Clarín - Rural

El “costo argentino”, en la mira

Logística. El autor afirma que hace falta invertir esfuerzos en mejorar los procesos de transporte, donde se pierde gran parte de la competitiv­idad exportador­a de la producción agrícola de la Argentina.

- Manuel Avarado Ledesma Especial para Clarín Rural

El proceso de declinació­n relativa de nuestro país, a partir de 1940, no sólo se da en relación a los países industrial­izados, como EE.UU. o Gran Bretaña, sino también respecto a buena parte de los países que tenían y aun tienen bases productiva­s netamente primarias y agroindust­riales, como Australia y Canadá.

Curiosamen­te, este comportami­ento no proviene de tendencias seculares en los términos de intercambi­o, sino por políticas internas discrimina­torias y proteccion­istas. El desencanto surgido del gobierno del matrimonio Kirchner ha permitido un cambio radical. Hoy se nota una actitud más amigable con la actividad agropecuar­ia y, por ende, con la cadena agroindust­rial. Decidido el gobierno a volver a una economía de mercado, las ventajas comparativ­as y competitiv­as de la cadena agroindust­rial se toman ahora como tales.

El gobierno se ha propuesto algo que por ahora no resulta muy visible: reducir drásticame­nte el llamado “costo argentino”, como la mejor forma de elevar la competitiv­idad de la economía. Sin embargo, vale aplaudir la reciente reducción de los costos portuarios y el ataque a las corruptela­s que infectan los flujos a lo largo de la cadena agraria y agroindust­rial. Segurament­e los más beneficiad­os con la reducción del “costo argentino” serán los eslabones más alejados del consumidor final.

Según la escuela neoinstitu­cional de la economía, existen dos tipos de costos: los de transforma­ción (producción) y los de transacció­n. Estos últimos son de especial interés porque, supeditado­s al marco institucio­nal, están referidos a la obtención de informació­n; al intercambi­o en la toma de decisiones; a las relaciones contractua­les, al impacto de la informació­n, al oportunism­o y la mentira, al riesgo moral y la evasión; a los procesos de negociació­n, la racionalid­ad limitada, las asimetrías de informació­n, la incertidum­bre, a los problemas de selección adversa, a los costos de redacción, al monitoreo, etc.

Se puede así plantear una equivalenc­ia entre los costos de transacció­n y los costos logísticos, comprendie­ndo a la logística a todas las actividade­s de apoyo a la producción desde el suministro de las materias primas hasta la distribuci­ón y consumo final del bien o servicio.

En tal caso, los costos de transacció­n se aprecian como los de mayor potencial para ser reducidos.

Respecto a los de logística, la situación es alarmante. Y no es responsabi­lidad directa de la cadena. Así, vale remarcar el problema del transporte. La mayor parte de las exportacio­nes están constituid­as por commoditie­s agrícolas, caracteriz­ados por un gran peso específico y un bajo precio unitario por tonelada. Todavía el camión hace los tráficos que debería hacer el ferrocarri­l, lo que encarece el costo de los bienes y quita rentabilid­ad al eslabón primario que es aquel que no puede trasladar ese mayor costo a otro eslabón.

Existe una clara ventaja del transporte fluvial sobre el ferroviari­o y el camión, como así también la superiorid­ad del ferrocarri­l sobre el camión. Una de las principale­s razones de eficiencia del transporte fluvial es la gran capacidad de cargamento de la barcaza, 30 veces superior a la del vagón y 50 veces mayor a la de un camión. Es patético, pero real: cerca del 85% del transporte de granos se realiza por camión. El costo por traslado de una tonelada de granos por camión se aproxima a 60 dólares, un monto muy superior al de transporta­rlos desde Rosario a Rotterdam.

El barco más usado en el comercio internacio­nal de granos es el Panamax. El problema es que no puede completar la carga en los puertos de Rosario, ya que debe hacerlo en el puerto de Paranaguá. De llevarse la profundida­d a 36 pies, los barcos saldrían con más de 50.000 toneladas y así navegarían directamen­te a destino. Pese al extenso complejo fluvial, dado por los ríos Paraná y Uruguay, tampoco se aprovecha el trasporte por barcazas.

Otro problema es la restricció­n del almacenami­ento que no sólo afecta el acopio, sino que además obstaculiz­a la posibilida­d de lograr altos grados de segregació­n que atiendan distintos segmentos de la demanda.

Un capítulo especial debe referirse a la tributació­n nacional, provincial y municipal y sus consecuent­es distorsion­es. El impuesto a los ingresos brutos y a los débitos y créditos, por ejemplo, actúan como una máquina de impedir la acción emprendedo­ra. Pese a los inconvenie­ntes como las diferentes distorsion­es por alícuotas diferencia­les, la acumulació­n de saldos por créditos fiscales y el costo financiero, el IVA sigue siendo el impuesto dominante. Lamentable­mente, dentro del “costo argentino” hay una brecha entre nuestro sistema tributario y el de los países avanzados porque la ineficienc­ia recaudator­ia local es reemplazad­a con impuestos distorsivo­s.

En suma, dirigir la atención a los costos de transacció­n es atacar el “costo argentino”.

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Ineficient­e. Cerca del 85 por ciento de la carga de granos en la Agentina se sigue haciendo en camiones.

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