Clarín - Rural

El camino es innovar

El autor, que es profesor de la Escuela de Negocios de la Universida­d Di Tella, plantea que no hay un “modelo enlatado”, como el australian­o, que se pueda imitar para desarrolla­r el país. Dice que la clave es aprovechar los recursos naturales y agregarles

- Eduardo Levy Yeyati Especial para Clarín Rural

Muchas veces caemos en la tentación de pensar el desarrollo “por analogía”, suponiendo que nuestro desarrollo abortado es el fruto de las malas políticas, y que basta con imitar las buenas políticas de terceros exitosos. Pero la Argentina es el caso paradigmát­ico de la “trampa del ingreso medio”, una afección que comparte con muchos otros países (entre ellos, Brasil y Chile), para la que, al menos por el momento, no existen recetas probadas.

Si enumeramos las economías que en 1960 eran de ingresos medios y hoy son de ingresos altos, la lista es corta: algunas islas industrial­es (Taiwan, Hong Kong y Singapur), las economías periférica­s de Europa que fueron traccionad­as por el desarrollo alemán (España, Grecia, Irlanda, Portugal), un país temporaria­mente empobrecid­o por la guerra (Japón), y un país que pasó sin escalas del ingreso bajo al ingreso alto (Corea). Así, el ejercicio tiene un claro corolario: ninguna economía mediana de ingresos medios salió de la trampa del ingreso medio sin ayuda externa.

Esta comparació­n también echa luz sobre el popular modelo canguro: Australia habría eludido la trampa del ingreso medio porque partió de ingresos altos. Intervinie­ron otros factores, claro, incluyendo una dotación de recursos naturales por habitante más generosa que la nuestra y un nivel de educación más elevado.

Lo relevante del caso australian­o, quizás, es que allí un gobierno laborista con fuerte vínculo sindical pudo llevar adelante en los 80 la apertura “neoliberal” que acá intentamos sin éxito en los 90. Más allá de lo que uno piense sobre la velocidad y convenienc­ia de una apertura, el dato a rescatar es que estrategia­s similares tuvieron resultados distintos.

Entonces, el punto de partida del debate cambia radicalmen­te: ya no se trata (sólo) de las buenas o malas políticas ocasionale­s; somos parte de un pelotón de países “a medio camino” cuyos frenos exceden las decisiones de un gobierno en particular, y para el que no hay ejemplos virtuosos. Si queremos despegar, habrá que innovar.

Si Finlandia pasó de talar bosques a diseñar cortadoras, de ahí a diseñar maquinaria­s de precisión, y de ahí a diseñar “Nokias”, a menor escala la Argentina pasaría de cosechar soja a exportar sembradora­s, pulverizad­oras y cosechador­as. O a vender tecnología incorporad­a en las semillas. Siguiendo el ejemplo del cabernet california­no o del “shiraz” australian­o, el malbec argentino pasó de la uva a granel al vino y de ahí a la marca global. El mismo encadenami­ento vertical está al alcance de la mano en la certificac­ión de alimentos orgánicos y la comerciali­zación de la “siembra directa argentina”, entre otras posibilida­des.

Ya no somos el granero del mundo (¿alguna vez lo fuimos?) para vivir todos de la renta de nuestros recursos naturales (¿alguna vez lo hicimos?). Pero no hay que confundir renta y valorizaci­ón: cualquiera sea la salida de esta trampa del desarrollo, uno de sus pilares consistirá en apalancar recursos naturales y agregarles valor de modo inteligent­e.

De manera incipiente, ya lo estamos haciendo: de los dos tercios de nuestras exportacio­nes, que son de origen agropecuar­io, más de la mitad son aceites, harinas, jugos o vinos. Y no es casual que cuando hablamos de nuestros frentes de innovación tecnológic­a vengan a la mente biotecnolo­gía, satélites y bioeconomí­a. No hay un modelo enlatado, pero hay muchos pequeños ejemplos a imitar, varios de ellos hechos en casa. La clave no es mirar donde brilla el sol sino donde florecen los brotes. t

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Potencial. La biotecnolo­gía es una de los sectores en los que más puede crecer la Argentina.

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