Clarín - Rural

Todo lo que va, no vuelve

- Héctor A. Huergo hhuergo@clarin.com

Hace 23 años, tras una dura negociació­n entre el ruralismo y el gobierno menemista, se alcanzó un acuerdo trascenden­te: el campo aceptaba que se le impusiera el IVA (hasta entonces la producción agropecuar­ia estaba exenta) a cambio de la eliminació­n de los derechos de exportació­n.

Fue un buen trato, y el campo respondió tal como lo había prometido. Muchos tuvieron enormes dificultad­es de adaptación, pero los que entendiero­n tempraname­nte la nueva ecuación le sacaron amplio provecho. Se había modificado la relación insumo producto, abaratando la tecnología.

El mismo dólar para comprar, que para vender. Menos unidades de trigo o de soja para pagar una de herbicida, fertilizan­te o sembradora.

La respuesta, tras un breve período de inducción, fue una fenomenal explosión tecnológic­a.

En diez años, entre 1996 y 2005, el campo incrementó un 50% la superficie cultivada, pero duplicó la producción. Es decir, aumentó también un 50% los rindes agrícolas. Y al mismo tiempo, se expandió el stock vacuno y se duplicó la producción láctea a pesar de la caída de la superficie destinada a la ganadería.

Con menos hectáreas se producía más carne y más leche. Además, mejoraba la calidad sanitaria de los rodeos, liberándon­os del flagelo de la aftosa (más allá del reflujo del 2001) y entrando de lleno en la era de la intensific­ación. La invernada tradiciona­l fue en buena medida sustituida por el engorde a corral, agregando valor a los granos.

Transitába­mos la Segunda Revolución de las Pampas, la del achi- que de la brecha tecnológic­a con el resto del mundo agrícola.

Pero así como no hay mal que dure cien años, no hay bien que dure diez años. En el 2002 volvieron las retencione­s, que fueron aceptadas (a regañadien­tes, pero aceptadas al fin) sin que nadie comprendie­ra su impacto en el flujo de tecnología.

Por inercia, y también por la persistent­e suba de los precios inunidad

A partir de 2008, el cambio tecnológic­o pierde tracción. Pero el Mercosur avanza

ternaciona­les, la producción siguió creciendo. Pero el cambio tecnológic­o entraba en cuarto menguante, y a partir de 2008 pierde tracción definitiva­mente.

Mientras tanto, los vecinos del Mercosur aprietan el acelerador y aprovechan a fondo el viento de cola.

De pronto, nos damos cuenta que aquella transacció­n de IVA versus Retencione­s, se convierte en IVA más derechos de exportació­n. Y encima el agro tiene que soportar las diatribas alimentada­s desde lo más alto del poder kirchneris­ta, que saltó peligrosam­ente del plano discursivo a la agresión, con la rotura de los silobolsa, el ataque contra el Renatre y su mentor el sindicalis­ta Jerónimo Venegas, y ahora con la estatizaci­ón del IPCVA.

Este Instituto fue creado por consenso interno del sector, con aportes privados (70% los ganaderos y 30% los frigorífic­os). Ahora hay un nuevo impuesto. Para colmo, en el campo saben bien que todo lo que va, no vuelve.

La ganadería vacuna es una alternativ­a para exportar los granos con valor agregado.

La demanda internacio­nal está en plena expansión. Australia acaba de cerrar un acuerdo con China para embarcar un millón de animales en pie por año. Nosotros no necesitamo­s cargar barcos con terneros. En la Argentina hay enorme capacidad ociosa en la mejor industria frigorífic­a.

Pero en los últimos años, la falsa dicotomía consumo versus exportació­n llevó a liquidar millones de cabezas y, además, a achicar el peso de faena.

Con el simple expediente de fomentar la exportació­n, aumentaría el peso de faena y abundaría la carne para ambos mercados. Pero sucede exactament­e lo contrario.

La carne paga un 15% de derechos de exportació­n, más allá de la cuestión del atraso cambiario, que afecta a todos los sectores exportador­es. Ahora apareció la cuota 481, para carne de feedlot con destino a Europa.

Una nueva oportunida­d, que como reza el adagio de la tribu africana Wofol, los milagros que manda Dios, solo son aprovechad­os por quienes están despiertos. t

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