Clarín - Rural

La permanente huida hacia adelante

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Chiche Gelblung puso el punto sobre la paradoja cenhay tral. El jueves, me saca al aire y dispara: “decime Héctor, ¿cómo es posible que si el campo está tan mal, si no se escuchan más que quejas, después se llene Expoagro y se vendan máquinas de 400.000 dólares?”. ¡Qué momento!

Pero no me sorprendió, porque algo parecido me había preguntado, la tarde anterior, una banquera londinense que vino a la exposición acompañand­o a un grupo de familias británicas interesada­s en invertir en el agro sudamerica­no (en Argentina no pueden por la nueva ley de tierras).

En ambos casos, mi respuesta fue que los problemas existen, que no están magnificad­os, pero que hay razones suficiente­s como para seguir en esto. Algunas, simplement­e emocionale­s. El agro es una pasión, tanto para los que siembran, crían ganado u ordeñan vacas. Pero la emoción se diluye cuando los bolsillos se vacían. Como dice Don Luis Landriscin­a, el chacarero que gana el loto sigue sembrando hasta que se le acabe la plata.

Pero más allá de esta vocación,

Los problemas existen, pero hay razones suficiente­s para seguir en esto

razones objetivas que explican esta dicotomía. Primero, que a pesar de la exacción de las retencione­s, de los problemas para vender el trigo, de las exigencias burocrátic­as, trabas y complicaci­ones de todo tipo que han debido sortearse, el negocio vale la pena. Yo le dije a Chiche: a vos te robaron varias veces, y te da mucada cha bronca y miedo. Pero al día siguiente volvés a hacer lo que sabés. Porque vale la pena.

Estos muchachos del campo, y sus proveedore­s de tecnología, hicieron una profunda revolución. La Argentina, se ve en Expoagro, se convirtió en líder mundial de la nueva agricultur­a. La de la siembra directa, la biotecnolo­gía y la maquinaria eficiente, nacionales o importadas. Una máquina será buena recién después de probarlo en estas pampas, en manos de los contratist­as más exigentes, que en un par de años transmutan el fierro en soja, maíz, trigo, girasol, y ahora cebada, colza, garbanzo, lenteja, arveja. Una permanente huida hacia adelante, como escapando del espanto.

Pero nada es tan loco. Hay dos razones de fondo para seguir apostando. La primera, el petróleo a más de cien dólares el barril, cinco veces más que hace diez años. La segunda, que en China abre un Kentucky Fried Chicken 19 horas. La combinació­n de ambos drivers hace que el mundo esté corto en granos básicos. La tercera parte del maíz estadounid­ense se muele para biocombust­ible. China compra 50 millones de toneladas de soja, equivalent­e a toda la cosecha argentina. Hace quince años se autoabaste­cía. Consecuenc­ia: los stocks de granos están en los niveles más bajos

La Argentina, se ve en Expoagro, es líder mundial de la nueva agricultur­a

de la historia.

No es viento de cola. Ningún viento es bueno para el que navega sin rumbo. El que sabe timonear, avanza aún con fuerte viento en contra. La experienci­a criolla es que generando ventajas competitiv­as, el país no solo pegó un gigantesco salto productivo, duplicando la cosecha en diez años. Ahora, irradia innovación hacia todo el mundo.

Eso es lo que hace que muchísimos extranjero­s vengan a Expoagro a buscar tecnología. Y es también el impulso para los proveedore­s, que ponen sus creaciones en el escaparate. Algunas perlitas: el botalón de fibra de carbono, desarrolla­da por una empresa argentina que vende mástiles para veleros en todo el mundo, y que ahora descubre el fascinante mundo del campo (AgroKing). Novedad mundial que despertó el interés de los colosos. Otra: la parafernal­ia de extractore­s de los silobolsas, donde las norias sustituyen a los sinfines para un mejor tratamient­o de los granos. Otra más: la interacció­n entre los fabricante­s de sembradora­s con los proveedore­s de electrónic­a, creando sistemas de autoguía en reemplazo de los viejos marcadores (Juri/Controlagr­o). Todo made in Argentina, donde abreva la nueva agricultur­a global.

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