HISTORIA PARA CONTAR
Desde su Tucumán natal, recorrió un camino con tackles, mucho agro y gran pasión por la medicina.
Gastón Fernández Palma, el médico de la siembra directa.
Es un médico que trabaja en el campo? ¿ Un productor agropecuario con un talento innato para los deportes? ¿Un rugbier que entiende de quintales y medicina? En el caso de Gastón Fernández Palma, las tres respuestas son afirmativas, y en el mismo envase conviven el médico otorrinolaringólogo, un destacado productor agropecuario de vasta trayectoria institucional y el segunda línea aguerrido que jamás baja los brazos.
Hijo de un abogado tucumano, su infancia transcurrió en esa provincia, en el seno de una familia de profesionales vinculados a la abogacía, la medicina y el agro. Entre algunas gambetas al fútbol y muchos tackles, desde pequeño frecuentaba el campo familiar y aprendía los se cretos de la caña de azúcar, el citrus y los bovinos.
Después de la secundaria, en 1958 ingresó a la facultad de Medicina en Tucumán, antes s del servicio militar. “Yo pensé é que me salvaba, porque era un n estudiante de medicina y un n tipo piola”, recuerda con una sonrisa. Tocó infantería de marina, repartida entre el viejo hotel de Inmigrantes, en Puerto Madero y la base aeronaval de Punta Indio. Fue telemetrista de mortero, y vivió bien de cerca el conflicto entre “Azules y Colorados” en 1963, y todavía recuerda cuando una mañana lo despertaron en el cuartel el ruido de los tanques del coronel López Aufranc.
Su primer contacto con el rugby ugby fue a los 12 años, en Los Tarcos rcos Rugby Club, y años después fue uno de los fundadores de la sección rugby del Lawn Tennis, siempre en Tucumán. Jugó hasta que
terminó la universidad, y jamás perdió el contacto con este deporte, ya sea entrenando a sus hijos en el club Náutico de Necochea, o bien en partidos de veteranos en el Lawn Tennis tucumano.
Graduado de médico, recibió una propuesta laboral muy interesante en Estados Unidos. Pero a la hora de decidir pesaron los amigos, el rugby y la familia, y después de especializarse en Buenos Aires, enfiló hacia Necochea. Ahí vivía parte de su familia materna, y su futura esposa, Nora Rasmusen. En esa ciudad se relacionó otra vez con el campo, sin dejar la medicina.
A finales de los 80´, el doctor Fernández Palma empezó a experimentar con la siembra directa. Pensaba en como podía frenar el deterioro del suelo, y buscaba otra manera de trabajar la tierra. Fue una época de ensayo, error y muchas burlas de sus vecinos. “Nos decían que éramos un conjunto de locos, hacíamos reuniones en el campo y la gente iba, para ver como yo fracasaba”, dice.
Luego de varios tropiezos, se puso en contacto con Aapresid. Comenzó a trabajar fuerte con esta tecnología, y en un año llevó todo su campo a siembra directa. Y fiel a su espíritu inquieto, desliza una sentencia que lo pinta de cuerpo entero: “El insumo que más se usa en una agricultura sostenible son las alpargatas que desgastás caminando y viendo los lotes”
El debut como presidente de esa entidad fue en plena explosión del conflicto de “la 125”, y cuando terminó su ciclo volvió al campo.
A la hora del balance, reconoce que uno de sus principales aportes fue la incorporación de una gran masa de jóvenes, que en la actualidad constituyen su núcleo de dirigentes. “Generamos una gran cantidad de regionales, y abrimos el juego en todo el país”, afirma.
Pero no solo de rugby vive el hombre. A sus 46 años ininte- rrumpidos de ejercicio de la medicina y su incansable perfil agropecuario, sumó una incursión política en Nechochea, cuando en 2003 se postuló como intendente por el Recrear de López Murphy. “Perdimos por mil votos, mucha gente dice que gané, pero al final caímos en los números”, explica, sin rencores.
Si de deportes se trata, este hincha de Independiente se anima a todo: tenis, duatlón, y algo de fútbol. A la hora de los picados, recuerda con picardía los partidos disputados contra equipos de médicos de ciudades vecinas a Necochea. “Era un marcador de punta áspero y raspador, mucha fuerza y garra pero poca técnica”, se sincera. Y lejos del fair play que pregona el rugby, los médicos perdían el decoro y más de un partido -en especial con los colegas de Tres
DE SU PASO POR AAPRESID, REMARCO QUE SE SUMO A LA ENTIDAD UNA NUEVA GENERACION DE JOVENES
Arroyos- terminaba muy mal dentro de la cancha.
Y esta pasión por el deporte la transmitió a sus tres hijos, que practican disciplinas como triatlón -el menor fue campeón panamericano-, paracaidismo y aladelta.
A sus 73 años, los principales desafíos pasan por Maizar (que preside desde este año) y cumplir su gran sueño pendiente: ver un mundial de rugby desde las tribunas. “Sigo esperando la oportunidad, el año que viene iré al mundial de Inglaterra con un grupo de amigos”, reconoce, con un brillo de satisfacción en su mirada.