Clarín - Rural

30 años, los mismos daños

- Héctor A. Huergo hhuergo@clarin.com

La abrupta caída del precio de los granos genera angustia en el agro y también más allá del sector. Todos hemos aprendido, en los últimos años, que el campo es enormement­e importante para la economía y la sociedad. La cuestión es cómo afrontar los nuevos tiempos. Los unos y los otros.

Entre los de adentro, la pregunta que circula es si el nuevo panorama, con cotizacion­es un 20% por debajo de las del año pasado, provocará una caída de la siembra y, por ende, de la producción. El escenario más probable es que la superficie sembrada se mantenga, porque “el sistema” siempre se las arregla para aprovechar la tierra disponible. La experienci­a de los últimos veinte años indica que el área depende más del clima que de los precios.

Pero donde sí va a haber impacto, es en el nivel de la intensific­ación. Es lo que viene ocurriendo en los últimos años, donde se percibe un claro estancamie­nto en los rindes, sofrenando el ímpetu de los 90 y los primeros años del siglo XXI.

El Ministerio de Agricultur­a adulteró hace dos semanas los datos de la última cosecha, inventando un millón de hectáreas más de maíz y dibujando un rinde virtual de 7 millones de toneladas, con lo que “alcanzó” una cosecha récord absolutame­nte inexistent­e. La realidad es que tampoco este año se alcanzaron las mentadas 100 millones de toneladas.

Hace exactament­e treinta años, un grupo de expertos coordinado­s por Enrique Gobbée y Eduardo Serantes, redactaba lo que se iba a conocer como “Informe 84”. Un documento señero: en aquel momento la producción había alcanzado 40 millones de toneladas. El informe remarcaba que con el simple expediente de eliminar las retencione­s a la exportació­n, en 5 años se podría llegar a las 60 millones. Se evaluaba que al acceder al “precio lleno” iba a haber una explosión en el uso de nueva tecnología, que ya estaba llegando, lo

Este nivel de retencione­s es incompatib­le con el uso de tecnología

que se traduciría en una suba de los rindes. Esa era la idea.

El gobierno radical no lo entendió. Profundizó el modelo, desdobland­o el tipo de cambio. Consideró que los derechos de exportació­n eran una herramient­a para mantener bajos los precios de los alimentos y, en consecuen- cia, de los salarios. Desechó la propuesta complement­aria del Informe 84 de subsidiar a los sectores más necesitado­s, optando por subsidiar a toda la sociedad con quitas a los productore­s del agro.

El gobierno sucumbió en 1989 por inanición de divisas. La producción se derrumbó a 27 millones de toneladas. Llegó la hiperinfla­ción.

El remedio que digirió la sociedad, en 1991, fue la convertibi­lidad, que falló como todo contrato que no tiene cláusula de salida. Pero la convertibi­lidad había venido con un pan abajo del brazo: terminó con las retencione­s. El uno a uno significab­a un cambio sustancial en la relación insumo producto. Ahora un kilo de fertilizan­te costaba mucho menos, en términos de trigo, de maíz, de soja. Entonces se disparó la Segunda Revolución de las Pampas. La conquista tecnológic­a.

Entre 1996 y el 2001 la cosecha pasó de 44 a 73 millones de toneladas, un salto con garrocha que pulverizó la propuesta del Informe 84. Y siguió creciendo, un poco por inercia y otro poco por la mejora de los precios internacio­nales, hasta el 2010.

El aumento de las retencione­s y las trabas a la exportació­n, con el discurso de sofrenar la inflación y asegurar la mesa de los argentinos, fue un mecanismo de exacción que terminó dejando sin resto al campo. Es en este escenario cuando el mundo reacciona frente a la fuerte caída de los stocks de granos básicos, provocando la actual caída de los precios.

Si este gobierno y el que le seguirá quieren recomponer el flujo genuino de divisas, tendrán ante sí un dilema de fierro.

Este nivel de retencione­s (35% para la soja, 20% para el maíz, 23% para el trigo) es incompatib­le con el uso de tecnología. Houston, estamos en problemas. t

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