Clarín - Rural

Abusos que disipan valor

- Héctor A. Huergo hhuergo@clarin.com

La peor consecuenc­ia del abuso de la cadena nacional por parte de la presidenta Cristina Kirchner es la disipación de valor de sus anuncios. Es lo que pasó esta semana con la aprobación de los primeros eventos biotecnoló­gicos obtenidos en el país: el HB4 de Bioceres-Indear, de tolerancia a sequía en soja, y el PVY -de Tecnoplant, una empresa vinculada al laboratori­o nacional Sidus- para virus en papa.

El hecho tiene enorme trascenden­cia, no sólo por lo que estos eventos implican en sí mismo, sino porque revela lo que puede lograrse cuando se articulan los recursos del sistema público de investigac­ión con la demanda de la economía real.

un mecanismo de tracción desde la demanda, en este caso los productore­s del agro, lo que permite orientar los recursos (públicos y privados) hacia fines concretos.

Hay un elemento adicional: en biotecnolo­gía, la Argentina desarrolló un sofisticad­o y potente sistema de desregulac­ión. Esto ha sido, objetivame­nte, una política de Estado: se inició en los 90 y se fue consolidan­do sin prisa y sin pausa.

Hoy goza de enorme prestigio internacio­nal y constituye un espejo en el que se miran todos los países que quieren avanzar por este sendero.

Es una ventaja competitiv­a que ha sabido construir el país, a pesar de todos sus vaivenes y dislates. Debe perdurar.

Pero hasta ahora el sistema regulatori­o sólo había liberado eventos obtenidos en el exterior. Desde esta semana, el instrument­o se revela como una palanca clave para el desarrollo de biotecnolo­gía nacional.

Vayamos al grano…Muchos en el campo no conocen la génesis del evento HB4 de tolerancia a stress en soja.

Es un desarrollo de la investigad­ora Raquel Chan, del Instituto de Agrobiotec­nología del Litoral, un centro creado por el Consejo Nacional de Investigac­iones Científica­s y Tecnológic­as de Argentina (Conicet) y la Universida­d Nacional del Litoral (UNL). Pero había que validarlo a campo, e iniciar el costoso proceso de autorizaci­ón, patentamie­nto y colocación en el mercado.

Para ello, se asocia con Bioceres, una empresa creada hace diez años por un puñado de productore­s líderes, y que luego fue abriendo su capital permitiend­o el ingreso de más socios y recursos. Hoy la integran más de 250 accionista­s que han invertido mucho dinero.

Entre ellos, Arcadia, de Silicon Valley, que además de constituir­se en accionista, se puso al hombro el proceso de aprobación en los Estados Unidos, que avanza con paso firme.

Hace tres años, cuando la sequía hacía estragos en todo el Medio Oeste norteameri­cano, tuvimos oportunida­d de ver plots donde se destacaban nítidament­e los surcos sembrados con variedades testigo transforma­das con “Verdeca”, el nombre comercial del evento HB4.

Su mayor beneficio no es la posibilida­d de ampliar el área sojera a zonas áridas. Lo realmente importante es que le dará estabilida­d a los altos rindes potenciale­s en las zonas tradiciona­les de cultivo.

Los beneficios se repartirán, como correspond­e, entre los usuarios (los productore­s) y los obtentores. Y aquí viene la otra gran cuestión: en la Argentina la investigac­ión en semillas está trabada por la calamidad de la “bolsa blanca”. Este año, la semilla de soja certificad­a que sembrarán los productore­s es apenas el 10% del total.

El derecho al “uso propio” se convirtió en otro abuso, y no son los “pequeños productore­s” sino que hay verdaderas organizaci­ones que se dedican a vender como semilla lo que compran como grano.

Así, convertimo­s ventajas competitiv­as en un desaguisad­o criollo. Se termina.

En la industria periodísti­ca estamos acostumbra­dos al “copyright”, donde por publicar una foto ajena se negocia con su autor o con quien haya adquirido sus derechos.

Aquí, debiera ser lo mismo: la propiedad intelectua­l es en buena medida el salario del creador.

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