Clarín - Rural

El cerdo, un gran escape

- Héctor A. Huergo hhuergo@clarin.com

Uno de los fenómenos más interesant­es en la saga del campo es la expansión que están experiment­ando los cerdos. Como todo proceso, tiene sus idas y vueltas, arranques y retrocesos, controvers­ias varias y cierto regusto plañidero. Pero la realidad es que la nave va. Y podría ir mucho mejor.

El despegue se inició hace diez años, cuando las retencione­s capturaban toda la renta y encima arreciaban las restriccio­nes a la exportació­n de maíz y trigo. El cerdo fue una vía de escape casi indispensa­ble. Yo no eran los pequeños chacareros que intentaban darle valor a su maíz, en el modelo tradiciona­l de 50 chanchas gestando a campo y pariendo en precarios cobertizos. Lo nuevo eran criaderos bien concebidos, con escala mayor (300 madres para arriba) inversione­s fuertes en estructura, galpones, comederos automático­s, piso ranurado, recogida y manejo de los purines, genética, sanidad y manejo. La cuestión no era tanto el negocio del valor agregado, sino una norma de superviven­cia: compensar las pérdidas de la agricultur­a a través de la conversión de insumos baratos en productos económicam­ente más viables.

No los unía el amor, sino el espanto. En poco tiempo, se generaliza­ron índices de productivi­dad comparable­s a los mejores del mundo. Dos décadas atrás, solo un puñado de criaderos bien concebidos alcanzaba niveles de 25 capones terminados por madre y por año. Unos 3.000 kilos de carne. Ahora, el que no tiene este piso no se anima a abrir la boca en los profusos encuentros del sector. La dinámica es fenomenal: viajes a Brasil, a Estados Unidos, a Dinamarca, países que estaban un paso adelante. El gap se achicó vertiginos­amente.

Ejemplo: esta misma semana, cuando se superponen los cócteles de fin de año y los consabidos balances, una empresa escapó a la regla y lanzó un producto que mejora el peso de los lechones al destete. Medio centenar de productore­s se trenzaron en la discusión: si convienen madres hiper prolíficas o no tanto, para asegurarse un mayor peso por lechón nacido y más viabilidad. Si destetar a los 21, a los 28 o a los 26 días. Si los tres meses, tres semanas y tres días típicos de la gestación deben dejarse atrás, porque son 114 días y es mejor llegar a los 116. Este es el nivel de precisión que maneja esta vanguardia, que no es patrulla perdida. Van adelante y crean una succión que arrastra a todos.

La producción creció. Prácticame­nte, se duplicó en una década. Y ya no están las retencione­s como motor. Un buen marketing de las organizaci­ones del sector permitió que de pronto el cerdo ocupara un lugar impensado en las parrillas domésticas. Hoy no falta una bondiola, alguna pulpa o el inefable matambre en todo asado dominical. Las ribs, los costeletas, el pechito. Pasamos de un consumo de menos de 5 kg por persona y por año, a los más de 10 actuales.

Algunos se organizaro­n, incluso, para exportar. Embocaron un par de embarques a Rusia, aprovechan­do una fisura que dejó Brasil por problemas de papeles. La gran oportunida­d, sin embargo, es sustituir el consumo interno de carne vacuna, dejando más saldos exportable­s de un producto bien reconocido y de extraordin­aria reputación en la Unión Europea, como reveló un reciente estudio del IPCVA.

Pero no todas son flores. La competitiv­idad tranqueras adentro se pierde cuando el capón inicia su viaje al frigorífic­o. Costo argentino, como en todas las actividade­s, que obliga a operar en todos los frentes. Desde el IVA (hay presión para bajarlo al 10,5%, pero esto afectaría mal a los productore­s, que acumulan saldos por insumos y servicios que pagan el 21%), hasta ingresos brutos y otras gabelas que estimulan la marginalid­ad, una de las lacras de todas las cadenas cárnicas.

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