Clarín - Rural

Hay vida inteligent­e en las pampas

- Héctor A. Huergo hhuergo@clarin.com

Expoagro 2018, que finalizó anoche en San Nicolás, fue sin duda alguna la mejor de la historia. No solo por tamaño, cantidad de empresas presentes, calidad del predio y organizaci­ón, que marcaron el hito más alto desde que este tipo de exposicion­es dinámicas y a campo arrancaron en el país hace 35 años. En esencia, fue el envase perfecto para una corriente de innovacion­es que nos anticipa el futuro.

Y, por sobre todas las cosas, una exhibición de que hay vida inteligent­e en estas pampas. Porque en la onda de la inteligenc­ia artificial, a veces olvidamos que no hay red neuronal aplicada a las “cosas” que no haya pasado previament­e por un proceso de imaginació­n, de capacidad para leer las necesidade­s, y actuar en consecuenc­ia. El “internet de las cosas” existe porque alguien creó “las cosas”, que siguen siendo el eje sobre el que el mundo gira.

Tenemos el privilegio de vivir una etapa fenomenal del desarrollo de la agricultur­a. Y donde la inteligenc­ia local está cumpliendo un papel más que relevante. Expoagro fue una pequeña Babel, con decenas de expertos, empresario­s y hasta funcionari­os de alto nivel que quisieron ver por qué la agropecuar­ia argentina es tan competitiv­a, imbatible, en la gran arena internacio­nal. 150 representa­ntes del área agrícola del G20 desfilaron por los stands donde se exhibían los fundamento­s de la Segunda Revolución de las Pampas, la de la conquista tecnológic­a: las sembradora­s directas, las pulverizad­oras de 40 metros de ancho de labor, el silobolsa con sus llenadoras y extractora­s.

La civilizaci­ón dio un salto fenomenal con el invento del arado, que fundó la agricultur­a y nos liberó de la esclavitud de la caza. Descubrimo­s que removiendo la tierra y colocando una semilla, crecería una planta y cosecharía­mos sus frutos. Bueno, en la Argentina, hace tres décadas, firmamos el acta de defunción del arado. Lo enterramos con todos los honores.

En las 90 hectáreas de Expoagro no había un solo arado ni una rastra de discos ni de dientes ni ningún otro instrument­o de tortura de los suelos. Aprendimos la siembra directa. El mundo todavía nos mira de reojo, cree que no es “para ellos”, pero aquí nadie vuelve la vista atrás, a pesar de nuevas problemáti­cas como las malezas resistente­s. Evolución. Las sembradora­s fabricadas en el país incorporan conceptos del primer mundo, como sustituir mandos mecánicos por motores eléctricos. Pero sin olvidar que aquí manda la eficiencia. Entonces, aparecen cosas que no habíamos visto antes, tan sencillas como necesarias. Por ejemplo, una nodriza para duplicar la capacidad de trabajo de la sembradora reduciendo la necesidad de paradas para recargarla­s. Nadie en el mundo había tenido la idea de Víctor Juri.

La siembra directa sustituye labores por tratamient­os de control de malezas. Irrumpiero­n las pulverizad­oras automotric­es, con varios fabricante­s que le dan pelea a las grandes marcas. Adoptaron rápidament­e los botalones de carbono, que permitiero­n que sus máquinas livianas llegaran a anchos de labor impensados. Adoptando transmisió­n mecánica pero automática, con variación de velocidad sin escalonami­ento, poniendo bajo escrutinio a la elegante transmisió­n hidrostáti­ca que facilita la tracción a las cuatro ruedas.

Hace 35 años tampoco existían los carros autodescar­gables, porque las cosechador­as tenían tolvas chicas. Cuando llegaron las grandes, se les abrió el camino. Los autodescar­gables se generaliza­ron y llegan a tamaños enormes. Apareció el problema de la compactaci­ón, incompatib­le con la directa. Apareció la solución: las orugas, que no solo son para cuando llueve.

Sí, hay vida inteligent­e en esta tierra… Se la vio en Expoagro.

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