Clarín - Rural

Y llegó la reapertura

- Héctor A. Huergo hhuergo@clarin.com

Y finalmente llegó la reapertura del mercado europeo al biodiésel argentino. La acción conjunta entre la diplomacia comercial y el sector privado lograron un sonado triunfo: los países de la UE redujeron drásticame­nte los derechos de importació­n, acatando el fallo de la Organizaci­ón Mundial de Comercio. Los aranceles quedaron ahora entre el 4 y el 8%, cuando antes oscilaban entre el 25 y el 30%. Un 75% de reducción. A ambos había que sumarle otro 6%, vigente desde cuando la Argentina perdió la cláusula de “Nación más favorecida” en otro dislate de la era K.

En total, la barrera arancelari­a europea alcanza ahora a más del 10%, además de otras trabas como la exigencia de que el biodiésel provenga de “soja sustentabl­e”, una certificac­ión que encarece la materia prima sin que agregue mucho valor. Ni siquiera para los europeos, grandes importador­es de aceite que al final del día también destinan a biodiésel. En este caso, no exigen el certificad­o de “sustentabl­e” aunque provenga de la misma soja.

Otra clara señal del cinismo proteccion­ista que anida en particular en la agricultur­a europea. Y también en la de los EEUU, que exige el mismo certificad­o para el biodiésel, y no para la harina que proviene de la misma soja.

La persistenc­ia de estos aranceles es una clara transferen­cia de ingresos de la cadena sojera argentina a las arcas de los países importador­es. En otros términos, la soja argentina no solo paga un peaje de 30% de derechos de exportació­n para salir del país, sino que su producto de mayor valor agregado, el biodiésel, abona ahora más de un 10% para entrar en la UE. Y la buena noticia es que por lo menos ahora se puede exportar.

Por supuesto, estas detraccion­es significan menores ingresos para los productore­s. Unos 200 millones de dólares. Porque el poder de compra de la industria procesador­a depende del ingreso final. Hay algo de confusión al respecto. Algunos piensan que la existencia de un diferencia­l arancelari­o a favor del biodiésel (que ahora paga retencione­s insignific­antes) es una transferen­cia de ingresos del chacarero al elaborador. Veamos esto más en detalle.

Primero: el productor no está obligado a venderle su soja a un “crusher” que hace harina, aceite y biodiésel. Puede exportarla por cuenta propia si se organizan para hacerlo. O negociarla con traders que no la elaboran (son varios y algunos de mucha envergadur­a), y la exportan como tal. En ambos casos pagarían hoy el 30% de retencione­s al Estado nacional.

Segundo: si en lugar de exportarla por cuenta propia o de terceros, opta por venderle a un “crusher” con toda la cascada de productos elaborados, es porque obtiene algún beneficio. Cualquiera que analice la remanida cuestión del “FAS teórico” verá que siempre el precio del mercado interno está algo por encima de lo que el elaborador “debería” pagar.

Tercero: si el biodiésel está exento, esto redunda en la ecuación del elaborador. Y como cualquiera sabe que en esta industria se batalla por cada camión de soja, al final del día los beneficios arancelari­os forman parte de la ecuación y difunden por el mercado.

Cuarto: si no se digiere aceite como biodiésel, no solo se pierden ingresos y se pagan más impuestos, sino que se sobreofert­a el mercado. Recordemos que la Argentina es el mayor exportador mundial de aceite de soja. Cada vez que sufrimos una caída de las ventas del biodiésel, se derrumbó el precio del aceite. Es lo que pasó hace tres semanas, cuando Estados Unidos hizo lo mismo que había hecho la UE, subiendo a niveles prohibitiv­os sus aranceles de importació­n.

Felizmente, ahora la UE se allanó y se reanudan los embarques. Pero cuidado. Los contrarios también juegan. La industria de biodiésel europea no se va a resignar a la nueva situación sin dar batalla. El proteccion­ismo es así y sigue aleteando.

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Granos. La UE y EE.UU. exigen que el biodiésel provenga de “sojas sustentabl­e”..

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