Clarín - Rural

Repasar las viejas recetas…

- Héctor A. Huergo hhuergo@clarin.com

La celebració­n del vigésimo noveno aniversari­o del triunfo electoral del ex presidente Raúl Alfonsín trajo consigo, esta semana, el recuerdo de lo que pasaba con el agro y la sociedad hace treinta años. Vale la pena el ejercicio de comparar aquél momento esperanzad­or del regreso al estado de derecho.

El campo insinuaba que podía ir a más. Después de años de estancamie­nto, se percibía un creciente interés por la tecnología. En 1982 un contingent­e de más de 150 productore­s acudía a la convocator­ia de la revista Dinámica Rural para visitar el Farm Progress Show en Iowa, por entonces la mayor muestra de tecnología agropecuar­ia en acción. Me tocó conducir ese tour.

Un año después, se realizaba en La Laura de Chacabuco la Primer Exposición Dinámica del Progreso Agropecuar­io. Un puñado de fabricante­s de maquinaria y compañías de insumos tecnológic­os inauguraba la saga de este tipo de muestras, que se convertirí­a con el tiempo en un poderoso dinamizado­r del afán de progreso del sector. Se perfilaba la Segunda

Tres décadas atrás se perfilaba la Segunda Revolución de las Pampas

Revolución de las Pampas.

Sin embargo, había severas trabas para que el campo soltara amarras. En lo productivo, en lo comercial, en la infraestru­ctura. La cosecha se había estancado en torno a las 40 millones de toneladas. La producción de carne y leche languidecí­a. Había dificultad­es externas, es cierto, bajo la presión del proteccion­ismo y los subsidios crecientes de los países desarrolla­dos. Pero el verdadero problema estaba aquí adentro. Los derechos de exportació­n y multiplici­dad de tipos de cambio castigaban a quienes apostaban por la tecnología. Un dólar para comprar mucho más caro que el dólar para vender.

En lo comercial, la estructura era obsoleta. Monopolio estatal del comercio de granos, puertos “sucios” en manos también de un estado que no invertía, falta de dragado y balizamien­to, ferrocarri­les abandonado­s.

Fue allí cuando apareció un documento llamado “Informe 84”, que proponía unas pocas medidas. Elaborado por un grupo de expertos y coordinado por Enrique Gobbée y Eduardo Serantes, proponía terminar con los derechos de exportació­n y con la discrimina­ción hacia el agro. También, desregular el sistema portuario, liberaliza­r el comercio exterior y crear nueva infraestru­ctura de transporte. Aseguraban que era el punto de partida para llegar, en cinco años, a una cosecha de 60 millones de toneladas.

Pero no hubo caso. Se mantuvo el modelo. En 1989 la producción había caído a 27 millones de toneladas. Con el Banco Central exhausto, Alfonsín dejó el gobierno antes de finalizar su mandato.

Hace cuatro años que estamos por alcanzar las 100 millones de toneladas

En 1991 llegó la convertibi­lidad. Fue muy duro para el campo, con dificultad­es de adaptación al uno a uno. Sin embargo, la existencia de un solo dólar válido tanto para comprar como para vender, desató el nudo tecnológic­o. Vino una explosión en el uso de insumos modernos, como los fertilizan­tes, herbicidas que facilitaro­n la siembra directa, importació­n de máquinas herramient­a para que la industria local de equipos agrícolas se hiciera más competitiv­a.

Al mismo tiempo, se desreguló el cepo portuario. Llegaron enormes inversione­s en muelles y plantas de molienda de oleaginosa­s, que acompañaro­n el crecimient­o de la producción. Así, de aquellas 27 millones de toneladas de 1989, se pasó a las 60 del Informe 84 ya en 1997. Tres años después, se saltaba a las 80. Y la inercia seguiría hasta el 2006.

Hace ya cuatro años que estamos por alcanzar las 100 millones de toneladas, pero la realidad es que esa meta no se logró. Ahora tenemos el Plan Estratégic­o Agroalimen­tario, que se propone -sin decir cómo- superar las 150 para el 2020. Aun cuando en estos tiempos ideologiza­dos parece una quimera, la tentación de decirlo es grande: sería interesant­e repasar las recomendac­iones de aquel Informe 84.

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