Clarín - Mujer

Emperatriz (II)

- Por Patricia Suárez

Los productore­s chinos le subieron el pulgar a Park, el hacker de la empresa de tan sólo diecinueve años pero precoz inteligenc­ia. Le pidieron que se conectara con Clara Kharma, antes Clarabella Kharma, agente de la mafia china y muy apreciada por ellos, para protagoniz­ar la segunda temporada del drama chino Emperatric­es en el Palacio. Francament­e, él quería regresar a la Argentina con la nueva identidad del nuevo pasaporte que había conseguido en el mercado negro y ponerse a negociar con el Conicet la idea en la cual estaban trabajando: snacks de calamar. Se trataba de rabas desecadas y su sabor parecía ser un éxito. Los pescaban en un sitio llamado Mar del Plata, donde también había una planta industrial de aceite de calamar, una de las fuentes más ricas de Omega 3 y esto sería el gran avance revolucion­ario para los próximos cincuenta años o el siglo XXII. A decir verdad, al hacker el siglo XXII lo tenía sin cuidado, porque para ese entonces él mismo estaría más desecado que un calamar argentino. De aquí que los próximos cincuenta años le resultaran tan interesant­es: él estaría gozando de buena salud gracias al mismísimo aceite, y convertido en el magnate del calamar si los mafiosos para quienes trabajaban decidían en invertir en algo que no fuera revistas de manga de nudistas y buddhitas de jade.

Para lograr su objetivo, necesitaba una conexión, un camello, y la conexión perfecta era ésta Clara Kharma que vivía en la zona del calamar y encima tenía un restaurant­e chino. La pantalla ideal para traerse toneladas de Omega 3.

Park mandó un email a una dirección de correo encriptada, clara_guionbajo_kharma. Al otro lado del mundo, recibió el correo Walter Kharma, quien en ese instante practicaba conjugacio­nes de tiempos perfectos en esperanto. Yo he amado: Mi amis, Tú has amado; Ella ha amado: Si amis. Leyó el correo atentament­e y luego frotó sobre la pernera de franela de su pantalón el anillo dorado que desde hacía unos días ostentaba en el dedo anular. Anillo, ringo. Matrimonio, geedzeko. El amor es una plantita que hay que regar todos los días, y el matrimonio es un zarzal de espinas: no existen los tiempos perfectos que conjugar en el matrimonio. A vuelta de correo, Walter puso a los chinos: “Mia edzino ne estas aktorino”. El hacker recibió el correo en la China y leyó frunciendo los ojitos hasta que parecieron líneas (¿era éste el final de su sueño como magnate del aceite de calamar? ¿Debía tirar por la borda su capacidad de empresa y su investigac­ión -un artículo en un matutino argentino- sobre el negocio del calamar?). Luego ofreció una traducción al resto de los productore­s: o el sistema se volvió loco o hay un infeliz al otro lado, casado con nuestra emperatriz de la China, y habla en esperanto. La respuesta que mandó es “Mi esposa no es actriz. Neniam funkcios en filmo. Nunca trabajará en una película.”

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