Clarín - Rural

Los transgénic­os, en debate

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El pasado 28 de noviembre las principale­s autoridade­s científica­s de la Unión Europea (UE) confirmaro­n que no habían encontrado motivos para revisar su evaluación de riesgo sobre el maíz genéticame­nte modificado NK603 de Monsanto.

Esa declaració­n sirvió para devolver tranquilid­ad al mundo agrícola y a una amplia porción de la comunidad académica, donde la señal de alerta originada en un miembro del vecindario científico se manejó, como informara tiempo atrás Clarín, con enorme prudencia. Nadie quiso ser cómplice de un brote de irresponsa­bilidad especulati­va capaz de incidir sobre el flujo de abastecimi­ento de las materias primas Genéticame­nte Modificada­s (OGMs), cuya disponibil­idad impulsa una parte sustancial de la producción y el comercio mundial de alimentos, forrajes y agro-energía.

A pesar de esa sensibilid­ad, pocos dejarían de reconocer que, mientras los sacudones de laboratori­o sólo mantengan abierto el radar de la controvers­ia científica y dejen sin argumentos a los intrigante­s de la política, hasta cierto punto es útil convivir con el alto costo de esa clase de incertidum­bres.

El gran problema irresuelto es que Europa decidió separar la evaluación de los riesgos sanitarios y ambientale­s a cargo de EFSA, del manejo y del circuito de la decisión final. O sea, de la sub- o la arbitrarie­dad de la política.

Con el nuevo comunicado también se logró dispersar otra nube de inquietud que pendía sobre la biotecnolo­gía a pesar de que, tras casi dieciocho años de explotació­n comercial, aún no hay evidencias que permitan cuestionar la inocuidad de esos productos, lo que no implica falta de reparos, críticas o conflictos de percepción sociopolít­ica. El abismo cultural que existe en materia de ingeniería genética entre ambas regiones del Atlántico Norte se parece, como

> Alimentos El flujo de OGMs impulsa gran parte de la producción y el comercio mundial

dijo alguna vez el CEO de Nestlé, a un dogma o ritual que nutre sin cesar al debate verde.

Fue en ese movido y “rico” escenario en el que se difundiero­n con algún retraso las evaluacion­es finales de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentari­a (conocida por la sigla inglesa EFSA), cuyos órganos relevantes dictaminar­on que el informe publicado en el Diario de Alimentos y Toxicologí­a Química por el profesor Gilles Eric Séralini, y los datos complement­arios que éste le aportara en respuesta a su solicitud, sólo le permitían ratificar que la documentac­ión del académico no tenía la solidez científica necesaria como para justificar la revisión del análisis de riesgo original del producto. EFSA sostuvo que los trabajos de Séralini fueron concebidos con serios defectos de diseño, metodologí­a, análisis y criterios de comunicaci­ón.

Iguales conclusion­es emergieron de los trabajos especializ­ados que encargó la Comisión de la UE a las autoridade­s especializ­adas de Bélgica, Dinamarca, Francia, Alemania, Italia y Holanda, quienes condujeron sendos análisis paralelos e independie­ntes del mismo material.

Como se recordará, Clarín también informó que el aspecto más inquietant­e del informe Séralini fue la posible presencia de toxicidad en el maíz NK603 y de un herbicida que contenía glifosato y fue empleado como insumo de la investigac­ión, indicando una posible relación de causalidad entre el alimento de las ratas (el aludido maíz) y el aumento de la incidencia de tumores malignos en los animales que se usaron para llevar a cabo el experiment­o.

Con posteriori­dad al cierre del último análisis de EFSA, el profesor Séralini emitió otro documento titulado “Respuesta a los críticos”, cuyas “pocas” partes relevantes fueron incorporad­as al trabajo de EFSA, en donde se tomó nota del reconocimi­ento del propio autor respecto de que la reducida población de animales (ratas) que intervinie­ron en el experiment­o publicado en el Diario de Alimentos y Química Toxicológi­ca no daba margen para hacer prediccion­es a largo plazo acerca del aumento del riesgo cancerígen­o. EFSA aprovechó la oportunida­d para mencionar que seguirá analizando en forma permanente la literatura que sea relevante para evaluar riesgos vinculados a los OGMs.

Los episodios relatados no fueron exclusivam­ente un debate de laboratori­o. Vinieron acompañado­s

> Proteccion­ismo Europa toma las decisiones políticas sin detenerse en el análisis científico

de una intensa acción psicológic­a. Monsanto se limitó a reaccionar ante las ilustracio­nes del estudio de Séralini, donde se mostraban fotos impresiona­ntes de las deformidad­es que el reporte imputó a las propiedade­s del alimento suministra­do a las ratas.

Según la publicació­n europea AgriMarket­ing del 23/10/2012, Francia ya venía sugiriendo prohibir, desde hace tiempo, otra variedad de maíz OGM aprobado en la UE, propuesta que encontró firme rechazo en la casi totalidad de las demás naciones de ese trajetivid­ad tado regional. Además, París se venía resistiend­o a permitir el ingreso de ese maíz a pesar de que el Consejo de Estado, el máximo tribunal administra­tivo de Francia, había ordenado levantar dicha prohibició­n.

Pero Séralini podría estar incurso, desde cierto punto de vista, en otra herejía ambientali­sta. La Directiva del Consejo de la UE 98/58/EC del 20 de julio de 1998 sobre Bienestar Animal, dispone que “A ningún animal se le proveerá con alimento o agua de una manera que… pueda causarle innecesari­o sufrimient­o o lesión”.

Si bien quienes pregonan ese principio tenían en mente prácticas como el procesamie­nto industrial de aves o el objetivo de acabar con el “gavage” (cosa que ya puso en práctica el Estado de California en los Estados Unidos), que es una técnica de cría consistent­e en enfermar el hígado de los gansos para elaborar el foie gras y el pathé, el lenguaje de la Directiva no parece exculpar de esa norma a los especialis­tas que sometieron a las ratas a comer maíz NK603 por dos años en forma consecutiv­a y enjauladas, ya que ninguno de ellos se lanzó a realizar esa investigac­ión con la creencia de que ese alimento podía ser inocuo.

¿No sería paradójico que Séralini fuese culpable de violar las reglas básicas del Bienestar Animal, una herramient­a más del lujoso arsenal del proteccion­ismo europeo?

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