No voy en tren, voy en avión
Pasión por las aplicaciones aéreas El padre de Elio Skare se inició como sereno de un aeroclub, pero armó la firma de fumigación aérea que hoy conduce, en Salto, este joven de 31 años.
El padre de Elio Skare se inició como sereno de un aeroclub, pero aprendió a pilotear y terminó armando una firma de fumigación aérea. Es la que hoy conduce, en Salto, Buenos Aires, este joven de 31 años. Una historia de emprendedores y apasionados.
Esteban Fuentes
efuentes@clarin.com Emprendedor y apasionado. Dos conceptos que en el sector agropecuario se conocen muy bien. Este es el caso Elio Skare, un joven de la localidad de Salto, localidad situada en el centro-norte de Buenos Aires, quien desde chico mamó la profesión de su padre y hoy ya tiene su propio emprendimiento, conocido como S.A.E.S. (Servicios Aéreos Elios Skare). “Nací entre los aviones de pulverización”, dice para resumir su historia de vida y su incursión en la profesión.
Su padre, Nicolás, comenzó a realizar aeroaplicaciones en 1978, cuando trabajaba para una empresa de pulverizaciones en Pergamino, Buenos Aires. Pero su intensa relación con los aviones había comenzado antes, cuando era sereno en el aeroclub de esa ciudad bonaerense. “Mi papá trabajaba cuidando los aviones por un sandwich y una gaseosa, pero le daban horas de vuelo para que practicara. De ahí vino su pasión por los aviones, que me la inculcó a mí”, recordó.
Luego, prosiguió relatando, su padre realizó los cursos correspondientes para ser piloto profesional y rápidamente esa empresa de fumigaciones lo contrató para poder contar con su conocimiento.
Tiempo después, su padre se trasladó a Salto, lugar donde la familia tenía campo. Se independizó e hizo sus primeras experiencias: armó la pista en 1981 y compró un avión que le dieron financiado.
Con esta historia detrás, Elio comenzó a dar sus primeros pasos en la actividad desde muy chico, cuando ayudaba a su padre a trabajar con el equipo de pulverización.
Y ya con el objetivo bien claro de que los aviones fueran su profesión, además de su pasión, una vez que terminó la secundaria hizo los cursos de piloto privado y el de planeador.
A continuación, en 2004 aprobó el curso de piloto comercial en Lomas de Zamora, lo que le abría las puertas para trabajar en alguna aerolínea grande. “Tuve la curiosidad de trabajar en empresas privadas, pero cuando regresé al campo me di cuenta de que no lo cambiaba por nada”, puntualizó.
Así, con el corazón puesto en el agro, terminó el curso de aeroaplicador y se metió de lleno en la actividad en enero de 2006.
Sus primeros pasos en la empresa habían sido de ayudante, trabajando en la logística del vuelo.
“El apoyo en tierra es lo principal y lo más duro de la actividad, ya que abarca muchas tareas: desde atender al cliente, dibujar el plano de donde se va a aplicar lo más parecido a la realidad, para que el piloto no se confunda, y hacer las mezclas con las dosis que recetó el ingeniero para la aplicación”, precisó.
Ya con todo este conocimiento, se hizo cargo de la base de opera-