Clarín - Mujer

Caty Kharma

- Por Patricia Suárez

Errores que se pueden cometer ante un ataque de celos.

Hay que reconocer que la Dra Vonda Adnov sabía un montón de vulvodynia o dolor vulvar. Caty prestó mucha atenció a la conferenci­a que la doctora brindaba en el hall del hotel, sentadita en primera fila y apretando muy fuerte, muy fuerte, la mano de su querido esposo y compañero, Simón Alvarado. Por eso se limitó a tener a su marido apresado de la mano y a sonreír una sonrisa tal que le hacía rechinar los dientes.

Extrañamen­te, la gran mayoría de los seguidores de la Dra Adnov eran hombres. A Caty le pareció extraño porque dolor vulvar era algo que los hombres no podían tener, por más que quisieran. Claro que podía tratarse de buenos esposos con mujeres doloridas que querían saber cómo ayudarlas… Las clases de la Dra Adnov tal vez tenían el defecto -para Caty y las tres religiosas de la Parroquia de la Llaga- de ser demasiado gráficas. Que la docente hiciera todo el tiempo señas obscenas de meterse y de sacarse, y se subiera al escritorio para enseñar las posiciones más cómodas para el coito en casos de mujeres con vulvodynia, era un poco perturbado­r.

Pero lo que más llamaba la atención de Caty -aunque no la confianza-, era que la doctora Adnov no era una treinteañe­ra como ella había creído por la solapa de su libro y tal vez por alguna errata en su fecha de nacimiento. La doctora pasaba los 50 años. Tenía la edad suficiente para ser la madre de Simón (una madre casi adolescent­e, pero madre al fin), claro que ¿quién dijo que doblarle la edad a un hombre, no resultaba atractivo para el hombre? ¡Y Caty que lo había escuchado alabar por horas las dotes de musicales y la belleza de Miley Cirus y Selena Gómez pensando para sus adentros: Simón está a un pelo de convertirs­e en un pedófilo!

Y en cambio, se le caían las medias por el vejestorio que tenía enfrente. Sí: un rostro perfecto con unos ojos esmeralda y boca en forma de corazón, cabello rubio de princesa, un cuello largo con las tres consabidas arrugas, un pecho alto, pesado, magnífico, piernas que empezaban justo debajo del corpiño de largas que eran, grasa únicamente en las curvas… Caty podía llegar a admitir que la Dra Adnov estaba bastante bien, ¡pero vamos!, que era un vejestorio, era un vejestorio. Cincuenta años, ¿no te convierten en un vejestorio? Mientras así pensaba lanzó una risa loca en medio de la conferenci­a. Susurró en la oreja de Simón: “Qué mayorcita es la Dra Adnov”. Simón no respondió dos atragantad­as palabras, bastante sudor frío le había corrido por la espalda cuando vio a Caty apuntarle con la escopeta por querer ir a la conferenci­a. “Muy mayor”, asintió él.

Caty inspiró profundo: por lo visto, lo suyo había sido una percepción errada: confundió la admiración de su marido por otra mujer con una vil y rastrera metida de cuernos. Aflojó un poquito la presión de su mano: ella tenía sus propios dedos agarrotado­s; pero no daba llevar a Simón a la conferenci­a esposado. Una oleada de vergüenza pasó por su rostro: realmente había actuado mal con Simón. Bastante bien lo había tomado él que no había corrido a pedir auxilio a la policía.

Caty se estiró y entrecerró sus ojos. Mientras tanto, la Dra Adnov pasó estrechand­o las manos de todos los participan­tes de la charla y a Caty le pareció ver que le pasaba a Simón, medio escondida, una tarjeta magnética con el logo del hotel. ¡La llave de la habitación! ¿Era o no era la llave de la habitación de la Dra Adnov?

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina