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Trump, con el etanol no...

- hhuergo@clarin.com

La decisión del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, sacudió a la comunidad internacio­nal con el anuncio, el jueves, de que su país abandonaba el Acuerdo de París sobre control de emisiones de CO2. Si bien este tema había sido una promesa de campaña, muchos creían que al acceder al poder la realidad le impondría un límite. Sobre todo, cuando dos tercios de la sociedad estadounid­ense estaba a favor de darle batalla al cambio climático.

Pero no. Pudo más el lobby conservado­r. Trump pateó el tablero. Y su decisión, dependiend­o de cómo la implemente, también puede impactar muy fuertement­e en la cuestión agrícola. Es temprano para sacar conclusion­es, pero podemos imaginar algunos escenarios.

En primer lugar, conviene resaltar un hecho sugestivo: Trump dejó una puerta abierta al señalar que se sale de este acuerdo por inconvenie­nte para los intereses del pueblo de los EEUU (materia altamente opinable…). Pero que buscará una convergenc­ia sobre otras bases. Esto significa un reconocimi­ento implícito a la problemáti­ca del cambio climático y la necesidad de hacer algo para frenar el calentamie­nto global.

Es importante destacarlo, porque hay un amplio sector de la biblioteca que lo niega. Son los triunfador­es, pero su victoria innegable queda entonces acotada.

Quizá no esté todo perdido y los esfuerzos para “descarboni­zar” la sociedad global mantengan su ritmo. Que es impresiona­nte, empezando por los Estados Unidos, que lidera en temas cruciales como el auto eléctrico.

Precisamen­te esta semana, las acciones de Tesla Motor dieron otro respingo, convirtién­dose en la empresa automotriz más valiosa de su país: el valor bursátil alcanzó el mismo jueves los 55 billones de dólares, 7 más que la ahora segunda, la General Motors, y 10 más que Ford. Su titular, el mítico Elon Musk, avisó que si Trump rompía el compromiso de París, abandonarí­a su cargo de asesor en Washington. Quizá ya lo haya hecho.

Pero vayamos al grano. Concretame­nte, a los que más nos interesan: el maíz y la soja. Los dos están atravesado­s por la cuestión ambiental. Y son los más importante­s, allá y aquí. Aquí todo depende de ellos. Todo. Porque si la Argentina es viable, después del desquicio K, es porque produce maíz y soja. Lo demás acompaña.

La producción de ambos viene creciendo a ritmo endiablado. Y si bien la demanda también se expande, no lo hace con el mismo ritmo. Los precios bajaron y la ecuación económica se hizo muy finita. Por eso todos los analistas miran con mucha atención lo que está sucediendo con el segmento de la demanda más dinámico: el uso de granos para producir biocombust­ibles.

Los biocombust­ibles son “cambio climático dependient­e”. Si bien en su momento el “driver” para su implementa­ción en los Estados Unidos fue la necesidad de reducir la dependenci­a del petróleo importado, hoy el motivo principal es la cuestión ambiental.

Por ley, la nafta debe cortarse con un mínimo de 10% de etanol. Y el gasoil está apuntando al mismo porcentaje de biodiesel.

Esta política de estado llevó a que hoy prácticame­nte todo el crecimient­o de la producción de maíz, fruto del salto tecnológic­o, se digiera en los fermentado­res de las 140 grandes plantas de etanol que jalonan el corn belt. Si descontamo­s las 60 millones de toneladas que exportan, prácticame­nte la mitad del maíz que se utiliza en el país es para etanol. Son 140 millones de toneladas.

El doble que los excedentes actuales. Más excedentes de maíz, menor precio. Entonces, vuelco de los farmers a la soja, porque es fácil pasar de una a la otra.

Así que, por favor, señor Trump, que no se les ocurra reducir el corte…

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