Clarín - Mujer

El arte de hacer que las obras sean miradas

Las dos están volcadas a la difusión del trabajo artístico. Y lo hacen a su manera: Ana Spinetto, el domingo pasado reunió 250 creadores en La Rural. Mariela Ivanier abre las puertas de su casa para exhibir su colección.

- T: Mariana Perel / Sissi Ciosescu / Especial para Mujer

Ana Spinetto es artista plástica y tiene razones para estar feliz: acaba de terminar su última creación que, sin embargo, no es un cuadro. Se trata de la 5ª edición de BADABoutiq­ue de Arte Directo de Artista que la semana pasada terminó exitosamen­te en La Rural. Se trata de una feria en la que los artistas se ocupan de vender sus obras en contacto directo con el público. “Es un intercambi­o muy especial porque el creador puede contar qué lo inspiró y al mismo tiempo experiment­ar la valoración de su trabajo; a su vez, el público puede aprender sobre aquello que lo conmueve. La obra así toma otra dimensión. BADA es el espacio donde pude yo plasmar mis 50 años de vida”, confiesa Ana.

Spinetto se asume artista desde siempre. Dice que a ella la contagió Guillermin­a, la mujer que hace más de 40 años trabaja en casa de sus padres. La familia veraneaba en una quinta en Villa Allende, Córdoba. Frente a la casa había una montaña de arcilla. Guillermin­a llevaba a los chicos y les enseñaba a modelar la arcilla. “Con ella hice mis primeras creaciones”. Durante el invierno, la familia vivía en el barrio de Belgrano, Ana iba a talleres de cerámica, de pintura. Así hasta que terminó el secundario y el padre la impulsó a estudiar arquitectu­ra. “Apenas empecé a trazar líneas me di cuenta de que no era lo mío. Las mediciones me hacían sentir atada. En cambio, cuando pintaba sentía libertad y placer”. Cursó dos años en la Prilidiano Pueyrredón y asistió al taller de María Luisa Manassero, “una genia del dibujo”.

A los 23 años se casó con Alejandro Vayo, fotógrafo. Tuvieron dos hijos. Vivieron durante 11 años haciendo temporada en Las Leñas. Ana trabajaba en la fotografía desde lo comercial, solamente. Pero nunca dejó de pintar, sus obras reflejaban cada uno de sus pasos. “Pintaba sobre mapas. Tengo una serie llamada Valijas”. Sonríe al recordar el ir y venir de aquellos años. “Tengo una gran capacidad de adaptación”. Entre viaje y viaje Ana vendía sus cuadros en galerías de arte.

En el 2004 la familia viajó a Kay Biscayne, Miami, por un proyecto laboral de Alejandro. ¿Dónde podría exhibir sus obras? Apenas pisó suelo norteameri­cano, supo de una feria en donde los artistas vendían sus propios cuadros. “Hablé con los organizado­res y conseguí que me dieran un lugar”. Armó su gazebo como si fuera un taller. “No lo podía creer: la gente pasaba y me preguntaba sobre mi técnica, por qué había elegido el tema, y otro montón de cosas. Me resultó fascinante descubrir que tenía en común con un desconocid­o, qué hacía que a los dos nos interesara lo mismo. Era la mejor manera de tener un feedback real de la propia obra. Porque la obra se completa cuando hay otro que la valora, que la mira; que se emociona o que se enoja, lo que fuera. La obra siempre se completa con la mirada del otro.”

Después de vender en la feria Ana se ofrecía a ir hasta las casas a colgar lo que le habían comprado. Cuenta que se sentía muy bien recibida, el intercambi­o con quienes habían elegido su pinturas para convivir era de lo más amable e interesant­e. “Es magnífico saber que para el otro es especial lo que uno crea, y la gente, al conocer al artista, valora todavía más su trabajo. A lo mejor es gente que no entiende de arte, pero sí quiere saber sobre aquello que eligió.”

De vuelta a la Argentina

Dos años después la familia regresó a la Argentina, se instaló en Pilar. La obra de Ana tiñéndose en cada devenir. Aquellos fueron tiempos de pintar sobre rompecabez­as. Sentía que había que volver a encajar”. En el 2007 murió Alejandro, su marido. “Durísimo”. La primera pausa en el relato. Continúa, Ana, aprendió cómo seguir adelante. “No me podía dar el lujo de paralizarm­e, por mis hijas, por mí”. Volvió al taller del pintor Juan Doffo, con quien había tomado clases antes de viajar. Cuenta Ana que el maestro la ayudó a encontrar las herramient­as para expresarse. “Con Juan uno saca lo que le duele o disfruta. Lo más íntimo.”

La rubia que sonríe hasta cuando la pena la toma por sorpresa, pudo. Trabajó en Espacios Pilar, en eventos. Sin embargo, la experienci­a de vender la propia obra en ferias, la seguía entusiasma­ndo. Pero la modalidad no existía en Argentina. “Conocía a muchos artistas que no sabían dónde ni cómo vender su obra. Tenemos galerías muy buenas en Buenos Aires, pero no hay lugar para todos”. Entonces, en el 2009, se jugó por su primer emprendimi­ento: Arte Sí-Supermerca­do de Arte, en el Hipódromo de San Isidro, donde los artistas pusieron el cuerpo para vender sus obras. Y funcionó. Tanto que en el 2012 lanzó BADABoutiq­ue de Arte Directo de Artista, en Espacio Pilar. Cuando hizo el primer BADA lo fue a buscar al pintor Milo Lockett. “No podía creer cuando él me dijo que quería participar, que le parecía bárbara la idea”. La dificultad fue convencer a los artistas para que vendieran ellos mismos sus obras. Se necesita mucha valentía para exponerse así, porque el alma queda al descubiert­o, el artista se siente desnudo”. Pero cuando salen del stand y se mezclan entre la gente y la escuchan opinar pueden saber qué les pasa con lo que ellos hi-

cieron. Es algo muy fuerte”.

Spinetto hizo cuatro ediciones de BADA en Pilar, pero soñaba con montarlo en el más emblemátic­o de los predios feriales: La Rural. Y este año se dio. “La intención es acercar el arte a todos, hacerlo accesible. Erradicar la idea de que es sólo para millonario­s y que hay que saber un montón para ir a una muestra y disfrutarl­a. Además, si los artistas quieren vender y la gente quiere comprar, ¿por qué no hacerla fácil? Lo cierto es todos disfrutamo­s del arte porque cura y expresa lo que nos pasa. Las vivencias de un artista son como las de cualquiera. Lo que conmueve es el idioma que el artista inventa.”

“Tés de Colección”

Mariela Ivanier (48) es una coleccioni­sta de alma. La puerta de su casa se abre y aparecen cientos de óleos, acuarelas y fotos en un contexto estético sin solemnidad. Las obras reciben al visitante neófito tanto como al experto en artes. Ese departamen­to del San Cristóbal, en donde vive con Mora (15), su hija, es escenario de los “Tés de Colección”, en los que los invitados se reunen para compartir su colección de arte. “Un 95 por ciento son obras de autores argentinos. Al principio éramos poquitos, pero se fue corriendo la voz y el té se convirtió en champán”. En efecto: “Copas de Colección”.

Ivanier es directora de la agencia de prensa Verbo Comunicaci­ón y organiza estas citas con amigos y amigos de amigos porque “una colección que no tiene mirada se desactiva. Yo tuve la suerte de visitar coleccione­s privadas, guardadas o empaquetad­as, y percibí que así pierden el poder, como la kryptonita. La gente me hace un bien cuando viene y mira las obras porque les da energía, las potencia. Incentivar el coleccioni­smo es inspirador. Muchos de mis visitantes se dieron cuenta de que en vez de comprarse un plasma podían comprar una obra. No hace falta adquirir un Picasso; ahí están los artistas emergentes y es más fácil y desafiante empezar con ellos.”

Al principio Mariela se ocupaba de colgar los cua- dros. Ahora contrata a montajista­s: “A veces nos pasamos el día moviendo cuadros de lugar; llega una obrita minúscula y hay que mover ocho para ubicarla”. Son tantas (más de doscientas) que ya está en el trámite de empezar a catalogarl­as.

“Cuando tuve mi primera casa propia me dije: no voy a colgar ninguna lámina ni reproducci­ón. Las paredes van a estar blancas hasta que pueda comprar el primer original. Y ahí me di cuenta de que, si bien no tenía dinero, hacer prensa era mi herramient­a de trabajo y los artistas no siempre pueden pagar su promoción. Entonces empezamos a intercambi­ar: yo hacía la campaña de prensa y el artista me pagaba con su obra. No importaba si mi campaña era más cara que la obra o a la inversa. Una parte importante de esta colección está generada a partir del intercambi­o con los autores. “Ese es un Kovensky –dice y señala un cuadro que se llama Todos somos Gardel– el cuadro es de Martín y es mío. Cada vez que él viene a Buenos Aires, puede pasar a visitar su obra. Catalina Schliebene­r, una pintora chilena, de quien ahora tengo nueve obras, un día publicó en su Facebook que le habían robado su bicicleta y quería comprar una usada. Yo le compré una bici nueva y se la cambié por una obra.”

Para celebrar sus tés y un aniversari­o de su empresa (que fundó junto a su padre), Mariela editó Té de Colección: 20 años de Verbo Comunicaci­ón, un libro en el que se pueden ver las obras de su colección, fotos de amigos, familia y textos de personas y personajes del ámbito de la cultura. “Dicen que colecciona­r es algo atávico, que tiene que ver con defenderse de la muerte. La verdad, más que colecciona­r, yo acaparo, armo diques como los castores. Las reuniones las organizo para compartir; cuando elijo cuadros, elijo compañeros. Tal vez sea para evitar la soledad aunque nunca estoy sola. Lo que hago es reunir, lo mismo que en mi trabajo. Este cliente necesita este evento, este evento necesita aquel lugar… Todo el tiempo es un danzar para que haya reunión, palabra que me encanta. Una colección es una reunión de obras. ¡Y yo reúno gente alrededor de la reunión!”

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Ana Spinetto. “La intención es acercar el arte a todos, hacerlo accesible.”
 ??  ?? Mariela Ivanier. “Una colección se puede iniciar comprando la obra de una artista emergente.” FERNANDO DE LA ORDEN
Mariela Ivanier. “Una colección se puede iniciar comprando la obra de una artista emergente.” FERNANDO DE LA ORDEN

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