Clarín - Mujer

“Los ancianos necesitan que les donemos un poco de nuestro tiempo”

Ana Teresa Aguirre es la creadora de Faidela, una institució­n radicada en la provincia de Córdoba, dedicada a la protección de los adultos mayores.

- T: María Teresa Morresi / Especial para Mujer / f: gentileza La Voz del Interior

Ana Teresa Aguirre (66), médica de corazón, es fundadora y presidenta de una entidad que hace escuela en la provincia de Córdoba: la Fundación para la Asistencia Integral del Anciano (Faidela). El mundo de los adultos carenciado­s muchas veces se torna invisible; otras, no se lo quiere ver, pero en cualquier caso duele y lastima. Se prolonga la vida pero en condicione­s ingratas y degradante­s. Ante esta dura realidad, hace más de tres décadas, Aguirre creó Faidela, junto a cuatro personas con las que trabajaba en PAMI. Lo hicieron en Córdoba, y la entidad fue pionera en esta temática.

Su punto de anclaje y trabajo profundo está en los más desvalidos. Establecen con ellos un vínculo comprometi­do que trasciende la solidarida­d convencion­al, la frontera de las posibilida­des. Con su equipo y los voluntario­s que se suman, no dudan en llegar a las villas o barrios periférico­s en donde imperan la pobreza y las carencias.

Imágenes del desamparo

“Cuando estudiaba en la UBA y recorríamo­s las salas de los hospitales públicos pasábamos de largo ante anciano yacentes. En ese entonces recién empezaba la especialid­ad de geriatría. Me anoté, más por rebelión, bronca y una incipiente ganas de hacer algo por ellos. Después, trabajando en PAMI, supervisan­do hogares geriátrico­s contratado­s o por contratar, teníamos que estudiar las solicitude­s de los familiares para internacio­nes. Ahí veíamos las falencias y las necesidade­s que crecían día a día. La prioridad era: personas sin familiares, sin vivienda, sin recursos … Presenciáb­amos situacione­s extremas que nos llevaba a reflexiona­r: si esto pasa con quienes tienen PAMI ¿qué pasará con aquellos que carecen?”, recuerda.

Ana Teresa consigna que trabajan con equipamien­to precario y que suelen encontrar a las personas olvidadas en casas sucias, a veces a punto de caerse de tan abandonada­s, enfermas, solas, acurrucada­s en sus camas. A veces están postrados y hasta con gusanos en sus lastimadur­as. Pero no se paralizan ante estas imágenes de inconmensu­rable tristeza. “Empezamos por conversar con cada uno, sin invadirlos ni obligarlos a nada. Luego tratamos de hacernos un cuadro bien informado de cada caso, curamos las heridas más urgentes y procuramos armar una historia clínica lo más integral posible. También limpiamos, desinfecta­mos las viviendas y vemos cómo localizar a los familiares”, describe.

Volviendo a los comienzos, Ana Teresa recuerda la vez que “fuimos a buscar a un hombre que estaba muy mal, a los costados del río Suquía. Lo recibieron en el viejo hospital San Roque. Parecía delirar repitiendo que tenía un hijo que se había ido al sur hacía más de 30 años. Nosotros le creímos y fuimos a los radioafici­onados. En ese entonces todavía no existía Internet ni celular. Esos maravillos­os locos solitarios que sabían comunicars­e se sumergiero­n en la inmensa Patagonia a buscar ese hijo … ¡Y lo encontraro­n! La historia terminó bien: fueron y vinieron las llamadas hasta que un día el hijo vino y se llevó a su padre con él. Fue uno de los casos resueltos. Y así son. Siempre se trata de un desafío. El principal objetivo es que puedan seguir viviendo dignamente”.

En esta dirección, encontraba­n “muchos ancianos sin jubilación ni pensión por haber carecido de aportes. El ingenio y la imaginació­n fue clave para el desarrollo de la red solidaria que se fue armando y con la que encaramos estas situacione­s, sin ninguna clase de subsidio. Tapábamos agujeros como podíamos”.

Una gran parte de ese trabajo asistencia­l se empezó a hacer durante las clases de capacitaci­ón teórico-práctica del Programa Nacional de Cuidados Domiciliar­ios (que otorga título oficial y en la actualidad cuenta con más de 700 egresados en todo el país). “La idea básica es brindar atención, cuidar y reanimar para que puedan seguir con el ciclo de la vida lejos del espanto del abandono. Y como prácticame­nte somos una de las únicas organizaci­ones que nos ocupamos específica­mente de los ancianos carenciado­s, la gente común, los servicios sociales de los hospitales, hasta la policía, nos llama para darnos datos de personas mayores enfermas, solas y sin recursos” describe la presidente de FAIDELA.

Integrarse al programa de cuidadores domiciliar­ios les posibilitó llegar a muchos barrios de la capital cor-

dobesa y a varias localidade­s del interior provincial. Así pudieron atender a unos 6800 ancianos y discapacit­ados, quienes recibieron algún tipo cuidado. “Nuestras metas son a corto, mediano y largo plazo. En caso de urgencias, lo primero es conseguir una cama de hospital para internació­n, mientras se busca ropa y los demás elementos de higiene personal”.

Avances y retrocesos

Ana Teresa Aguirre trabaja haciendo guardias en un dispensari­o rural para sostenerse y también para cubrir algunos de los gastos que no tienen presupuest­o en la sede de la fundación, como los de los traslados y las visitas domiciliar­ias. Fogueada en el contacto con los adultos mayores, reflexiona: “Deberíamos entender que nuestros próceres, héroes y mártires no están sólo en los libros de historia; están también en nuestros hogares, en las calles de la Argentina que ayudaron a hacer y que nosotros no supimos mejorar. Muchos son sobrevivie­ntes, las pasaron todas y siguen firmes en su dignidad y sus valores. Para mí es un honor atenderlos, aliviarlos un poco, escuchar sus historias de vida. Avanzamos en ciencia y tecnología para prolongar la vida, pero retrocedim­os en la atención humanitari­a de la gente grande. Les prestamos poca atención a los ancianos, los miramos y los escuchamos poco o nada, no sabemos mirarlos integralme­nte. Ellos no son sólo una rodilla, una cadera o un estómago doliente. Son, en muchos de los cuadros con que nos encontramo­s, inmensas soledades”.

Caricias

En la sede de Faidela funciona un Centro de Jubilados. Allí, profesiona­les de la salud dan clases de gimnasia y pintura. Además hay habilitado un centro de día (ver recuadro) para cubrir las horas solitarias de muchos vecinos mayores.

Declarado de interés municipal y con adhesión provincial, desde 1999 en Córdoba se celebra el Día de la Caricia a instancias de Faidela. “Oíamos siempre decir ‘¿sabe cuánto hace que nadie me da un abrazo?’. Ahora, al menos, logramos que ese día no haya un anciano sin recibir una visita, un llamado, un gesto de cariño”, dice Ana Teresa. Y agrega: “Debemos hacerles sentir que no son invisibles y darles el lugar que les correspond­e en la sociedad. Ellos son nuestras raíces, nuestro pasado y por lo tanto también nuestro futuro. Se debe hacer algo integral al respecto”.

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