice ‘hacelo vos’. Me lo llevo a casa y después lo veo en escena y hace mejor las cosas... No quiero moverme en este plano abstracto, pero hay algo de lo energético. Si le presto esta atención lo siento más propio. Así, cuando realizo la puesta hay confianza mutua, porque es él el que tiene que responder. Por metafórico que parezca, la materia tiene su propia vida y a veces se rebela. El títere tiene poesía y síntesis; es además caricaturesco, una figura deformada. El títere de guante no tiene para nada la proporción humana y sin embargo es mágico. Dar vida a la materia inmóvil, telas y goma espuma, es fascinante”.
Basta ver sus obras para constatarlo. Lo que no basta es verlas una sola vez. Los títeres de Madjarova cautivan: edad.. no se puede no volver, sea cual sea nuestra