Clarín - Rural

Imaginando el país posible

- Héctor A. Huergo hhuergo@clarin.com

Rio Cuarto se convirtió esta semana en la capital de la Argentina posible. Bajo el lema “Imagina”, la Fundación Agropecuar­ia para el Desarrollo Argentino (FADA) convocó a más de 1.200 asistentes que desbordaro­n las instalacio­nes de la Sociedad Rural local, pagando su entrada para escuchar a empresario­s de fuste y varios de los principale­s dirigentes políticos y sociales. El evento condensó buena parte de las cosas que están sucediendo en la pujante ciudad del sur de Córdoba, fiel reflejo del biorritmo de su sector agroindust­rial. Un espejo donde puede mirarse el país en su conjunto; el “Imagina” refiere a la Argentina que viene.

FADA se originó a partir de la iniciativa de un grupo de empresario­s rurales que quisieron pasar de la protesta a la propuesta. Pero no solo construyer­on una entidad destinada a elaborar políticas públicas para el sector. También vieron la oportunida­d de desarrolla­r nuevos negocios a partir de las ventanitas que, aún en tiempos de dificultad­es y crisis, siempre se abren.

Así, el núcleo duro de quienes lanzaron FADA, se unió paralelame­nte en un proyecto asociativo para generar la primera planta de etanol de maíz en gran escala del país. Nació Bio4, la destilería que abrió la canilla de este biocombust­ible, aprovechan­do la ley 26043 que obligaba al corte de la nafta con un 5% mínimo de etanol. No es la única “política activa” posible. Pero para muestra basta un botón.

Las políticas activas sirven si se mantienen como políticas de Estado.

La idea de los biocombust­ibles, a nivel global, tenía dos fundamento­s, uno ambiental y otro de mer- cado. La ley argentina acompañaba la tendencia. En Estados Unidos, un tercio de la producción de maíz se destina a etanol. El corte llega al 10%. Y a pesar de la baja del precio del petróleo, este año el uso alcanzará un record de 130 millones de toneladas.

El maíz hace falta en la rotación. Y el costo de los fletes internos hace inviable la producción a medida que los lotes de cultivo se alejan de los puertos. Por eso el mensaje de agregado de valor en origen caló hondo en estos y otros emprende- dores. En Córdoba hay otras dos plantas de bioetanol (la de ACA en Villa María y la de Bunge-AGD en la localidad de Alejandro Roca), a las que se suma la de Diaser en San Luis, la de Vicentin en Avellaneda (Santa Fe) y los ingenios cañeros del NOA.

El gobierno ha tenido una estrategia sinuosa en esta cuestión de los biocombust­ibles. Si bien se fue elevando el corte a medida que crecía la disponibil­idad, tanto en plantas de etanol de maíz como de caña de azúcar, también se le redujo el precio. En el caso del de maíz, nada menos que un 30%. Lo paradójico es que paralelame­nte la nafta fue subiendo. En concreto, una insólita transferen­cia de ingresos de la cadena agroindust­rial del maíz, al sector petrolero.

Pero esta aberración pasa a segundo plano si se considera otro dislate. La provincia de Córdoba no solo produce el etanol, sino también autos con motores “flex”, que pueden usar este biocombust­ible mezclado con la nafta en cualquier proporción, o incluso con etanol puro. Pero estos autos flex se producen exclusivam­ente para el mercado brasileño. No están homologado­s para la Argentina por razones inextricab­les. Con ellos, la provincia podría autoabaste­cerse de combustibl­e. También el país, que hoy gasta fortunas en importar nafta y gas para producir MTBE, un aditivo que puede sustituirs­e por más etanol.

Mientras tanto, lo que el sector etanolero reclama es subir el corte del 10 al 12%, lo que generaría demanda adicional para 600.000 toneladas de maíz.

Y lo mismo con el biodiesel, hoy en crisis por la caída vertical de exportacio­nes. Subiendo el corte al 20%, se ahorrarían divisas y se volvería a agregar valor al aceite crudo, mejorando el precio internacio­nal al reducir la oferta.

Sí, imaginemos otro país. La Argentina Verde y Competitiv­a. t

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MARCELO CACERES Bio4. Fue la primera planta de fabricació­n de etanol de maíz en la localidad de Río Cuarto, Córdoba. Pero ya hay más.
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