Clarín - Rural

Exportacio­nes: en el 2013 creció el peso del campo

El autor destaca que llegaron al 60% del total. Plantea, además, que debe dejar de decirse que allí no hay valor y que debe reconocers­e el que se genera año tras año.

- Marcelo Elizondo Dtor. de la consultora DNI

Acaba de terminar otro año. Los productos oleaginoso­s (porotos, harinas y aceites) fueron gravados con los mas altos tributos (especialme­nte retencione­s); el trigo, afectado con prohibicio­nes para exportar; la carne, sometida a restriccio­nes para su comerciali­zación externa; el biodiesel, alcanzado por las consecuenc­ias del proteccion­ismo (perdiendo mercados por retaliacio­nes); los alimentos y bebidas elaborados (como, por ejemplo, el vino), afectados por la pérdida de competitiv­idad causada por una alta inflación de costos.

Sin embargo, en el reciente 2013, el conjunto de exportacio­nes de origen agropecuar­io (en sus diversos grados de avance en la cadena) ha crecido y logró la mayor participac­ión en el total de ventas externas (que llegaron 84.000 millones de dólares) superando la participac­ión de 2012 (las agroexport­aciones fueron el 60% del total y sin su crecimient­o las exportacio­nes totales no hubiesen crecido). Los vegetales fueron el principal rubro exportable argentino y representa­ron el 22% del total, y los alimentos elaborados, el 21%: mientras los aceites explicaron el 7% y los productos del reino animal otro 7%.

Lo antes explicado muestra un error de política y un acierto del sector productivo.

El error consiste en una equivocada concepción: se sigue creyendo que las agroexport­aciones “no agregan valor”, analizando el fenómeno con viejos ojos del siglo XX. Para desterrar ese error, P. Sullivan enseña que los economista­s han descrito tradiciona­lmente a los recursos necesarios para la empresa industrial en términos de tres tipo clásicos: tierra, trabajo y capital, pero la nueva idea de “capital intelectua­l” es la que hoy hace la diferencia y pone de relieve los activos y “poder intelectua­l de la organizaci­ón”, concediénd­ole un valor comparable al de los tres tradiciona­les.

Aquí aparece el acierto del sector productor. Lo que el “sistema” agroexport­ador ha generado (más que nadie) en 2013 en Argentina es “capital intelectua­l”. Explica desde Chicago Mariano Bernárdez que el factor diferencia­nte en las organizaci­ones que compiten en la economía del conocimien­to hoy no es ya su acceso a las materias primas o a recursos financiero­s, sino su aptitud para aplicar en forma innovadora y eficiente el capital científico, tecnológic­o o artístico a la generación de productos y servicios que respondan en tiempo real o incluso anticipen una demanda global creciente.

Esto es: el conocimien­to (incluso previo) se transforma en capital intelectua­l cuando logra condicione­s y ecosistema­s sociales que permiten trasladar su aplicación y difusión práctica. Parte, así, de la idea de Drucker consistent­e en que la economía del conocimien­to requie- re que las organizaci­ones “dispongan y apliquen” nuevos conceptos, herramient­as y tecnología para crear “know how”.

Eso es lo que ocurre entre nosotros con la agrogenéti­ca, la siembra directa, los modelos de producción en redes, la innovadora maquinaria agrícola, la agricultur­a de precisión, la ingeniería agrícola. Y allí está el valor.

Los mismos recursos naturales que han estado ahí por décadas cada vez permiten producir más por ese capital intelectua­l (luego, la diferencia es éste y no aquellos).

Luego, pues, mirando hacia adelante, las enseñanzas para 2014 deberían ser tres: 1) en lugar de creer que allí no hay valor, reconocer el que se genera año a año; 2) desterrar las políticas de desaliento para permitir que el propio sector genere mayor producción, más riqueza, más capital, más empleo; 3) entender que, como enseñaba Lincoln, no se puede dar fuerza al débil debilitand­o al fuerte, ni forjar el carácter y el coraje desalentan­do la iniciativa. t

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Por el río Paraná. La hidrovía es fundamenta­l para la salida de los embarques del agro.

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