El procesamiento de soja, a media máquina
En Rosario, inversiones fuertes, pero poco actividad.
Ir de una punta a la otra de la fábrica implica recorrer tres kilómetros. Es que todo viene en frasco grande en Renova, el flamante complejo aceitero y portuario que Vicentín, Molinos y Oleaginosa Moreno pusieron este año en marcha en Timbúes, unos 50 kilómetros al norte de Rosario, con una inversión de 480 millones de dólares. La escala del complejo impresiona: sólo la celda donde están instaladas las máquinas que muelen el grano, por ejemplo, tiene una altura equiparable a la de un edificio de diez pisos y el largo de más de tres canchas de fútbol.
Renova no sólo es la más nueva de las aceiteras que tiene el polo oleaginoso de la costa del sur de Santa Fe, sino que es la más grande de todas en capacidad de procesamiento: 20.000 toneladas de soja por día, lo que la deja en condiciones de procesar el 14% de la producción total de soja de la Argentina.
En una visita organizada por la Cámara Argentina de la Industria Aceitera (Ciara), Clarín Rural recorrió este complejo de 200 hectáreas, instalado sobre la costa del río Coronda, a sólo 300 metros de la desembocadura en el Paraná. En la playa de estacionamiento pueden descargar 600 camiones por día. Esos granos, siempre transportados por cintas, inician un camino hacia el río en el que primero son almacenados en silos con capacidad de acopio de 310.000 toneladas de soja y luego procesados.
Una vez obtenido el aceite, sigue su camino al tanque de almacenamiento a la espera del embarque en el puerto, al que pueden arribar buques Panamax, con capacidad para 60.000 toneladas, gracias a un calado de 10 metros de profundidad. En tanto, la lecitina que se obtiene del procesamiento es separada (se la utiliza para la alimentación de pescados, entre otros usos) y queda almacenada en tanques diferenciales.
En torno de la empresa se desarrolló un complejo de servicios para la industria, desde talleres de mantenimiento y una planta potabilizadora de agua (para consumo humano y uso industrial) hasta una usina térmica de ciclo normal que abastece a la planta de la energía eléctrica necesaria para ponerla en marcha.
El nombre de la empresa está emparentado desde sus inicios con el biodiésel, ya que en 2007 fue la primera de las grandes fábricas en ponerse a elaborar este biocombustible. Lo hizo con una planta en San Lorenzo de 250.000 toneladas, que rápidamente amplió al doble.
Además, siguió incursionando en el agregado de valor al invertir en una planta para refinar la glicerina (con capacidad de 100.000 toneladas) que se obtiene del biodiésel y que tiene diversos usos industriales, como la elaboración de cosméticos.
Pero en el complejo de Timbúes -que comenzó a construirse en 2010 y está operativo desde abril- el protagonista es el aceite. “Nada está descartado, ni fabricar biodiésel ni etanol, por más que ahora no estemos pensando en ninguno de los dos”, reconoce Alejandro Maguire, gerente operativo de Renova.
“La inversión fue pensada cuando no había trabas externas al biodiésel ni regulaciones al mercado interno. Si el biodiésel hubiese seguido creciendo como venía, otra sería la historia”, desliza el ejecutivo, al analizar una coyuntura que es compleja para el sector. Incluso, como postal de la época, la planta está por estos días casi sin trabajar por la falta de soja.
Con la mirada en el largo plazo, en Renova están convencidos de que el futuro es de los más eficientes. “La competencia es mundial y al tratarse de un precio global similar para todos, la diferencia la va a hacer el país que tenga la industria más competitiva”, se entusiasma Maguire. t