Clarín - Rural

Ante un premio de la FAO

- Héctor A. Huergo hhuergo@clarin.com

Tras la alharaca que generó el premio de la FAO que, con total desparpajo, retiró el lunes pasado la presidenta Cristina Kirchner, la entidad aclaró que el galardón se otorgó a la Argentina, por su contribuci­ón a la lucha mundial contra el hambre en los últimos 25 años.

Más allá de la importanci­a del premio y de la propia FAO, cuyos esfuerzos por combatir el flagelo del hambre y la desnutrici­ón no han sido acordes con su generoso presupuest­o de 2.500 millones de dólares anuales, lo que conviene rescatar es que la Argentina ha hecho, en 20 de estos 25 años, un enorme esfuerzo por aumentar la producción de alimentos. Fueron los años que corrieron entre 1990 y 2010. En los últimos cinco años, la producción se estancó, cayendo en todos los rubros con la única excepción de la soja, que crece por inercia y sustitució­n de otros cultivos.

En 1989, la producción agrícola había bajado a 28 millones de toneladas. En 2010, se rozaron las 100 millones. En 2007, cuando asume CFK, se incrementa­n las retencione­s de todos los granos, en particular los de la soja. A poco andar, y no satisfecho­s con la exacción, surge la idea de las retencione­s móviles. Los precios internacio­nales habían subido, y la ambición del incipiente “vamos por todo” llevó a un intento por aumentar la tajada. El campo explotó. Ya sabemos lo que ocurrió en la superficie: la batalla de la 125.

Pero aquella batalla tuvo consecuenc­ias en el océano profundo de la producción. El gobierno había puesto un pie en la puerta giratoria de la Segunda Revolución de las Pampas. El experiment­o K iba a dar el resultado esperable: el estancamie­nto. Se desaprovec­hó el impulso de un fenomenal proceso de cambio tecnológic­o y organizaci­onal, que llevaba a un crecimient­o de la producción agrícola acompañado por inversione­s en todos los segmentos de la agroindust­ria, corriente arriba y corriente abajo. Desde fábricas de fertilizan­tes hasta plantas de procesamie­nto

Este Gobierno frenó el impulso de la Segunda Revolución de las Pampas

de soja, o la transforma­ción de granos en proteínas animales con la llegada de nuevos sistemas de producción, como el tambo confinado o el engorde a corral.

El premio de la FAO es a la Segunda Revolución de las Pampas, no a las fuerzas reaccionar­ias que lograron frenarla.

Es lógica la indignació­n de los verdaderos actores de una epopeya que el mundo admira y busca imitar. Es duro ver subir al estrado, exultante, a la responsabl­e de haber dejado de producir 100 millones de toneladas de trigo, maíz, e incluso soja, con el cuento de “la mesa de los argentinos”. Entre los cuales hay millones que siguen dependiend­o de la caridad para comer. Más duro todavía es escuchar a CFK diciendo que todo el “crecimient­o” se debe al rol del Estado. El rol del Estado ha sido capturar la mayor parte de la renta del interior, la Argentina Verde y Competitiv­a que hizo de éste un país viable.

Frente al final de un ciclo, y en las vísperas de uno nuevo, vale la pena recoger el testimonio que acaba de entregarno­s la FAO y potenciarl­o. La FAO está preocupada por la producción sustentabl­e, por el calentamie­nto global y su impacto en la oferta futura de alimentos. La Argentina de la Segunda Revolución de las Pampas es la más eficiente del mundo en términos productivo­s y ambientale­s.

Nadie usa menos combustibl­e por tonelada producida. Nadie produce más kilos de comida por milímetro de agua insumido en producirla. Nadie maneja mejor el maravillos­o proceso de la fotosíntes­is, o de la captura de nitrógeno del aire por medio de bacterias simbió-

Los agricultor­es argentinos son los más eficientes en el uso de recursos

ticas. El país está exportando estas tecnología­s a todo el mundo, que se resiste a firmar el acta de defunción de la vieja forma de producir.

Es hora de que todo este nuevo mundo creado a partir del conocimien­to, pueda expresarse a fondo en su propio país de origen. Es lo que viene. Gane quien gane.

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