Clarín - Rural

Más alimentos y más energía

Bioeconomí­a. El autor afirma que el debate alimentos vs. energía plantea una falsa disyuntiva y que el sector productivo local está en condicione­s dar respuesta a las demandas sociales y ambientale­s.

- Eduardo J. Trigo Especial para Clarín Rural

La columna titulada “Una cadena que el mundo teme y admira”, publicada en este mismo espacio, dejó la idea de que estamos frente al peligro de una nueva primarizac­ión de nuestra economía. Los argumentos parecen válidos y el peligro, real. Plantea que continuar actuando caso por caso no es una opción y que hay que pensar de nuevo el papel del sector en nuestra economía y sus formas de inserción en el mundo, y es aquí donde los escenarios existentes pueden ofrecer opciones superadora­s.

Son fundamento­s de los escenarios actuales, a futuro, o más bien reflejos de otros tiempos en las discusione­s actuales. Tiendo a pensar en esta segunda opción por varios motivos. Uno de ellos es que ciertos argumentos, como el de “alimentos vs. energía”, no se reflejan en la evidencia empírica. El propio director general de la FAO, hablando en el Foro Global de la Agricultur­a y la Alimentaci­ón en Berlín en 2015, reconoció que se producen más alimentos y más energía que hace diez años y que lo que ha ocurrido es que los biocombust­ibles son una suerte de sistema de sostén de precios, lo que termina incentivan­do la producción.

Independie­ntemente de esto, también hay evidencia de que el problema en el tema de la seguridad alimentari­a no es de oferta, sino -en la mayoría de los casos- una cuestión de acceso y demanda.

Por otra parte, la realidad es que si se quieren controlar las emisiones – hoy estamos en el récord histórico de concentrac­ión de CO2 en el ambiente a nivel global– los biocombust­ibles son indispensa­bles, quizás no en el largo plazo pero si en la transición, en un contexto donde los avances tecnológic­os han ido permanente­mente incrementa­ndo la eficiencia y competitiv­idad de su producción.

“Descarboni­zar” o no hacerlo ha dejado de ser una opción; es un imperativo. Esto no es aún una percepción generaliza­da, pero se va en esa dirección, las discusione­s sobre los subsidios a los combustibl­es fósiles en las reuniones satélites de la OMC dan fe de ello.

Estamos en un mal momento, pero como reflejo de condicione­s que difícilmen­te se mantengan.

Por otra parte, fronteras adentro la Argentina viene produciend­o más alimentos y más bioenergía y las condicione­s a futuro son que podemos seguir creciendo y, muy probableme­nte, más allá de los relativame­nte modestos objetivos que se plantean. Los argumentos están en las capacidade­s del sector, en la calidad de los recursos que tiene el país y en el hecho de que lo que hay que hacer ya se ha hecho en el pasado reciente. La oportunida­d, sin embargo, está en plantear una renovada discusión estratégic­a sobre el papel del sector y cómo se inserta en el mundo.

Hoy las opciones son muy distintas que las que han venido prevalecie­ndo, la nueva biología potenciada por su convergenc­ia con otras ciencias -la tecnología y las ingeniería­sestá cambiando la cartera de productos –alimentos, energía y materiales en producción conjunta y no competitiv­a– y reformulan­do los límites y relaciones intersecto­riales entre la “agricultur­a” y los otros sectores de la economía.

Al mismo tiempo, en el mundo están cambiando los sistemas alimentari­os y no solo en términos cuantitati­vos. Vamos hacia un mundo urbano, donde el concepto de alimentaci­ón se refiere a sistemas mucho más complejos y dinámicos, pero sobre todo, diferentes a los tradiciona­les, donde otras “utilidades” y aspiracion­es de los consumidor­es pasan a ser determinan­tes. Hoy nuestro país aporta partes componente­s a ese sistema, dentro de un modelo –exitoso en algún momento– que evidenteme­nte no alcanza para resolver nuestros problemas de pobreza y genera recurrente crisis –tanto de conjunto como en la economías regionales. Reproducir la trayectori­a a otro nivel difícilmen­te cambiaría significat­ivamente las cosas.

Somos buenos en lo que hacemos, la tecnología que viene potencia esas capacidade­s y el mundo empieza a valorizar otras aspiracion­es diferentes a las que hoy prevalecen y a las que podemos aportar competitiv­amente. Deberíamos empezar a pensar estratégic­amente la hoja de ruta que ponga junto esto y nos dé visión estratégic­a que, proactivam­ente, oriente y contenga a las políticas productiva­s y comerciale­s necesarias para hacerla realidad.

La bioeconomí­a ofrece esa oportunida­d y quizás ha llegado el momento de reflexiona­r estratégic­amente sobre cómo aprovechar lo que ella propone, usar el potencial de la biología moderna para reequilibr­ar las demandas sociales de mayor consumo y bienestar con las crecientes restriccio­nes ambientale­s.

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Recursos. “Descarboni­zar” es un imperativo, y una forma de hacerlo son las energías renovables.

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