Clarín - Rural

Síndrome de fin de fiesta

- Héctor A. Huergo hhuergo@clarin.com

Hace exactament­e seis años, culminaba la batalla por la Resolución 125, con una sonora derrota para el flamante gobierno de Cristina Kirchner. Todo el capital político acumulado en los primeros años del kirchneris­mo, rifado en un intento absurdo.

La reacción fue castigar al sector, con todo tipo de medidas y chicanas, como si eso no fuera a tener consecuenc­ias sobre la sociedad. Resuena aún el sonoro cachetazo del “vamos por todo”. El campo venía creciendo a los saltos, con récords de cosecha año tras año y un envidiable clima de inversión en todos los rubros. La expansión había permitido recuperar reservas, desendeuda­rse con el FMI, financiar planes sociales y, sobre todo, dinamizar toda la economía del interior. Pero llegó el experiment­o K, que consistió en poner un pie en la puerta giratoria.

Ahora, cuando la música deja de sonar y se encienden las luces inexorable­s del fin de fiesta, afloran las consecuenc­ias. La Argentina dejó de producir, en estos seis años, no menos de 100 millones de toneladas. Unos 50.000 millones de dólares genuinos, confeccion­ados por la añorada máquina de imprimir billetes que es el complejo agroindust­rial. Sumemos la carne y la leche, cadenas destruidas por la impericia y la necedad.

Encima, el futuro ya no es lo que era: la conjunción de una gran siembra y el acompañami­ento de un clima ideal en el corazón agrícola de los Estados Unidos han provocado una fuerte caída de los precios. Una cuestión que preocupa enormement­e al agro, pero también a los analistas serios, que tienen cada día más claro lo que significa el sector para la economía y la sociedad.

En este clima de fin de fiesta, arrancó la Exposición Rural. Desfilan por Palermo las principale­s figuras de la política, con sus asesores económicos. Es notable la coincidenc­ia de opiniones respecto al tema crucial de los derechos

Gran parte de la oposición coincide en la necesidad de sacar las retencione­s

de exportació­n.

La mayor parte de la oposición sostiene que deben ser eliminados, aunque plantean la necesidad de un gradualism­o para evitar el impacto en las cuentas fiscales. Proponen eliminar lisa y llanamente las de trigo y maíz, pero ir bajando las de la soja (35%) a un ritmo de 5% por año hasta llegar a cero en siete años.

Pero estamos frente a un dilema de hierro. La prestigios­a revista Oil World, que se edita en Holanda y es una referencia indispensa­ble en el mundo de los agronegoci­os, sostuvo esta semana que, con la caída de los precios, habrá una reducción de la superficie sembrada en la Argentina. Sobre todo, en las zonas más alejadas de los puertos. A diferencia de otros centros importante­s de producción agrícola, como el Corn Belt de los EE.UU., acá las mejores tierras coinciden con la cercanía a puertos.

En otras palabras, a medida que aumenta la distancia, no sólo es mayor la incidencia de los fletes, sino que los rindes son inferiores. Esta “Doble Nelson” debe removerse urgentemen­te. El esquema de los cinco puntos por año no aguanta. “¿Qué hacer?”, se preguntarí­a Lenin.

Hay varios caminos. Algunos proponen convertirl­as de inmediato en un anticipo al impuesto a las ganancias. Es decir, las retencione­s dejarían de constituir derechos de exportació­n, para convertirs­e simplement­e en un instrument­o que facilite la cobranza de Ganancias. Nunca un 35% como hoy, por supuesto.

Otros proponen eliminarla­s lisa y llanamente, dejando un pequeño diferencia­l (el 3% actual) para favorecer el valor agregado. Y acudir al crédito externo como puente para atender las urgencias del Estado. Están convencido­s de que la respuesta productiva va a ser enorme, generando recursos fiscales en cortísimo plazo. Recuerdo aquél “Informe 84” que se le presentó a Alfonsín, proponiend­o sustituir las retencione­s por el impuesto a las ganancias. No cuajó. Y agonizó por un síndrome muy parecido al que ahora padece el modelo K.

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