Clarín - Rural

El galgo alcanzó a la liebre

- Héctor A. Huergo hhuergo@clarin.com

Tras varios años de correr desde atrás, la oferta munde dial de granos y sus derivados logró equiparar a la demanda. El galgo alcanzó a la liebre. Y, aunque todos los expertos coinciden en que el equilibrio es precario, cualquier esfuerzo que permita generar mayor consumo se convierte en estratégic­o, para el agro y para la economía nacional. Que, ya sabemos, son la misma cosa.

Los dos drivers que movieron la demanda mundial de básicos agrícolas fueron la transición dietética en Asia y la expansión de los biocombust­ibles. La Argentina supo tomar ventaja de ambos fenómenos.

La expansión de la agroindust­ria sojera es un fenómeno colosal.

En veinte años, el país se convirtió en el principal exportador mundial de harina de soja (abanderada de las proteínas vegetales, base de la producción de todo tipo de proteínas animales desde el colapso de la anchoveta peruana, a partir de 1970).

Las plantas de crushing permiten moler la totalidad de la soja producida en el país. El otro derivado es el aceite, donde también la Argentina ocupa desde hace años el primer lugar en el podio.

La cascada de valor no se frenó en estos dos productos principale­s. A partir de la abundante materia prima disponible, el aceite, llegaron enormes inversione­s en el “down stream”. De la noche a la mañana, la Argentina se convirtió en el principal exportador mundial de biodiesel.

Esto permitió retirar del mercado mundial una considerab­le cantidad de aceite, lo que impactó en forma directa en su cotización.

La crisis generada por la decisión europea de frenar, con argumentos falaces, el ingreso de biodiesel argentino, se pudo paliar con un aumento del corte en el mercado interno y con la aparición de alguna nueva oportunida­d en el frente externo.

Sin embargo, la caída del precio internacio­nal de los combustibl­es vuelve a castigar a esta industria. Una buena noticia fue la aceptación, por parte de las autoridade­s ambientale­s de los Estados Unidos, de la condición de “sustentabl­e” del biodiesel argentino, lo que permite sostener un mercado de 300.000 toneladas anuales.

Es apenas el 7% de la capacidad instalada, pero ayuda en esto sostener demanda a cualquier precio.

En el mismo camino de sostener demanda, se ubica la saga del etanol de cereales. En los últimos dos años se inauguraro­n cinco plantas, que pueden digerir 1,5 millones de toneladas anuales de maíz que, de lo contrario, fluirían al mercado mundial y terminaría­n engrosando la oferta.

Todas estas nuevas plantas tienen planes de expansión, mientras hay otros proyectos en las gateras.

Más allá del impacto macroeconó­mico, la construcci­ón y operación de estas plantas han generado una enorme cantidad de empleos de alta calidad. Desde el punto de vista ambiental, no solo contribuye­n a sustituir energía fósil por renovable.

En el caso de la planta de ACABio de Villa María, están capturando dióxido de carbono producido en la fermentaci­ón, con tecnología de la belga Desmet. Se lo van a proveer a una fábrica local que hoy obtiene ese producto (y lo vende a elaborador­as de gaseosas) a partir del gas natural.

Y hablando de gas, vale la pena observar lo que está sucediendo en la cordobesa Río Cuarto, donde se inauguró hace un par de años la primera planta de etanol por parte de Bio 4, una sociedad entre productore­s agropecuar­ios e inversores locales.

Con varios de los mismos accionista­s, han construido una planta de biogás de 1 MW, que está lista para empezar a operar ni bien la aduana libere el despacho a plaza de la unidad generadora.

El resto está construido y ya comienzan a llenarse los bunkers con silo de maíz, la materia prima que fermentará en los digestores para producir el biogás que alimentará al grupo generador.

Es una metáfora del país que viene. Hay mucha tarea por hacer. Construir y reconstrui­r. t

Cualquier esfuerzo por lograr mayor consumo es central para el agro y el país

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