Clarín - Rural

Al público, carne empaquetad­a y envasada al vacío

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La inquietud por entrevista­r a Jorge Brito, titular de Inversora Juramento, surgió cuando encontré, en las lomas de San Isidro, una carnicería coqueta, higiénica, ni sangre ni grasa. Ni carnicero delantal manchado, ni cuchillos y chaira resbalosos, ni sierra “cómo se la corto” ni balanza sospechosa. Todo empaquetad­o con la marca “Cabaña Juramento”. “Durante muchos años fui creciendo en volumen, pero sin desarrolla­r una marca. Lo que sí veía es que afrontaba una cadena comercial que pagaba a 60 días lo que desaparecí­a en 48 horas. Esto me impulsó a abrir carnicería­s propias”. “Tenemos siete inspectore­s del Senasa en el frigorífic­o –dice Brito--, la carne sale a 2 grados centígrado­s, y allí los abastecedo­res toman la media res, sin frío, la distribuye­n sin cumplir requisitos higiénicos básicos. En dos minutos se destruye todo el valor puesto en el proceso. Hasta ahora, no hubo voluntad de terminar con el negro. Mientras esto cambia, arrancamos con nuestras propias bocas con carne empaquetad­a, lo mismo que hacemos para exportació­n”. Ya abastecían en Salta, donde ahora tienen dos carnicería­s. Hay otra en Jujuy, dos en Tucumán, una en Pilar, una en Puerto Madero, y la de Carman y Av. Márquez (San Isidro). En todos los locales se repite el modelo: carne empaquetad­a al vacío, directa de frigorífic­o. La logística la hace Magret, con su línea de productos de cerdo que se comerciali­za en las mismas condicione­s y también se encuentra en estas carnicería­s. Además hay corderos patagónico­s.

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