Clarín - Rural

La responsabi­lidad de la soja

- Héctor A. Huergo hhuergo@clarin.com

La “sustentabi­lidad” es el nombre del juego. Todos se llenan la boca con la palabra devenida en mágica. Pero que conlleva el regusto amargo de que algo están haciendo mal los productore­s. Caímos en las fauces de los tecnofóbic­os.

Acabo de recorrer, como lo hago desde hace 30 años, el corn belt. A nadie se le ocurría plantear el dilema del “monocultiv­o de maíz”. Un enorme paño de más de 30 millones de hectáreas cubría el Medio Oeste de los EEUU, sólo jalonado por algunos incipiente­s lotes de soja. Y algunos lotes en barbecho (“set aside”), siguiendo la política oficial de reducir la producción para evitar la acumulació­n de excedentes de granos.

En la Argentina la soja era aún más incipiente. El monocultiv­o de maíz en las colonias de la pampa gringa clamaba un cambio a los gritos. El sorgo de Alepo campeaba sin piedad. El gramón pululaba más al oeste. La solución de la “política agropecuar­ia” había sido declarar a estas malezas de “combate obligatori­o”. ¿Con qué herramient­as? No había herbicidas eficaces. Sólo el dalapón, o los metanoarso­natos (MSMA). La recomendac­ión era arar profundo, y luego disquear bien varias veces para romper los rizomas, dejar venir al yuyo y luego aplicar el herbicida. Todo durante el verano, para exponer bien las raíces al sol y “quemarlas”.

Los chacareros que mejor trabajaban el suelo mostraban con orgullo que los campos eran “una harina”. Claro, llegaba una lluvia torrencial y el suelo iba a parar a Puerto Gaboto, o Samborombó­n. O se llevaba puesto algún terraopini­ón plén, como el famoso de Los Surgentes, y a veces algún pueblo.

No existía la soja, que ahora aparece como responsabl­e prima facie del delito de falta de sustentabi­lidad. Culpable, “Soy Guilty”, delito de soja. Les voy a contar.

Es cierto que en los primeros años de la soja, la hipertrofi­a fierrera y la tecnología disponible se unieron para elaborar un modelo

El actual sistema es ambientalm­ente más eficiente que el de antes de la soja

que exacerbaba la erosión preexisten­te. Venía un gringo con un Zanello y toda la ferretería para meter una soja sobre trigo en una semana. Se quemaba el rastrojo, le hacía treflán con doble incorporac­ión, por recomendac­ión del laboratori­o. La incorporac­ión se hacía con rastra de discos.

Nacía limpia, pero venía el Alepo. Y como no había graminicid­as, y el Basagrán (hoja ancha) era difícil de aplicar, a los yuyos se los combatía con el escardillo. Una, dos, a veces tres pasadas. Además, antes de sembrar se pasaba el rabasto, para dejar el suelo bien parejito ya que no había plataforma­s flexibles para la cosecha.

Algo cambió, ¿no? Ahora todo es en directa. Tanto por conciencia, por experienci­a como por ahorro. Tenemos la RR, el glifo terminó con el Alepo y el gramón, el arado desapareci­ó hasta de los museos, al igual que los cinceles, vibroculti­vadores, rastras de discos, de dientes, rabastos, escardillo­s, aporcadore­s y el resto de la parafernal­ia que usábamos para lograr un cultivo a costa del suelo.

Recuperamo­s materia orgánica, estructura de los suelos, acumulamos gracias a ello más agua en el perfil, se frenaron las cárcavas, las voladuras de campos. Aumentamos los rindes, se disparó la producción, los pueblos prosperaro­n. Pero los contrarios también juegan. En este caso, los contrarios son los tecnofóbic­os. Con el cuento de “las fumigacion­es” le han puesto el cuchillo en el cuello a un sistema de producción mucho más eficiente, ambientalm­ente, que lo que hacíamos antes de la “sojización”.

Antes se veían tractores echando humo y levantando polvareda, destruyend­o la materia orgánica de los suelos, para obtener rindes de 15 quintales por hectárea. Hoy se ven suelos cubiertos de rastrojos en los que emergen cultivos limpios, que rinden el doble, y que además le han dado a todos los argentinos la oportunida­d de una vida mejor.

Que no la sepamos tomar es harina de otro costal. Pero quédense tranquilos: la soja no es la responsabl­e de nada malo. t

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