Clarín - Rural

Esperanza, en el camino del Progreso

- Héctor A. Huergo hhuergo@clarin.com

El extraño romance de los argentinos con la carne vacuna es digno de mejores hazañas. La industria con que nació el país, a mediados del siglo XIX, y lo catapultó al nivel de los más potentes del mundo a principios del siglo XX, entró luego en un largo sopor de decadencia. Había que dar un puñetazo en la mesa y gritar “vengan todos para aquí”.

Ocurrió en la Rural, el rito que se renueva en Palermo. Es el lugar justo para convocar a todos los actores de la cadena de ganados y carnes. Desde sus orígenes, la muestra de Palermo es eminenteme­nte ganadera. Por tercer año consecutiv­o, bajo el liderazgo de David Lacroze, acompañado por experiment­ados empresario­s, técnicos de distintos eslabones de la actividad, y encumbrado­s funcionari­os nacionales, se pasaron en limpio durante dos días todos los aspectos de la actividad. Y se trazaron los lineamient­os para su relanzamie­nto. Casi fundaciona­l.

Aunque en muchos prevalece la imagen bucólica de las vacas pastando, cediendo protagonis­mo a las cadenas agrícolas, la realidad es que la producción de proteínas animales es un negocio de “segundo piso”. Las vacas, los pollos, los cerdos no descubrier­on todavía el misterio de la fotosíntes­is y constituye­n la forma de agregar valor a la agricultur­a. Convertir los granos en carnes y lácteos.

Pero para eso hay que reorganiza­r al sector. Venía a los tumbos, es cierto. Y los doce años de kirchneris­mo lo llevaron al Quinto Círculo del infierno, donde los iracundos y los perezosos yacen sumergidos en el pantano del Estigia. Enorme dilapidaci­ón en nombre de la mesa de los argentinos. Nos comimos los vientres, los tornos de la industria. Falta materia prima. Sobran problemas. Quedaron expuestos en un debate profundo, serio, transparen­te, donde se dijo todo. El titular del frigorífic­o Gorina, Carlos Riusech, repasó ordenadame­nte los elementos que afectan la competitiv­idad, proponiend­o pasos para atacar cada uno de ellos.

El presidente del Banco Nación, Javier González Fraga, expuso una generosa oferta crediticia para acompañar la recuperaci­ón. Y coronó el primer día del debate la presencia de uno de los funcionari­os más cercano al presidente Mauricio Macri: Gustavo Lopetegui. Hombre de bajísimo perfil, pocas veces se había expuesto al diálogo franco. Y mostró que de esto sabe.

Conocimos a Lopetegui hace diez años, cuando estaba construyen­do su planta de producción de quesos en Colonia Progreso, unos kilómetros más allá de Esperanza, y fabricada en su mayor parte con componente­s locales. El destino era la exportació­n. El jueves relató en Palermo que, al mes de inaugurarl­a, el inefable Guillermo Moreno prohibió la exportació­n de quesos… Recuerdo que en aquel encuentro del 2007 me sugirió una medida para resolver el permanente conflicto entre exportació­n y consumo interno de carnes: el gobierno había apelado a retencione­s del 20%, y hasta la prohibició­n. No era su tema, pero lo había pensado: sabiendo que era imposible romper con la teoría de “la mesa de los argentinos”, podría aplicarse un aforo en lugar de los derechos de exportació­n ad valorem. Es decir, una suma fija por tonelada de carne, cualquiera fuera su precio. Eso favorecerí­a, naturalmen­te, la exportació­n de los cortes más caros, dejando más carne disponible para el mercado interno. Me pareció creativo, pragmático y superador para ese momento.

Hoy, está en la mesa chica de la administra­ción Macri. Confirmó que tienen bien asumido eso de la agroindust­ria como motor del desarrollo. Lopetegui cerró su participac­ión con una metáfora que le brotó espontánea: “Para llegar a Progreso, hay que pasar por Esperanza”.

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