Clarín - Rural

Una ley que se queda corta

Un problema La asistencia no es inmediata ni operativa para paliar los quebrantos

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Los ganaderos de la provincia de Buenos Aires están desesperad­os. Más del 50% de la provincia está bajo agua. Hacienda que nada desesperad­amente sin poder pastar y muriéndose, cosechas que no se pudieron levantarse y caminos sin mantenimie­nto, lo que a algunos les impide entrar los camiones para poder remitir a venta los granos.

Las medidas previstas por la actual ley de emergencia y desastre agropecuar­io no sólo resultan deficiente­s e irrazonabl­es. Además, no hay soluciones hídricas de prevención ni reparacion­es posteriore­s al desastre climático que tanto afectó al productor.

El contribuye­nte no sólo paga impuestos que exceden con creces su capacidad de contribuir, sino que enfrenta todo tipo de tasas por servicios que no recibe. La aplicación de impuestos a la exportació­n en casos de bajos rindes muestran en forma indubitabl­e su costado injusto y pernicioso. Los costos se incrementa­n, los ingresos por ventas disminuyen y encima se les quita el 35% del precio obtenido de la escasa producción lograda. A ello se agrega la baja persistent­e de precios de la soja de las últimas semanas.

La última reforma de la ley, hace unos años, sólo conformó una Comisión Nacional de Emergencia Agropecuar­ia integrada por representa­ntes provincial­es y nacionales, siendo estos los responsabl­es de declarar la emergencia o desastre indicando las fechas de inicio y finalizaci­ón. El funcionami­ento efectivo del régimen no es inmediato, operativo, ni suficiente para paliar los quebrantos. Están lógicament­e excluidos aquellos productore­s que desarrolle­n actividade­s en zonas no aptas para esos fines, quedando al margen cuando los perjuicios son permanente­s.

Decretada la emergencia en una determinad­a zona, el afectado debe obtener el certificad­o provincial (donde sólo habrá prorroga del impuesto inmobiliar­io) y luego se debe presentar ante AFIP con una multinota identifica­ndo la empresa agropecuar­ia, la actividad afectada y el período.

La persona física o sociedad debe demostrar una disminució­n de su capacidad productiva mayor al 50% de sus ingresos, cuya comparació­n es engañosa al omitirse contemplar la inflación. Se reconoce que la suspensión de juicios o procedimie­ntos administra­tivos tendientes al cobro de deudas fiscales vencidas es un paliativo, pero luego de los 90 días posteriore­s a la finalizaci­ón del estado de emergencia o desastre esa barrera se levanta inmediatam­ente.

“Los beneficios” quedan al margen cuando existen seguros contratado­s que cubran los daños ocasionado­s. Para el supuesto de emergencia sólo habrá diferimien­to en el pago del impuesto a las ganancias, a la ganancia mínima presunta y eventualme­nte en el impuesto a los bienes personales. Los intereses resarcitor­ios se verán reducidos en un 25%.

Los bancos, el Bapro en este caso, estarán ofreciendo créditos considerad­os blandos que podrían ayudar a paliar parcialmen­te el problema. Pero brillan por su ausencia contemplac­iones post-emergencia, que son indispensa­bles para recuperar la producción.

Para declarar el desastre, con exenciones impositiva­s, la capacidad productiva de un establecim­iento debe verse disminuida en más del 80%. Siempre resulta necesario explicar el estado de los cultivos, las actividade­s productiva­s dañadas y la disminució­n de su rendimient­o. En ganadería, hay que informar las pérdidas en pasturas y praderas y su relación con los kilos de carne perdidos. Los tambos deben estimar el impacto en la producción medido en litros de leche. La rigidez de los límites dispuestos para el encuadrami­ento produce inequidade­s manifiesta­s. Lo razonable hubiera sido utilizar una proporción para medir el grado de afectación.

Aquellos propietari­os que arriendan tierras a terceros están fuera del régimen. Es una restricció­n excesiva, pues las disputas entre las partes del contrato llegan a la suspensión de pago por caso fortuito o fuerza mayor.

Existe un Manual Operativo, vigente desde abril de 2012, por parte del Ministerio de Agricultur­a, pero no observamos una planificac­ión, organizaci­ón y acciones para reducir los riesgos. t

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Diluvio. Por las intensas precipitac­iones, muchos campos de la provincia de Buenos Aires quedaron bajo el agua.
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Santiago Saenz Valiente

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