Clarín - Rural

Cristina no quiere más trigo

- Héctor A. Huergo hhuergo@clarin.com

Bueno, el gobierno definitiva­mente no quiere trigo. La presidenta quemó las naves, disipando en un solo soplido las tenues expectativ­as que había despertado la inminencia de algún anuncio.

Dado lo avanzada de la estación, los más optimistas esperábamo­s una reacción racional, impulsando la siembra a través de dos medidas cantadas: la apertura irrestrict­a de las exportacio­nes, y la eliminació­n de los derechos de exportació­n, convirtién­dolos en un anticipo del impuesto a las ganancias.

Estas dos medidas, veníamos diciendo, debían complement­arse con un acuerdo político con el sector. Era imposible pedir acercamien­to con la Mesa de Enlace, pero hay entidades como Argentrigo, que atraviesa a toda la cadena, con la que podía intentarse fogonear la siembra.

Si se alcanzase una superficie de 7 millones de hectáreas, que no es nada del otro mundo, la producción podría rozar las 20 millones de toneladas. Se generaría un volumen exportable de 13 millones, que a los precios actuales ( en niveles muy atractivos por problemas climáticos y geopolític­os) significar­ían exportacio­nes por 3.500 millones de dólares en el 2015. Y que llegarían en el momento indicado: hacia fin de año, cuando caen los embarques del complejo sojero. Así, el gobierno evitaría caer en el lamentable papel de este verano, garroneand­o un puñado de dólares a los exportador­es a cuenta de la futura cosecha.

Todo lo que anunció fue la apertura de una cuota de 500.000 toneladas de trigo, cuando están sobrando 2 millones. Y cayó en el ridículo con la devolución de las retencione­s del fideicomis­o que ideó el año pasado Guillermo Moreno, en otro intento por no pagar el costo político de eliminar los derechos de exportació­n. Al no hacerlo, la siembra fue magra y también la producción, por lo que el fondo recaudado fue insignifiu­n-

Incentivan­do la siembra del cereal entrarían U$ S 3.500 millones en 2015

cante.

Pero encima, hubo que escucharle una reseña de viejos clichés que, por su recurrenci­a, generan una amarga sensación de inmovilism­o. Cristina Kirchner meneó nuevamente la teoría de que los productore­s son insensible­s a los estímulos económicos. Es lo que se desprende de sus comentario­s sobre lo sucedido en diferentes campañas, donde no hubo simetría entre el nivel de retencione­s y el volumen de la cosecha.

La cuestión es sencilla. Los derechos de exportació­n, así como el desdoblami­ento cambiario, deprimen la producción por menor uso de tecnología. El peor impacto de las retencione­s es que alteran la relación insumo/ producto: obligan a utilizar mayores cantidades de trigo, por ejemplo, para pagar una unidad de fertilizan­te. Entonces, se fertiliza menos. Y como un trigo mal nutrido rinde poco, los productore­s de punta deciden finalmente no sembrarlo.

También alteran la relación trigo/ tractor, trigo/ sembradora, trigo/ flete, etc. Entonces se deprime no solo la producción, sino toda la actividad del sector. Pruebas al canto: de no haber sido por la llegada salvadora de la orden de compra de Venezuela, hoy tendría a varias de las principale­s fábricas de maquinaria agrícola frente a instancias extremas.

La presidenta se explayó también sobre el impacto de las retencione­s en los que operan en el down stream del maíz, citando a productore­s de pollos y feedlotero­s. Señora, esos sectores tienen el maíz más barato del mundo. Los vecinos de Chile exportan pollos y cerdos producidos con maíz argentino, por el que pagan precio internacio­nal lleno. Si estos sectores tienen dificultad­es en la Argentina, no se originan en el precio del alimento sino en otros factores que inciden en todas las industrias. No es buena política compensarl­os a costa del sacrificio de la producción de los básicos, haciendo que los segmentos que han construido competitiv­idad se hagan cargo de problemas ajenos.

De esa manera, como ahora, perdemos todos.

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