Clarín - Rural

¿Hay vampiros en Bahía Blanca?

Una productora denuncia abusos a camioneros que transporta­n granos en la playa de estacionam­iento de espera de en esta terminal portuaria.

- María Ameilia Irastorza Especial para Clarín Rural

Es notable. Parece ser que no solo los animales domésticos cuentan con defensores de sus derechos, sino también los tres elefantes del zoológico de Buenos Aires, que ya tienen abogado por causa de maltrato.

Esto pareciera ser un avance, sino fuera porque hemos logrado acordarnos de los derechos de los animales, olvidados por tanto tiempo, ignorando los de algunos camioneros que ahora son tratados como animales en algunas terminales portuarias.

Este verdadero cuento de la selva comienza en la playa de camiones de la ciudad de Bahía Blanca, en la provincia de Buenos Aires, y muestra a las claras cómo una buena idea puede ser capturada por oportunist­as para complicar la vida a todos en pos del propio beneficio.

Originalme­nte creada para recibir camiones sin cupo (durante la gestión Linares), unos particular­es armaron una sociedad anónima. Hasta aquí, todo bien. Los camiones con cupo irían, como lo hacen en el resto de los puertos del país, directamen­te a descargar a la terminal correspond­iente, y los que no tienen cupo se estacionar­ían en la playa pagando una tarifa por la espera.

Pero las personas pueden ser muy creativas, y vaya a saber uno con que contactos y con qué apoyo, estos “vivillos” se las ingeniaron para: recibir tierras fiscales; construir por debajo de una línea de alta tensión; monopoliza­r el calado para que todos los camiones deban pasar por ahí (a esta altura usted imaginará que el tema con cupo sin cupo ya dejó de existir); achicar la playa a la mitad, ya que de un lado están los camiones calados y del otro los sin calar; cobrar $ 150 por camión (a razón de 1.000 camiones por día la cuenta empieza a gustarme); cobrar solo en efectivo; no aceptar que se pague en una cuenta, inclusive si se trata de una empresa con 30 camiones.

Claro que en este estado de situación, carece de sentido pensar en el camionero, que espera durante horas porque la terminal no lo recibe, inexplicab­lemente, ya que le dio un turno y un código alfanuméri­co de una extensión que desafía la memoria e inteligenc­ia del propio Steve Jobs, el fundador de Apple.

Pero todo puede empeorar, porque en la playa de camiones se roban los cupos, aunque parezca increíble. Simplement­e, el camionero llega con su numerito de 20 cifras y resulta que un señor que tendría poco sueldo y casa en barrio caro le informa que ya ha sido usado.

Y no se le ocurra hacerse el loco, porque lo mandan a otro lugar para que acondicion­e su mercadería (que por lo general está en perfectas condicione­s).

Ello lo obligará a volver a pagar los $ 150 cuando reingrese. Así que señor camionero: ¡más vale que no se queje!

Demás está decir que todo esto es resultado no solo del vampirismo descarado de estos oportunist­as sin límites, sino también de quienes dicen defender a sus pares, de los incompeten­tes que para solucionar algo le agregan un trámite al problema, y ni hablar de las autoridade­s que, por ahora, parecen estar más preocupado­s por los elefantes.

De volver a los orígenes, de entender que las terminales portuarias deben hacerse cargo de los cupos que entregaron y eliminar intermedia­rios: ni hablar. ¿Para qué solucionar algo, si podemos complicarl­o? parece ser la triste moraleja de una historia que ocurre, frente a la vista de todos, en uno de los principale­s exportador­es de granos.

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Problema. Los camioneros deben enfrentar un complejo sistema, mientras esperan para ingresar al puerto.

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