Picado grueso
Un grupo de picadores, o contratistas de silo, la herramienta que revolucionó la producción de carne y leche en la Argentina, analiza los últimos cambios en esta actividad en el país y adelanta lo que vendrá. En la capital de las picadoras, un diálogo a f
La agricultura viene, hace años, transformando a la ganadería en la Argentina. Al ejercer su presión ganadora sobre la superficie disponible para la producción, y su fuerte influencia tecnológica, la intensificación de los procesos productivos de carne y leche terminó siendo casi una imposición más que una opción.
En ese proceso de cambio, el silo de maíz, y de tantos otros cultivos, ha sido un capítulo central. Y sus actores principales fueron y son los contratistas, los dueños de esas picadoras ultramodernas capaces de transformar granos y plantas en el insumo básico para la dieta de los animales.
Clarín Rural viajó con un grupo de ellos a “la meca” del picado, Alemania, donde tiene su base mundial la empresa Claas, que domina ampliamente el mercado de esas máquinas, en la Argentina y en el mundo. Allí, los picadores de las pampas lograron hacer una pausa en sus vidas a pura corrida, y analizaron qué cambió, está cambiando y cambiará en esta actividad central para el agro local.
Walter Barneix tiene su base en Lincoln, en el noroeste de Buenos Aires, y no duda en arrancar con un dato alentador: “Yo diría que más del 50% de los contratistas de picado de la Argentina estamos al mismo nivel tecnológico que Europa o EE.UU.”, dispara este hombre que hace 23 años que está en el negocio y pica desde el oeste y el sur bonaerense hasta San Luis y Mendoza.
Pero eso no lo hace dormirse en los laureles. Con una clásica cerveza alemana en la mano, mirando por la ventana el colorido paisaje del frío otoño del norte de Europa, considera que debe seguir creciendo pensándose como una empresa global de servicios.
“Para ser más completo para el productor, también hago megafardos y distribución de estiércol sólido en los lotes”, explica. Son demandas que ya están, y vendrán más, sobre todo en la zona muy tambera cerca de su base de operaciones.
Christian Larsen es parte de la segunda generación de la empresa que arrancó hace 30 años, en Tandil, su papá Manuel. Sus equipos trabajan desde Misiones y Corrientes, en el norte, hasta la Patagonia, pasando por Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires. Con tantos kilómetros recorridos, cree que una de las tecnologías que tiene mucho para crecer en los silos de la Argentina es la de la inoculación.
“Hoy nuestros clientes nos piden inocular un 95% de los silos de pasturas, pero apenas entre 30/35% de los de maíz”, resume este joven de 34 años, pero portador de una larga experiencia de conducir picadoras, dormir en las casillas de los campamentos en los campos y las tantas otras tareas de pulpo que implica ser contratista. “Ahora hay hasta desecante para forraje, y tenemos que aprovechar más todas esas tecnologías”, afirma.
Hugo Cámera es de Winifreda, en La Pampa, y tiene 28 años de contratista, aunque hace solo 4 que incorporó las picadoras a su flota para brindar servicios en el centro-oeste de su provincia. “En la Argentina tenemos la mejor tecnología del mundo en picadoras”, dice convencido.
Y puntualiza que elementos como la medición en tiempo real de porcentaje de materia seca, rendimiento o tamaño de fibra constituyen datos de enorme utilidad que hoy tienen en los tableros de comando para hacer los ajustes de trabajo que hagan falta mientras la tarea se va llevando a cabo.
Daniel Gardello es otro de los contratistas argentinos que llegaron a Harsewinkel, el pequeño pueblo alemán que alberga la sede mundial de Claas, donde se fabrican las famosas picadoras Jaguar que ellos manejan y donde todavía hoy, a sus 90 años, vive, en su casa pegada a la fábrica, el dueño de la firma, Helmuth Claas.
Gardello fue quien hizo, hace un año, cerca de Trenque Láuquen, el silo más grande del mundo, en base a 3.500 hectáreas de maíz, un récord que por entonces fue tema de tapa de Clarín Rural. Hace 15 años que tiene su propia empresa de picado, luego de trabajar como empleado de otra. Su área de influencia se concentra en el sur de Santa Fe y noreste y sudeste de Buenos Aires.
Para él, el sistema “cracker” para el quebrado de los granos fue una de las mayores transformaciones que incorporaron las máquinas en los últimos años.
“Hoy, la exigencia de tenerlo es cada vez mayor”, destaca. Su colega de La Pampa lo apoya: “Es que antes se hacía todo igual, pero cada vez más el picado se hace de
una manera específica, de acuerdo a las necesidades del cliente”. Para el tandilense Larsen, “el dueño del campo, y su nutricionista, son determinantes en la manera en que se hace el silo y se quiebra el grano. Y hay muchos lugares en lo que no trabajás si no tenés cracker”.
Es que todos coinciden en que la exigencia para la actividad es cada vez mayor. “Hoy, los productores de punta miden todo”, comenta Barneix, de Lincoln. Gardello, el del silo más grande del mundo, agrega que el productor/cliente analiza durante todo el año, a medida que va consumiendo el silo, el trabajo que ellos a lo mejor hicieron en 3 días, lo que los obliga a una gran profesionalización y concentración, para evitar errores que pueden costar muy caro.
¿Qué les falta? Gardello dice que tienen que crecer en mapeo de los lotes, con más tecnología disponible. Larsen coincide, porque no tiene dudas de que la agricultura de precisión también está llegando al negocio del picado.
Pero, además, ellos ven que hay desafíos por el lado de los productores. “Aunque parezca extraño, hay que mejorar mucho en el tapado del silo”, dice el pampeano Cámera. Su colega Barneix, de Lincoln, lo pone en números: “Nosotros medimos siempre y vemos pérdidas de hasta 20%”, dice. Para Larsen, de Tandil, se progresó sensiblemente en la extracción y distribución, pero también hay todavía mucho camino por recorrer en esos aspectos.
Para terminar, entre Cámera, de La Pampa, y Barneix, de Lincoln, resumen el pensamiento del grupo. El primero dice que el silo “es la herramienta que todo el mundo tiene que incorporar”, mientras que el segundo va más allá, y cierra con lo siguiente: “el silaje tiene mucho para crecer todavía en la Argentina. Optimismo es lo que me sobra”.