De contratista a industrial
Con base en Casilda, la familia Torresi comenzó hace 85 años su trabajo vinculado al campo. A través de cinco generaciones pasaron de contratistas a productores y ahora se animaron e instalaron un molino harinero. Historia para contar.
Curiosidad, capacidad e innovación son tres pilares que les han permitido a la familia Torresi, durante casi 85 años y cinco generaciones, reinventarse desde Casilda para subsistir, aprovechando las vastas oportunidades que ofrece el sector agroalimentario.
Históricamente prestadores de servicios agrícolas como contratistas, luego productores, ahora se animaron a la industrialización con la instalación de un molino dual (trigo y maíz o sorgo).
El objetivo final es avanzar en la cadena hacia la producción de fideos y polenta, y aprovechar los derivados de la molienda para convertir proteína vegetal en animal a través de un feedlot. Todo, medido y cuantificado, bajo un sistema trazable que pueden “leer” directamente los consumidores en la góndola.
Agrotorresi nació como empresa en 1930 fundada por Juan Vicente Torresi, tatarabuelo de los hermanos Gustavo y Damián, quienes
Los Torresi trabajan sobre 80 hectáreas propias en Casilda y 4.500 alquiladas
hoy, junto a su padre Rogelio, han decidido sumar la molienda como recurso para escapar a los vaivenes de la producción y comercialización de granos. Así, los tres, junto a Marta Mattievich (madre y esposa, respectivamente) forman hoy Agrotorresi Industriale.
“Vimos que siendo sólo contratistas y productores había muchos momentos en los que se nos ponía difícil; por eso pensamos en el molino como una alternativa económica para oxigenar la empresa”, le explicó Rogelio a Clarín Rural. El hombre siente mucha alegría de que sus dos hijos, luego de terminar sus estudios, hayan decidido volver a la empresa para inyectarle ideas renovadas.
“Para mí, es un orgullo enorme procesar lo que producimos”, recalcó Rogelio y su hijo, Gustavo, reconoció: “La idea la teníamos desde hace muchos años, pero plasmarla era complicado por la aventura económica que significaba”.
Gustavo está encargado del área comercial en la empresa. La concreción del sueño llegó en 2011, con un crédito del Banco Nación, y la 2013/14 fue la primera campaña que molieron. El molino en sí costó alrededor de 250.000 dólares, pero a eso hay que sumarle los silos y la infraestructura.
Actualmente, trabajan 80 hectá- reas propias en Casilda (donde está el molino y la base central de la empresa) y 4.500 hectáreas arrendadas en cinco provincias repartidas de la siguiente manera: unas 1.500 en la zona de Casilda, sur de Santa Fe; otras 1.500 hectáreas en Villaguay (Entre Ríos), 1.000 hectáreas en La Pampa y 500 hectáreas en James Craik (Córdoba), donde la campaña pasada sembraron girasol confitero para exportación.
Además de buscar una diversificación de las actividades que venían haciendo, la idea de instalar un molino propio tiene como objetivo aprovechar la diferencia de flete, que puede servir no sólo a los Torresi, sino también a otros productores de la zona.
“Según dónde quede el campo, estamos de 70 a 100 kilómetros de los puertos, por lo que tenemos la idea de asociarnos con otros productores para mantener el molino abastecido siempre; les conviene a ellos y nos conviene a nosotros”, explicó Gustavo.
Por otro lado, en momentos en los que al trigo y al maíz se les complica para competirle a la soja, el molino es una alternativa para destrabar las rotaciones hacia esquemas más sustentables.
“Apuntamos a un molino dual porque al poder moler trigo y maíz nos permite impactar hacia atrás en la rotación”, dijo Gustavo. También podría moler garbanzo y sorgo, pero esta fase aún es una opción futura. Sin embargo, Torresi se entusiasmó: “El sorgo viene creciendo en el mundo como el cul-
tivo del cambio climático, porque es más resistente a condiciones hídricas extremas comparado con el maíz; incluso en México están cambiando áreas de maíz por sorgo y ya prueban incorporar la harina de sorgo al consumo con buena aceptación”.
Cuando el trigo llega a la planta se le hacen los análisis de gluten, peso hectolítrico (Ph), humedad, calidad e impurezas.
“Hacemos una pre limpieza y entra al silo pulmón, donde se mezcla hasta obtener 26 a 27 de gluten y peso hectolítrico de 78 y 80, que es lo que buscamos; luego pasa a una zaranda para limpiar las últimas impurezas y que ingrese lo más limpio al molino. Finalmente se moja para llevarlo a 16% de humedad, lo dejamos unas 18 horas y entra a molienda”, explicó Damián, gerente de producción de la compañía.
Todo el proceso de molienda dura alrededor de treinta minutos. Actualmente producen dos tipos de harina, la tres y cuatro ceros. La planta, que tiene una capacidad teórica de treinta toneladas, cuenta con dos silos de 1.100 toneladas y tres de 100 toneladas cada uno.
En los silo bolsa, al lado de la planta, tienen guardado trigo con diferentes calidades. El objetivo es poder mezclar siempre para obtener la calidad de gluten y peso hectolítrico deseadas.
La extracción de harina ronda el 72% a 76% y el resto es afrechillo. Si se quiere obtener más harina se resigna algo de calidad.
Lejos de descuidar la actividad como contratistas y la producción de granos, los Torresi siguen procurando tener la mejor tecnología desde la siembra hasta la cosecha, porque (ahora más que nunca) saben que todo lo que se pueda corregir en el lote en pos de la calidad repercutirá directamente en la harina que se obtendrá en el molino.
En todos estos tipos de emprendimientos, la colocación tanto del producto como del subproducto es lo que diferencia una inversión exitosa de una que fracasa.
Cuando los Torresi pensaron en los caminos para agregar valor, el extrusado de oleaginosas para obtener aceite era una opción, en vez de la harina. “Pero nos decidimos por la harina porque los subproductos del molino son más fáciles de vender en esta zona que los de una aceitera”, contó Damián.
“Nacimos como contratistas, tomando la posta que nos dejaron cuatro generaciones anteriores, luego avanzamos en la molienda, y ahora queremos seguir con la producción de fideos e, incluso, convertir en carne los subproductos. Hasta ya nos inscribimos como exportadores para el girasol confitero”, se entusiasma Gustavo.
Sobre el final, una consideración hacia el futuro: “Creo que Argentina es un país de muchas oportunidades, pero tenemos que organizarnos más en lo político; es una pena que siendo la olla del mundo no podamos aprovecharlo”.